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Crónica
Texto informativo con interpretación

Elvis sigue siendo el rey

Elvis Costello rubrica un concierto memorable en el Price, pero con abrupto remate a las 23.30 por imperativo municipal

Hay que atesorar mucha sagacidad y grandes intuiciones fisonómicas para deducir que el caballero de atuendo oscuro que embrujó anoche el Circo Price se encuentra al borde de los 59 años. Porque ese hombre estiloso que disimula con el sombrero las insuficiencias capilares y permanece fiel, casi cuatro décadas después, a las gafas de pasta negra se hizo ayer merecedor de una cascada de epítetos: eufórico, enérgico, divertido, lúcido, comunicativo, sensible. Desgranó una canción tras otra sin la más mínima tentación de racaneo, encantado de que 2.066 pares de ojos le auscultaran cada acorde. Fue capaz de tirarse diez minutos cantando entre el público de la pista, sin equipo de seguridad que le separase de los fieles, encandilando a la población femenina con ese She que le tomó prestado a Charles Aznavour. Y planteó un permanente reto a los fieles a la hora de desentrañar todos los títulos de la velada, ya que conserva la saludable costumbre de no repetir jamás el mismo repertorio.

Su actitud equivale a la de un jovenzuelo entusiasta, pero acumula cerca de 40 entregas en su discografía y no resulta sencillo completar la quiniela. En efecto: Elvis Costello solo hay uno. Y, a juzgar por su casi ostentosa demostración de poderío que nos legó anoche, sigue siendo el rey. Lástima que se topase de bruces con esta pacata administración municipal, que obliga a finalizar los espectáculos en el Price a las 23.30 sin prórroga posible. El de Liverpool nos endosó 22 composiciones casi sin respiro, obvió el paripé de los bises y, cuando miró el reloj, tuvo que encogerse de hombros y abandonar el escenario mientras se pasaba el índice por el cuello. Un bochorno, vaya: tal y como estaban de involucrados los músicos y con el ambiente de euforia que se respiraba en el recinto nos perdimos un colofón con visos de apoteosis.

Costello y sus imparables The Imposters (los Attractions de siempre, salvo por el bajista) juegan en esta gira con una baza deliciosa: en ausencia de un disco nuevo que presentar, pueden regodearse sin restricciones en un repertorio que se remonta a 1977. El arranque, con Turpentine y Beyond belief, se resintió de un sonido extrañamente embarullado, pero a partir del cuarto tema, el magistral Everyday I write the book, la maquinaria ya había concluido la fase de engrase. Y la balada Either side of the same town, que no figura entre las habituales, le permitió a nuestro querido gafotas demostrar que su voz quebrada y vibrante no ha hecho sino engrandecerse en todo este tiempo.

La solvencia de los músicos -en particular ese Steve Nieve que alterna piano de cola, teclados y órgano con voracidad febril- permite abordar todo el abanico de estilos del enciclopédico Declan MacManus: la pícara sensualidad de My all time doll (dedicada a su Diana Krall, evidentemente), el irresistible acento jamaicano en Watching the detectives, el pulso casi latino de Episode of blonde, la evocación de los años veinte en A slow drag with Josephine, el aliento inmensamente nostálgico y jazzístico de Jimmy standing in the rain y esa avalancha final de new wave gamberra que integraron, sin descanso, Oliver’s army, I don’t want to go to Chelsea, Pump it up y What’s so funny about peace, love and understanding, con la inmensa balada I want you abrasándonos entre medias. Solo quedó la sensación de que en Shipbuilding, melodía tan bellísima como intrincada, Costello sufría algún apuro con la afinación.

La magia fue palpable y manifiesta hasta que la incongruencia municipal dejó a todo un Elvis Costello con la palabra en la boca. Pero el autor de Alison (una de las que nos quedamos sin escuchar) tuvo tiempo de pronunciar un breve y emocionantísimo parlamento en homenaje a las víctimas del tren compostelano, una deferencia que no se les ocurrió ni a su esposa el jueves ni a Mark Knopfler el viernes. Costello les dedicó a los fallecidos Stations of the Cross y dejó una reflexión en el aire: “¿Es necesario seguir emitiendo sin cesar, ralentizada y hasta en sentido inverso, la secuencia del descarrilamiento? ¿Alguien ha pensado en el dolor que suponen esas imágenes para quienes tuvieran a un ser querido dentro de ese tren?”. Los auténticos reyes demuestran así su grandeza: en cada verso, en cada estribillo e incluso en los fugaces instantes entre canción y canción.

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