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¿Qué pintan las figuras en Pamplona?

Si saben que en Pamplona se lidia el toro grande y ellos están convencidos de que ese no embiste, ¿por qué se anuncian en la feria?

Antonio Lorca
El diestro Alejandro Talavante, dando un pase al primer toro de su lote, ayer en Pamplona
El diestro Alejandro Talavante, dando un pase al primer toro de su lote, ayer en PamplonaLuis Azanza

El toro que se elige para San Fermín es grande, serio, con cuajo y pitones. A veces, muchas veces, van a Pamplona toros fuera de tipo del encaste que le es propio por la exigencia de la plaza. Y a veces, muchas veces, esos toros no embisten o no lo hacen todo lo bien que se puede esperar de su famosa y contrastada casa. Y entonces es cuando las figuras dicen que ese toro, con esas hechuras, no puede embestir y justifican así su fracaso sanferminero.

 Pero la pregunta es obvia: si saben que en Pamplona se lidia el toro grande y ellos están convencidos de que ese no embiste, ¿por qué se anuncian en la feria? Es más, si se va a San Fermín es para jugársela; porque para tirar cuatro líneas, poner cara de pocos amigos, culpar al toro del fracaso… para eso, mejor quedarse en casa.

Algo de esto ocurrió en la cuarta de feria. Se anunciaban toros de Victoriano del Río, que tanto gustan a señores como Morante, El Juli y Talavante. Pero eran muy serios —los toros— y ninguno salió artista; a excepción de los dos primeros, tuvieron movilidad y recorrido en la muleta, pero no eran pastueños ni bombones; por el contrario, exigían toreros con mando, que hicieran las cosas muy por derecho, y que estuvieran dispuestos a jugarse el tipo. Cuatro toros embistieron, con distintas dosis de calidad, y ninguno sirvió a las figuras. ¿Qué pintan, entonces, estos señores en feria tan singular?

Ficha

Del Río/Morante, El Juli, Talavante

Cinco toros de Victoriano del Río y uno, el sexto, de Toros de Cortés, muy bien presentados y mansurrones; deslucido el primero; agotado el segundo y con casta y movilidad los demás.

Morante de la Puebla: dos pinchazos, media atravesada, cinco descabellos y el toro se echa (pitos); tres pinchazos y media (silencio).

El Juli: pinchazo y estocada trasera y baja (silencio); tres pinchazos, media y dos descabellos (silencio).

Alejandro Talavante: pinchazo, estocada baja y dos descabellos (ovación); media tendida y dos descabellos (silencio).

Plaza de Pamplona. 10 de julio. Cuarta corrida de feria. Lleno.

Quede claro, pues, que con todas las comillas que se les quieran poner a las actuaciones de los tres, Morante, El Juli y Talavante dieron un petardo en Pamplona; porque un petardo es no estar a la altura de las circunstancias, estar por debajo de las condiciones de sus toros, dar pases siempre fuera de cacho, al hilo del pitón y despegados; y un petardo es entrar a matar echándose fuera con todo el descaro del mundo, como hicieron ayer Morante y El Juli.

¿Que estos toros no eran para Morante? Pues seguro que no, pero si es verdad que estuvo justificado ante el deslucido primero, no fue así en el cuarto, al que probó por ambos lados sin apreturas, no expuso un alamar y acabó dando un mitin con la espada, alargando el brazo hasta extremos cómicos. Este torero artista, que lo es y en grado sumo, requiere, ya se sabe, de un animal hecho a la medida, y el de ayer no lo era. Pero la culpa, que conste, no fue del toro, sino de su corta motivación.

Recibió con airosas verónicas El Juli al segundo y quitó después por vistosas chicuelinas con el compás abierto que hicieron albergar la mejor esperanza. Tiró bien de la embestida en la primera tanda de redondos, pero el animal se rajó, se apagó, se agotó y el gozo quedó en un pozo.

Pero se movió y mucho el quinto, otro toro de enorme trapío, y El Juli, que es torero poderoso, le dio muchos pases, pero aquello no ganaba en intensidad. ¿Qué estaba pasando? Sencillo: se erigió en el torero ventajista de antaño, citaba y citaba al hilo del pitón y su labor resultó triste y anodina. Para colmo, entró a matar con más precauciones que Morante, con lo cual está dicho todo.

Y el mejor lote, para Talavante. Comenzó muy bien su faena al primero: por estatuarios, otro por la espalda, un pase del desprecio y rematado con el de pecho, templadísimo todo. La plaza vibró de verdad. Pero ahí se acabó su tauromaquia. A partir de entonces, vulgaridad, pegapasismo imperante, todo muy despegado y sin mando alguno. Y los dos toros embistieron de lo lindo. Él sabrá, se supone, de quién fue la culpa, pero es difícil estar peor que Talavante en San Fermín.

Lo dicho: ¿qué pintan las figuras en Pamplona?

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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