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Gana un documental italiano

El jurado presidido por Bertolucci otorga el León de Oro como mejor película a ‘Sacro Gra’ de Gianfranco Rosi. Es el primer filme de no ficción que lo logra

Un crisol conmovedor de voces, rostros y gestos recogidos a lo largo de la carretera que circunda Roma. Es la consagración del cine sobre la realidad, que en esta edición de cumpleaños (donde hubo poco que celebrar), entró en la selección oficial. Y finalmente ganó.

 “El Grande Raccordo Anulare es como un anillo de Saturno: así lo definió Federico Fellini en Roma, oda de amor a su ciudad” —explicaba el viernes Rosi a EL PAÍS— “Roma es un planeta y los 70 kilómetros de autovía que la rodean en un círculo perfecto acaban siendo una frontera, llegar hasta tocarla significa subirse a otra dimensión. El acrónimo aumenta esta dimensión casi mística y por eso decidimos jugar en el titulo con la idea del Santo Grial”.

Atrapados en este anillo Rosi encuentra a sus personajes: personas pintorescas que acaban siendo como vecinos de un edificio: transparente tras su cámara, nunca visible y apenas audible, el director coge de la mano al espectador y le acompaña hasta dentro de algunas casas.

Se visita a través de su mirada el minipiso de protección oficial que comparten un rico y culto señor del Norte con su hija; el castillo bizarro —casi un templo del más extraño camp— donde vive un noble que ama bañarse en una bañera dorada, el hostal de Bed and breakfast donde se realiza una fotonovela romántica malamente interpretada por un actor cincuentón que da consejos a una actriz novata. Entra también en la auto caravana en la que habitan dos prostitutas o en la casita en la que reside, al lado del río Tíber, un agudo pescador de anguilas. Rosi firma un gran reportaje en color, rodado con mano sabia y empatía discreta al tiempo que sincera. Quizás falta un marco común que otorgue un sentido unitario a estos fragmentos.

El León de plata, galardón para la mejor dirección, va al griego Alexandros Avranas por Miss Violence, la durísima historia de un padre que viola a sus hijas y sobrinas y las obliga a ejercer la prostitución. La mano fría y descarnada del director acrecenta la incomodidad y la angustia en el espectador, a medida que va descubriendo todas las miserias de la que, durante los primeros 15 segundos, era una familia de anuncio.

Su protagonista, el actor heleno Themis Panou se llevó la Copa Volpi como mejor intérprete masculino. Mientras que la mejor actriz fue Elena Cotta, la abuela muda y tozuda de la película italiana Via castellana Bandera firmada por Emma Dante, una directora teatral, en su debut en la gran pantalla.

La elección del documental como mejor obra no asombra, hasta había sido nombrada entre las candidatas más probables tras los calurosos aplausos con que fue acogido y, sobre todo, considerado el nivel medio de las veinte películas que aspiraban en esta edición al galardón. Pablo Larraín, director chileno de No (2013) o Post mortem (2010), miembro del jurado y seleccionado ayer por el New York Times entre los 20 jóvenes cineastas más interesantes del mundo, admitió que juzgar las cintas en competición le resultaba difícil: “Le pregunté a Bernardo en qué debíamos fijarnos, qué buscábamos”, contó el jueves, durante una entrevista.

Bertolucci, una persona que de cine algo debe de entender por haber confeccionado obras como Último tango en París (1972) o Novecento (1976), le contestó: “Buscamos placer”. “Creo que es eso”, consideraba Larraín, “buscamos placeres desconocidos".

Siguiendo esta estrella, la decisión final tenía un abanico muy restringido. La mayoría de películas rebosaban de personajes psicópatas, retorcidos, violentos, míseros. Las historias eran turbias, desesperadas, poco tenían de novedosas y demasiado de algo ya visto, en el tema y sobr todo en la ejecución formal de los trabajos.

Menos mal no ganó Tom à la ferme del joven quebequés Xavier Dolan, un blues de soledad homosexual con mucho sexo explícito sin razón alguna. Lo mismo se puede decir del más silbado en la sala: Under the Skin del británico Jonathan Glaze, donde la alienígena sexy Scarlett Johanssen liga con hombres que luego asesina ahogándoles en un extraño líquido oscuro. O el vagabundo de Child of God de James Franco en su debut como director, que defeca en primer plano, en una escena sin efectos especiales. O el violento y rabioso Nicholas Cage de Joe que pega a polícias sin razón y visita un burdel mientras su perro se zampa a otro perro.

La lista de perversiones inútiles y caza-bostezos podría seguir. “Casi da por sospechar que a estas alturas basta con poner una escena extrema en una obra mediocre para que esta acabe siendo seleccionada en un festival”, comentaba Alberto Crespi, importante crítico italiano, que añadía preocupado que este criterio marca una distancia infinita entre el cine cultivado en frío en los certámenes para cinéfilos y los gustos del público, que son los que deberán pagar la entrada.

Una de las pocas bocanadas de oxígeno, en este lienzo infernal que acabaron pintando las obras de la selección oficial, se mereció el premio al mejor guión. Se trata de Philomena del célebre autor británico Steven Frears. Una película bien hecha, con un guión impecable, una reina de la interpretación como Judi Dench y una historia conmovedora.

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