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BACALAR / Y 5

Carta

Perdóname la licencia, tu egoísmo rebasa cualquier límite. El mundo no gira alrededor de ti

Eva Vázquez

Querido hijo.

Te he escrito varias veces a lo largo de tu vida, sobre todo desde que empezaste a viajar por el mundo. No sé si lees mis cartas. Muchas veces he tenido la sospecha de que haces todo cuanto está en tu poder para extraviarlas apenas enterarte de su contenido. Por eso te pido que pongas toda la atención en esta. No solo se trata de ti y de mí, es el futuro de tus hijas y su salud mental lo que en este momento me preocupa. Nunca has sabido contenerte. Cuando tu padre quiso que entraras a un colegio militar para doblegar la insumisión que mostraste desde tu niñez, defendí tu derecho a llevar el pelo largo, a andar descalzo y a vestirte como te diera la gana. Si te soy sincera, nunca he dejado de preguntarme si tuve razón.

Como te he dicho antes, me siento muy orgullosa de lo que has logrado hacer con tu carrera. Tienes talento y has sabido moverte en un ambiente complejo y sofisticado. Sin embargo, perdóname la licencia, tu egoísmo rebasa cualquier límite. El mundo no gira alrededor de ti. A tus cuarenta y cinco años sería hora de que aprendieras a ver que existen otras personas y que tienes ciertas obligaciones con tus hijas. La madre de Uma es una mujer responsable y se ha ocupado de ella. Las dos menores, en cambio, han tenido una educación escolar deficiente. Supuestamente ibas a formarlas tú mismo y lo único que has conseguido es convertirlas en unas inadaptadas. ¿Te has preguntado si lo que reciben de ti les va a servir para sobrevivir en el mundo, no en el tuyo sino en el que existe fuera de tu casa y de tu imaginación?

Eres mi único hijo y sabes que te quiero sobre todas las cosas. Pertenecemos a dos generaciones muy distintas y entre nosotros existe un abismo ideológico. Lo que para ti es natural, para mí es simplemente impensable. Aun así apoyé tu estrambótica idea de instaurar en mi casa una comuna con tus dos esposas y sus respectivas hijas. Considero un privilegio haber convivido ese tiempo con mis nietas; especialmente con Uma, a quien conocía menos. Quizás por la estabilidad que recibió de su madre o por haber vivido alejada de ti, es una chica de una madurez excepcional. Con toda la delicadeza del mundo, puso estructuras y horarios en esta casa donde tanta falta hacían. Sus hermanas la apoyaron y con mucha razón. Al principio creí que Uma estaba influyendo en ti de manera positiva. Me enterneció, no te lo niego, que hicieras tantos esfuerzos por complacerla. Sé muy bien que no aceptas órdenes de nadie y, sin embargo, por ella moderaste tus excesos alcohólicos, tus arranques de malhumor. Me conmovía encontrarte por las noches recostado sobre su hombro, mientras ella leía en el sofá de la sala. Pensé en todos los años que habían estado lejos y llegué a desear que, al terminar el bachillerato, Uma pasara varios años con nosotros como era tu intención. Pronto me di cuenta de mi ingenuidad. Me alarmé la primera vez que te descubrí mirándola sobre la arena con esa expresión que ya no era dulce sino de franca lujuria, pero no dije nada. Pensé que, a fin de cuentas, los hombres no discriminan su deseo. Lo que nunca sospeché fue hasta dónde llegaría tu debilidad por ella. Te mostraste manso —como jamás te había visto actuar— a todos sus designios y recomendaciones, y yo pensé que era gratuito, que no había ninguna estrategia detrás. Luego te encontré, en varias ocasiones, apostado tras la ventana del baño, justo al volver de la playa, esperando el momento en que ella entraría a la ducha para enjuagarse el bikini. Conozco muy bien esa expresión determinada con que la observabas. Te la he visto muchas veces. En general consigues lo que deseas y no siempre es para bien. Fue entonces cuando me mudé a su habitación, no porque hubiera encontrado un nido de alacranes junto a mi cama, como aseguré esa noche, sino porque te sentí acechándola. Fui yo la responsable de que Uma volviera antes de lo previsto a París. Llamé a su madre y, tras explicarle la situación, le pedí que adelantara su billete. Eres mi hijo y ella mi nieta. Los amo a los dos y por eso no voy a permitir que cometas ningún crimen. Te lo aseguro, llegaré a los tribunales o hasta donde sea necesario para impedir que le hagas daño.

Lo que pasó en Bacalar el verano pasado es inadmisible. Estoy convencida de que tampoco fue fácil para ti y por eso te ruego que busques algún tipo de ayuda para solucionarlo. Si no confías en los psicólogos ni en los psicoanalistas, recurre al menos a un brujo o a un curandero que te enseñe a controlarte.

Guadalupe Nettel es escritora mexicana. Su último libro es El matrimonio de los peces rojos.

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