Abelardo Estorino, en el olimpo del teatro cubano
Uno de los grandes dramaturgos isleños de todos los tiempos, autor de incontables historias llenas de luz y de 'cubanía'
No es ninguna exageración decir que la escena cubana está de luto. No lo es porque, el pasado viernes, a la edad venerable de 88 años y sin molestar, se despidió de su querida isla Abelardo Estorino, uno de los grandes dramaturgos cubanos de todos los tiempos, autor de incontables historias llenas de luz y de cubanía. Algunos de sus éxitos más sonados tienen cincuenta años largos y siguen siendo referencia hoy, como El robo del Cochino (1961) o La casa Vieja (1964), transformados ya en parte del imaginario del teatro de Cuba.
Estorino nació el 29 de enero de 1925 en el pueblo matancero de Unión de Reyes, pero tenía poco de guajiro. La Habana era su ciudad y sus gentes parte importante de su mundo creativo. Y en esta capital de la picardía y lo mezclado participó en la aventura de Teatro Estudio desde sus orígenes, junto a otros referentes de las tablas cubanas, como Berta Martínez, los hermanos Vicente y Raquel Revuelta (ya fallecidos), entre otros, una conjunción de talento que revolucionó la forma de hacer en la escena cubana.
Como otros grandes dramaturgos de la isla, incluido el gigante Virgilio Piñera, pero también José Triana (La noche de los asesinos) y Antón Arrufat (Los siete contra Tebas), Estorino fue marginado en los duros años setenta, cuando durante el quinquenio gris los homosexuales y diferentes fueron apartados de su trabajo y acosados, aunque no por ello dejó de escribir. Su obra es inmensa. Y sus piezas tienen lecturas diversas y trascienden los años.
En El robo del cochino y La casa vieja, sin duda sus éxitos más recordados, la revolución está presente y es tan protagonista como los personajes de carne y hueso. Su mirada inteligente va más allá de lo inmediato y acerca al espectador, a través de un lenguaje sencillo pero profundo, a las luces y las sombras de lo que vislumbra —La casa vieja recibió una mención en el Premio Casa de las Américas y en los años sesenta fue llevada a escena en numerosas ocasiones—.
En La dolorosa historia del amor secreto de Don José Jacinto Milanés (1973) reconstruye de forma magistral el símbolo de este gran poeta romántico cubano del siglo XIX, que se volvió loco tras sufrir un revés amoroso. Morir del cuento, calificada como “novela para representar”, es coherente con sus constantes temáticas, pues, en esencia, la familia cubana es la protagonista de todos los conflictos. Su estreno, en 1983, en la Sala Hubert de Black, fue todo un acontecimiento y viajó también a España, donde fue distinguida en el festival de Sitges, tras obtener el premio a la mejor puesta en escena en el Festival de Teatro de La Habana (1984). De 1994 es la puesta en escena de Parece blanca (“versión infiel de una novela sobre infidelidades”), catalogada como su obra de madurez, que toma como punto de referencia para su escritura a un personaje antológico de la narrativa cubana, la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde.
Después de los años de barbarie del quinquenio gris, Estorino fue reconocido y reivindicado, y obtuvo el Premio Nacional de Literatura (1992) y de Teatro (2002), galardones que le hacían sentir satisfecho pero ninguno tanto como sus amigos y sus obras. La gran musa de su teatro fue la actriz Adria Santana, una de las actrices más importantes de la escena cubana, que falleció hace dos años. Él le dijo al despedirse que le esperara.
Babelia
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