El placer de ver crecer la hierba
Un repaso a la carrera del cineasta Éric Rohmer, hijo de la Cinemateca de Langlois y miembro de la mítica Nouvelle Vague
- Charles y yo vamos a ver una película de Rohmer, Mi noche con Maud. ¿Quieres venir?
- No. Gracias pero no. Una vez vi una película de Rohmer y era como estar mirando crecer a una planta".
(La noche se mueve. Arthur Penn. 1975)
Reconozcámoslo. Hay algo de verdad en lo que se dice en este diálogo. El cine de Rohmer es efectivamente lento y pausado. A primera vista da la impresión de que no sucede nada, o muy poco, pero en él podemos encontrar también emoción, ternura e ironía. Son pequeños trozos de vida que esconden siempre una moraleja o una reflexión sobre el comportamiento de hombres y mujeres. Sus películas se ven pero, sobre todo, se escuchan. Parecen muy simples porque casi siempre nacen de una pequeña anécdota pero en el fondo son tremendamente complejas.
Éric Rohmer se llamaba en realidad Jean-Marie Maurice Schérer pero adoptó el seudónimo que le hizo famoso al unir el nombre y el apellido de dos de sus ídolos de juventud: el del cineasta Éric Von Stroheim y el del novelista Sax Rohmer, creador de Fu Manchú. Nació en 1920 y su primera pasión fue la escritura. Fue profesor de Literatura y periodista y a mediados de los años cuarenta publicó su primera novela, Elizabeth.
Como otros directores de la nueva ola francesa, se empapó de cine en la mítica Cinemateca que dirigió Henri Langlois. Más tarde se convirtió en un prestigioso crítico cinematográfico llegando a ser redactor jefe de la famosa revista Cahiers du Cinéma, considerada el sanctasanctórum del cine de autor.
Su carrera como director de cine arrancó en 1959 con El signo del león pero fue en 1967 con La Coleccionista, uno de sus Seis cuentos morales, cuando se consagró definitivamente como cineasta. De esta serie forman parte títulos como la ya citada Mi noche con Maud, El amor después del mediodía o La rodilla de Clara. Películas que son una reflexión sobre el verdadero amor, el simple deseo y el capricho pasajero.
En los años ochenta Rohmer inició otro periodo de su filmografía al que llamó Comedias y proverbios, con películas como Pauline en la playa, El rayo verde o La buena boda. Cada uno de los largometrajes nacía de un proverbio, ya fuera real o inventado. Hay pequeñas intrigas amorosas, equívocos y casualidades. En muchas de ellas Rohmer muestra la ingenuidad o la candidez de chicas muy jóvenes frente a la experiencia de hombres y mujeres aparentemente más maduros.
En la década de los 90 filmó sus Cuentos de las cuatro estaciones, cuatro historias que se desarrollan en cada una de las estaciones del año llenas de sencillez, vitalismo y romanticismo. Y a comienzos del siglo XXI, con más de 80 años, filmó La inglesa y el duque, ambientada en la Revolución Francesa. Rohmer hizo que se pintaran unos cuidadísimos decorados y, mediante técnicas digitales, superpuso en ellos la interpretación de los actores, logrando así que la película tuviera un aspecto visual moderno e innovador.
Murió en París el 11 de enero de 2011. Su nombre está unido a los de François Truffaut, Jean-Luc Godard o Claude Chabrol, los directores de la Nouvelle Vague. Su cine es único, dotado de una simplicidad que es tremendamente difícil de conseguir. Efectivamente puede que, para muchos, sus películas sean como ver crecer plantas. Pero es igualmente cierto que para otros espectadores son flores que no se van a marchitar jamás y que siempre van a reverdecer en su memoria.
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