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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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La rumba que retumba

Medio siglo después de su aparición discográfica, tenemos un catálogo de la rumba grabada

Diego A. Manrique
Cubierta de 'Achilibook'.
Cubierta de 'Achilibook'.

Lo he escuchado en diversas latitudes, de boca de esos voraces especímenes que buscan el ritmo universal. Vienen a decir: “¿Cómo es que no exportáis algo tan fantástico como la rumba flamenca? ¿No veis que es vuestro reggae?”. Y luego, te hacen peticiones de diccionarios o enciclopedias sobre el género.

Es difícil explicar que, en bibliografía musical, España tiende hacia el tercermundismo. Solo se me ocurren los libros de Marcos Ordóñez (Gato Pérez: tal como éramos) y Juan Puchades (Peret: biografía íntima de la rumba catalana) más, por aquello de ambientarse, El triunfo, de Francisco Casavella.

Así que ¡bendito sea Txarly Brown! Cincuenta años después de su debut en disco, ahora tenemos algo parecido a un catálogo de la arrolladora rumba: hablo de Achilibook (Editorial Milenio). Se subtitula, atención, Biografía gráfica de la rumba en España 1961-1995, y ahí se revelan algunos de sus inconvenientes. El autor, fundamentalista del vinilo, prescinde de casetes y, más grave, de los lanzamientos en CD, de 1995 en adelante.

También es la obra de un excelente diseñador gráfico y se permite algún capricho freak: va a página completa el EP de, glup, La Sansona del Siglo XX, una forzuda que grabó rumbas para Belter (¡naturalmente!). El contenido de Achilibook son las portadas, ordenadas cronológicamente. En los primeros años, cuando el marketing exigía que aparecieran a primera vista las canciones incluidas, no hay mayor problema, aunque en un mundo ideal se habrían reproducido también las contras, donde está la información relevante. El problema es que, según mejoraron estéticamente las carátulas, solo se mencionaba el tema principal y, caso de los elepés, a veces ni eso. Así que, con Achilibook en mano, uno podría hacerse un listado del cancionero grabado por Argentina Coral pero no localizar en qué elepé de Las Grecas está su versión de Achilipú.

Nunca hubo un Bob Marley de la rumba, una figura que conjugara gran repertorio con vocación internacionalista y carisma

Felizmente, Txarly Brown complementa sus 1.100 portadas con un texto introductorio, un repaso del impacto comercial año por año y cápsulas biográficas de los principales grupos y solistas. Hay que asumir, eso sí, las obsesiones de Txarly, más o menos razonadas: la estafa que fue la Transición, el desastre que para la rumba catalana supuso la marcha de algunas discográficas a Madrid, la odiosa movida madrileña, la anglofilia de la prensa especializada, la catástrofe que nos trajo la digitalización de las grabaciones.

Pero Txarly no ha venido a hacer amigos: hablando desde la superioridad moral, se muestra agresivo, incluso hiriente. Su público preferido parecen ser los coleccionistas, cuya jerga internacional utiliza (charts, discos de 7" o de 12"). Háganse un favor: no se lo tomen como algo personal. Después de todo, hasta se puede disculpar su altivez: con todos los peros, Achilibook es una obra colosal, tomo de referencia para colocar al lado de los libros antes citados. Locos maravillosos como Txarly (Carles Closa en su DNI) son los que construyen la memoria histórica de la música pop española, ante la indiferencia institucional.

Mientras lo repasaba, recordaba aquel paralelismo habitual entre melómanos foráneos: que la rumba es el reggae español. Txarly presume de buen conocedor de la fabulosa música jamaicana (el pasado año ayudó a preparar Skanish sound, un recopilatorio sobre la primera entrada del ska en España), pero en Achilibook solo es mencionada de pasada.

No, ese caramelito está lleno de aire. En Kingston, se exploraba el sonido, mientras los rumberos, hasta tiempos relativamente recientes, se desinteresaban por la materialización de su arte en disco: estaban en manos de productores y arregladores todoterreno, que muchas veces ni sabían el tesoro que estaba a su cargo. Los jamaicanos focalizaron su discurso con la retórica del rastafarianismo mientras que los rumberos eligieron otra secta, la Iglesia Bautista Filadelfia, que sí pudo enderezar vidas pero no ayudó precisamente a la música.

Finalmente, nunca hubo un Bob Marley de la rumba, una figura que conjugara gran repertorio con vocación internacionalista y carisma. En todo caso, fueron los franceses Gipsy Kings, que no sabían ni lo que cantaban, los que se llevaron el gato al agua. No quiero extraer la deprimente moraleja.

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