Don McCullin: la paz imposible
El festival Visa pour l’image rinde homenaje en Perpiñán a la leyenda británica del fotoperiodismo
Fue en un café de París donde Don McCullin (Londres, 1935), joven de extracción humilde que había tenido fortuna con unas fotos de sus amigos de Finsbury Park, tomó la decisión de vivir peligrosamente. Mientras pasaba una segunda luna de miel con su primera esposa, Christine, vio en una revista unas fotos de soldados de Alemania Oriental en Berlín saltando sobre unas alambradas. En ese instante tomó la decisión de regresar a Londres, tomar el primer avión a la ciudad administrada por los aliados y convertirse en autoenviado especial. Fue su entrada al fotoperiodismo profesional y a una vida de éxitos y sufrimiento que le llevaría por 120 países.
La anécdota está relatada en Unreasonable behaviour, libro de memorias escrito en los noventa y que, junto con Shaped by war, constituye su testimonio vital. Ahora, esa mezcla de recorrido por el siglo XX y confesión pública de un fotógrafo de guerra que se siente culpable por haber sido testigo de la iniquidad humana adquiere la forma de una gran retrospectiva en el Festival Visa pour l’Image, que se celebra esta semana en Perpiñán.
La antigua iglesia de los dominicos, que normalmente alberga tres exposiciones, ha sido dedicada en exclusiva a esta muestra, que recorre una fracción de su trayectoria vital, desde su primer reportaje en los barrios conflictivos de Londres hasta su reciente obra paisajística. Entremedias, un muestrario/bestiario de la naturaleza humana retratada en las guerras de Chipre, Congo, Biafra, Vietnam, Camboya e Irlanda del Norte, sin desdeñar la pobreza en su propio país.
McCullin, que ha venido por primera vez al festival, ha disfrutado de la compañía de Robert Pledge, comisario de la exposición y presidente de Contact Press, y de John G. Morris, y ha participado en un debate sobre el fotoperiodismo con otra leyenda viva del oficio: el norteamericano David Douglas Duncan.
El homenaje del que es objeto en Visa pour l’Image le ha permitido superar su reticencia a hablar con la prensa y a exponer sus fantasmas. “En la guerra de Biafra”, recuerda, “el día que entré en una escuela y vi a cientos de niños agonizando, pensé que nada podría ser peor que eso. Esos niños deben de haber pensado: ‘Este occidental habrá venido para traernos ayuda’. ¿Y qué le llevé yo a esos niños? Una cámara Nikon. No te puedes imaginar de qué manera me he enfrentado a mi conciencia”.
Herido en varias ocasiones, el reportero tiene también el corazón débil, y sus ojos verdes parecen haberse empequeñecido ante el horror. Menciona la fotografía que tomó en Chipre de una joven recién casada que llora por su marido, muerto en los enfrentamientos durante la guerra. “En una habitación adyacente había dispuestos unos regalos de boda. Años más tarde, cuando murió mi esposa el día de la boda de nuestro hijo, también había regalos de boda en un cuarto contiguo. Pensé, ‘¿Estoy recibiendo una lección por haber invadido el duelo ajeno?’. Bueno, ahora me toca a mí”.
El fotógrafo londinense habla de su breve regreso a Siria el año pasado, de la compasión necesaria y de la dignidad de las víctimas de los conflictos. Y de cómo pasó de ser un aventurero a entender el significado de su profesión. “Cuando empecé a fotografiar era muy ingenuo. Pensaba que la fotografía era maravillosa porque no tenía ninguna responsabilidad política. Qué poco consciente era entonces de que todo lo que cubriría como fotógrafo tendría una vertiente política; en particular, la guerra”.
McCullin, que fue despedido de la revista del Sunday Times tras la compra del diario por Rupert Murdoch, afirma que nos enfrentamos “a una ola de famoseo”, a editores que quieren ver a gente “atractiva, exitosa, rica, trendy… en detrimento del auténtico fotoperiodismo”. Y recuerda cómo dejó de colaborar con el rotativo dominical: “Al poco de llegar, el nuevo director dijo en una reunión: ‘A partir de ahora, en esta revista no publicaremos fotos de niños muriendo’. Semanas después fui despedido”.
Este testigo del siglo XX aclara que nunca ha dejado de sentirse vulnerable. “Siempre he sido un poco ateo porque mi padre murió cuando era niño y me enfadé con Dios. Pero puedo asegurar que cuando he tenido la muerte cercana, en plenos combates, le he rezado a Dios pidiéndole que me diera otra oportunidad”. Y añade, dirigiéndose a los periodistas: “Todos vosotros lo haríais, os lo aseguro”.
Babelia
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