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PURO TEATRO

Aires de comedia

Dos obras de éxito marcan el inicio de la temporada barcelonesa: 'Un aire de familia' y 'El crédit'

Marcos Ordóñez
Àgata Roca, Ramon Madaula, Maife Gil, Jacob Torres, Cristina Genebat y Francesc Orella en 'Un aire de familia'.
Àgata Roca, Ramon Madaula, Maife Gil, Jacob Torres, Cristina Genebat y Francesc Orella en 'Un aire de familia'. David Ruano

1 En otoño de 1994, los excelentes Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri estrenaron Un air de famille en el Théâtre de la Renaissance y se llevaron el Molière a la mejor comedia, que luego fue película, igualmente exitosa. En 2004, Manel Dueso la presentó en el Marquina (Como en las mejores familias) con un reparto formidable: Javier Cámara, Blanca Portillo, Julieta Serrano, Nathalie Poza, Gonzalo de Castro y Pau Durà, que ahora ha dirigido la versión catalana en el Romea (Un aire de familia), cuya traducción firma con Alejandra Herranz. Cuando su estreno, escribí que la obra tenía “la agudeza de observación, la elegancia estructural, la finura de diálogos y la profunda humanidad de las obras de Pagnol o de Eduardo de Filippo”. Han pasado nueve años y sigo pensando y sintiendo lo mismo: Un aire de familia es una preciosa comedia, que funciona estupendamente. La prole titular está gobernada por una madre castradora y terrible bajo un falso perfil benévolo. Hace tiempo que repartió los papeles: el hijo triunfador y el hijo fracasado, la hija rebelde que, a sus ojos, nunca llegará a nada, la nuera tontita, el camarero tras la barra, y ay de quien se salga de la foto. Pero el único que no se mueve es el perro Caruso, que lleva años paralítico en su cesta. No es la previsible comedia de enredos trepidantes, gritos y platos rotos. A los nombres de Pagnol y De Filippo añadiría el de Alan Ayckbourn, tan poco conocido en España. Como el gran comediógrafo inglés, Jaoui y Bacri trabajan con personajes más que con situaciones. La situación, en todo caso, sirve para desvelarlos poco a poco, con muchísimo humor pero sin estridencias. Se nota que Jaoui y Bacri también son actores, porque no hay un personaje sin trastienda. Y se nota que Pau Durà es actor porque reparte el juego admirablemente.

El montaje está cuajado, matizadísimo, sin un punto muerto. El reparto es, de nuevo, sensacional. Los dos protagonistas trabajan a contratipo, porque Orella siempre exhala poder y Madaula nobleza. Pero Orella encarna a Quim, el hermano mayor, el eterno segundón, dueño del bar donde transcurre la historia. Bajo su cáscara (lerdo, iracundo) hay un corazón roto, doblemente roto cuando comienza el relato: siempre superlativo, Orella divierte y conmueve. Ramon Madaula, otro fuera de serie, borda el desagradecido papel de Jordi, el preferido de mamá, un capullo mediocre, obsesionado por una ridícula aparición en una cadena local. Tampoco es fácil el papel de la matriarca, pero Maife Gil sabe olfatear cuando un personaje tiene gatos en la tripa y se lanza a por ella, consciente del regalo. Àgata Roca, una de nuestras más sutiles actrices de comedia, es Elisenda, la aparentemente doblegada esposa de Jordi: para enmarcar, las escenas de baile y la del regalo de cumpleaños. Y en su punto también Cristina Genebat como Bet, la hermana lúcida y áspera, y Jacob Torres como Tomàs, mucho más que un camarero: es el raisonneur de la función, el que sabe, realmente, quién es quién. Hay que aplaudir, igualmente, el impecable decorado de Joan Sabaté. El público agradece una comedia llena de verdad y de vida, y al borde de la tragedia. Será, está siendo ya, un gran éxito.

2 Otro éxito cantado de la recién inaugurada temporada barcelonesa es El crédit, la muy esperada comedia de Jordi Galcerán, que abarrota la Villarroel con una pareja áurea, Jordi Bosch y Jordi Boixaderas. De El crédit solo se puede contar un atisbo de su premisa. Un hombre va a pedir un crédito, el director del banco se lo niega, y el solicitante le amenaza con algo absolutamente inesperado que nadie en su juicio se creería… ¿o sí? Aquí tenemos a un clown y un augusto en una trama que hubiera firmado Francis Veber. O Claude Magnier. En los sesenta, los protagonistas hubieran sido Louis de Funès y Bourvil. En los noventa, Thierry Lhermite y Daniel Auteil. El crédit nació, en un torneo de dramaturgia, como una pieza de 40 minutos. Y se nota, aunque Galcerán haya tardado, cuenta, más de un año en construir la hora restante. La función arranca a toda mecha, pero la situación parece, en mi opinión, alargada, y el interés por los personajes desciende un poco: creí advertirlo, por ejemplo, en la parte de la lección, porque ahí mi atención comenzó a vagabundear. Todo es hilarante, aunque la búsqueda de la carcajada lleva al autor a poner en peligro la toma de tierra, y cuando eso sucede el riesgo es obvio: desconexión. Sin embargo, Galcerán es un maestro del diálogo y sabe sacar oro de gags en los que cualquier otro naufragaría, como la obsesión lingüística del solicitante. Los actores, muy bien guiados por Belbel, son dos máquinas de ritmo y energía, y no aflojan las riendas ni por un segundo. Me gusta que la bobería del director bancario genere una espiral de locura creciente, avasalladora, porque es un enorme placer ver a Bosch jugando a perder los estribos: sus cabreos son antológicos, entre el mejor Landa y Alan Cumming en The good wife. Jordi Boixaderas está también divertidísimo, un poco en la soberbia línea sonámbula de Els jugadors, y, sobre todo, clava la ambigüedad esencial del solicitante, de quien no llegamos a saber si es un loco, un pobre hombre o un rey de la maquinación, como Kevin Spacey en Sospechosos habituales. Es curiosa, ahora que lo pienso, la inversión de roles, porque en su anterior trabajo juntos (La bête, de David Hirson, en el TNC), Bosch hacía de intruso avasallante y Boixaderas de personaje enloquecido por la irrupción.

La escenografía de Max Glaenzel coloca el despacho del banco sobre un lento giratorio que no solo permite ver (para eso se inventaron) a los personajes desde cualquier butaca sino que metaforiza de modo muy eficaz el progresivo cambio de tornas. El final es fantástico: en punta, y con una formidable última frase. Tal vez El crédit promete más de lo que da, pero funciona y arrasará en taquilla, cosa que todos celebraremos.

Tengo muchas ganas de ver también la versión castellana, con Carlos Hipólito y Luis Merlo, dirigidos por Gerardo Vera, en el Maravillas, donde ya se habrá estrenado cuando aparezcan estas líneas. Volveré.

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