‘Passion Play’: juego de dobles
La obra cumbre de Peter Nichols ha vuelto al West End (Duke of York's) Brillante y desoladora crónica de un adulterio, es de destacar el trabajo de los actores
La trayectoria reciente de Peter Nichols, uno de los grandes nombres del teatro británico de los setenta, parece caracterizarse por muy aislados estrenos, seguidos de largos silencios y reposiciones a pares. Su última función fue la autobiográfica Lingua Franca (2010), con buena acogida crítica pero escaso público. En cuanto a las “reposiciones a pares”, en 2003 volvieron a verse A day at the death of Joe Egg (1967) y Privates on Parade (1977), y este año, justo una década después, han vuelto Privates (que Michael Grandage remontó en primavera con Simon Russell Beale, en el Coward) y Passion Play (1981), su pieza más conocida (y compleja), que he visto en el Duke of York’s, dirigida con mano maestra por David Leveaux. A primera vista, Passion Play parece la típica comedia de adulterio, pero escapa de lo previsible gracias a un procedimiento tan sencillo como brillante. James y Eleanor, sus protagonistas, son un matrimonio de clase acomodada que ha cumplido sus bodas de plata. Él es un restaurador de cuadros que trabaja para grandes coleccionistas; ella canta en un coro y da clases de piano y voz. Sus vidas parecen inamovibles hasta que Kate, una fotógrafa veinteañera con más peligro que un tifón tropical, seduce al marido. Tras ese tórrido encuentro, James vuelve a casa acompañado por un tipo que viste y camina como él y que en el programa figura bajo el nombre de Jim. Bastan unas pocas frases (“dile que llegas tarde por el tráfico. No, mejor cuéntaselo todo. Quiero que se lo cuentes”) para adivinar que se trata de un alter ego que dice en voz alta lo que James piensa y siente, pero que (de momento) solo nosotros percibimos. Casi al final del primer acto, cuando se descubre el adulterio, aparece Nell, la doble de la esposa: es ella quien lee en voz alta la carta fatal, mientras Eleanor trata de aparentar compostura ante Agnes, presunta amiga (y tremenda arpía) que está gozando lo indecible con la noticia.
Entre finales de los setenta y los primeros ochenta, Pinter, Nichols y Stoppard coincidieron, curiosamente, en el tema del adulterio, y cada uno utilizó un ingenioso artificio: Pinter contó Betrayal (1978) en cronología inversa, Stoppard recurrió a “la obra-dentro-de-la-obra” en The Real Thing (1982) y Nichols siguió la pauta antedicha. De esas tres estupendas piezas, Passion Play me parece la más original y la que cala más hondo.
Pinter, Nichols y Stoppard coincidieron, curiosamente, en el tema del adulterio, y cada uno utilizó un ingenioso artificio
Arranca casi en clave de comedia —Alan Ayckbourn hubiera podido firmar su premisa—, pero no hay que confiarse, porque a) poco a poco, los dobles adquirirán vida propia en un alucinado juego de espejos y b) la espiral de mentiras y la distancia entre la pareja generará muy elevadas cotas de dolor. No voy a desvelar las acciones de los dobles, pero sí destacar tres escenas de absoluto virtuosismo: el momento en que, tras la segunda gran mentira, “originales” y copias se enzarzan en una polifonía de acusaciones; la terrible respuesta de Nell a la insostenible situación, y la desolada fiesta navideña que cierra la obra con In the Bleak Midwinter como idónea banda sonora. La extrema habilidad formal de Nichols acabaría provocando una cierta fatiga si no estuviera acompañada, como decía antes, de una creciente temperatura emotiva: así, la segunda parte se centra en el proceso de demolición del matrimonio (casi a la manera de Bergman), con la traición como una metástasis, pero, sobre todo, el progresivo hundimiento de Eleanor, conmovedor y sin un átomo de sentimentalismo.
Passion Play obliga a un endiablado tour de force actoral: felizmente, la producción del Duke of York’s cuenta con un elenco superlativo. Owen Teale (Alliser Thorne en Juego de tronos) borda el desagradecidísimo rol de James, que bajo su aparente bonhomía acaba revelando una naturaleza gélida e hipócrita, mientras que a Jim (Oliver Cotton) le corresponde el vitalismo y el impulso sexual desencadenado. Más difícil resulta el desdoblamiento de Eleanor, que corre a cargo de la inmensa Zoe Wanamaker, capaz de interpretar con igual potencia a Electra, a la Serafina de La rosa tatuada, a la Beatrice de Mucho ruido para nada o a la Hildy Johnson de His Girl Friday, para citar tan solo algunos de sus grandes trabajos. Samantha Bond muestra espléndidamente el turbulento malestar de Nell, pero Zoe Wanamaker arrasa porque está obligada, tras la furia inicial, a trabajar desde la contención absoluta. Precioso, conmovedor personaje, demolida porque creía que James y Kate eran gente de fiar, al igual que Agnes (Sian Thomas), su amargada y vengativa amiga. En el momento en que Zoe Wanamaker, sin apenas mover un músculo de la cara, dice “He’s half my life”, entendemos perfectamente que cuando ya no puede confiar en esa otra mitad, su identidad se venga abajo para siempre.
¿Qué le falta a Passion Play para ser una obra maestra? Yo echo de menos que Nichols no le concediera a Kate otro alter ego para que pudiéramos conocerla mejor: hay un fondo oscuro y tortuoso cuyos motivos no llegan a adivinarse. Annabel Scholey exhala sensualidad y está perfecta en el papel, aunque lo cierto es que tiene poca tela que cortar. Parece haber sido concebida como una depredadora sexual (y serial) pura y dura, apenas redimida por su hedonismo: bien podría soltar el “no soy mala, es que me dibujaron así” de Jessica Rabitt.
La estructura es eminentemente musical, con sus polifonías, sus fugas y sus motivos recurrentes
David Leveaux ha orquestado la función como un director de orquesta siguiendo una partitura. Esto suele ser un cliché crítico, pero en este caso viene al pelo porque la estructura de Passion Play es eminentemente musical, con sus polifonías, sus fugas y sus motivos recurrentes, sin olvidar que muchas escenas culminan, como pide el texto, con inflamados pasajes de la Pasión según San Mateo, de Bach, o los Réquiems de Mozart y Verdi, otro procedimiento que podría resultar cansino (o simplemente pomposo), pero que aquí funciona de maravilla. Sobran, en cambio, algunas obviedades sonoras de la puesta, como la de echar mano de truenos lejanos cada vez que se avecina una tormenta conyugal. Passion Play es algo cada vez más raro de ver en el teatro de hoy: un drama adulto, que requiere un público dispuesto a escuchar unas cuantas verdades incómodas.
Passion Play. Peter Nichols. Dirección de David Leveaux. Intérpretes: Zoe Wanamaker, Owen Teale, Oliver Cotton, Samantha Bond, Sian Thomas y Annabel Scholey. Duke of York’s Theatre. St. Martin’s Lane. Londres. Hasta el 3 de agosto.
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