Camille Claudel, el orgullo de la locura
Juliette Binoche encarna a la escultora en un filme que recrea su ingreso en el manicomio de Montdevergues. Fue enterrada en una fosa común hace 70 años
Camille Claudel (Fère-en-Tardenois, 1864-Montdevergues, 1943), la escultora amante de Auguste Rodin que enloqueció por desamor, la alumna cuyo talento fue manipulado por su maestro, la bella abandonada y humillada, la mujer artista pateada por los poderes masculinos; en definitiva, una de las forjadoras modernas de ese arquetipo femenino orgulloso, romántico y cruel, de la hermosa perturbada. Isabelle Adjani sucumbió en 1989 al personaje y lo encarnó, junto a Gérard Depardieu, en la película de Bruno Nuytten Camille Claudel y ahora es otra monarca del cine europeo, Juliette Binoche, quien se emparenta con la leyenda de la artista en Camille Claudel 1915, escrita y dirigida por Bruno Dumont, y que se estrena en España el próximo viernes.
Hasta ahí las coincidencias entre una y otra película. La de Binoche y Dumont, minimalista y atroz, se detiene en un punto sin retorno: el primer año de encierro de la escultora en el manicomio de Montdevergues, cerca de Aviñón, de donde ya jamás saldría. “Con 16 años leí una biografía suya que me tocó tan profundamente que me pasé la juventud con una foto suya junto a mi cama”, explica en conversación telefónica Binoche. “De alguna manera siempre fue una presencia familiar para mí. La idea de interpretarla sin embargo era lejana al existir ya la película de Isabelle Adjani. Sinceramente, pensé que nunca la haría”.
Nunca hay que subestimar la tenacidad de una actriz como Binoche: se salió con la suya desmarcándose totalmente del referente cinematográfico anterior e indagando en el tramo final de la vida de la escultora, que malvivió en Montdevergues casi 30 años. Allí perdió su libertad, su belleza y su arte y allí murió un otoño de hace ahora 70 años. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común con otras locas sin cumplir su único sueño, descrito así por ella en una carta a su hermano Paul: “Estoy aburrida de esta esclavitud. Me gustaría estar en mi casa y cerrar bien la puerta. No sé si podré realizar este sueño, estar en mi casa”.
Esas cartas son el único guion que Binoche ha utilizado para preparar su personaje. “Yo tenía que adivinar las secuencias. Igual que Camille no sabía lo que le iba a pasar, yo tampoco. Mis únicos papeles fueron las cartas con su hermano. Camille tenía un mundo interior que yo quería hacer visible, en su cabeza no paran de ocurrir cosas y esas sensaciones, que no se dicen, era importante ponerlas en contacto con el espectador. Era una artista y, como para cualquier creador, la observación era fundamental en su rutina diaria”.
La soledad y la desesperación se hacen presentes de manera sutil en un filme casi gris y casi mudo. “No quería convertir su locura en una caricatura, ella sufría crisis, pero también era una mujer sana. Tenía rachas que iban y venían. Poder expresar con equilibrio su paranoia era muy importante para mí”.
De la mano, Binoche-Claudel se pasean por el manicomio sin apenas hablar, en un delicado trabajo realizado con actores naturales (excepto la protagonista, todas son las internas de un manicomio real) cuya inquietante presencia multiplica la fuerza de lo que se intuye. “Antes de rodar pasamos dos o tres semanas conviviendo con las internas en su espacio. Algunas me llamaban directamente Camille y otras Juliette, aunque todas sabían que yo era actriz. Establecimos un juego muy bonito”.
Recluida a la fuerza, la única rebelión posible de Camille Claudel, su único poder, era negarse a sí misma y por tanto dejar de crear. Lo hizo. Y en los últimos 30 años de su vida no volvió a esculpir. “Camille no quiso volver a crear porque hacerlo hubiese sido dar la razón a los que la mantenían encerrada. Ella se resistió, fue su manera de mantener el control y de mandarles, finalmente, a la mierda”.
La actriz confiesa que no fue sencillo encarnar a una mujer ante el espejo deforme de la locura: “Al principio del rodaje fue difícil porque yo me sentía atrapada por Camille. Me despertaba por las noches aterrada, muerta de miedo. Pero al final fue todo lo contrario, me sentía enormemente feliz. Disfruté mucho toda la recta final y cuando terminamos la película viajé al lugar donde ella había nacido, el lugar al que añoraba volver y al que su familia jamás le permitió regresar. Yo sentía la necesidad de cerrar el círculo por ella. Su recuerdo me obligó a ir hasta el lugar que añoró hasta su muerte. Allí vive un descendiente de su hermano y me gustó conocerlo, hablar con los suyos y visitar la casa familiar. Fue una buena decisión”.
Binoche asegura que no teme pasarse con su trabajo, que si pierde la cabeza nunca será por eso. “Quizá con alguna relación sentimental he podido ir más allá de la razón, es lo más cerca que he estado de este tipo de desequilibrio, pero no con mi trabajo. Al revés, mi trabajo es el que me ha permitido canalizar bien mis emociones hasta llegar a ser una persona, se lo aseguro, bastante calmada y paciente. Es un regalo que me serena”.
Esa misma serenidad que le negaron a una artista amordazada hasta la muerte. Hay una foto terrorífica de Camille Claudel en el manicomio de Montdevergues. No queda rastro de su belleza. Es una anciana prematura con una mueca desagradable en la cara. Imposible reconocer en ella a la joven viva y furiosa que Paul Claudel describió en Mi hermana Camille: “¡No, que esa muchacha desnuda es mi hermana! Mi hermana Camille. Implorante, humillada, arrodillada, esa soberbia, esa orgullosa, así se ha representado a sí misma. ¡Implorante, humillada, arrodillada y desnuda! ¡Todo ha terminado!”.
Babelia
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