“En el colegio, me cantaba encima”
Entrevista con Miguel Poveda: cantaor que no quiere ser maestro
Pregunta. Un flamenco como usted, que homenajea a los poetas del exilio, sabrá que también hay fugas interiores.
Respuesta. Cuando en la vida te imponen límites, barreras, te metes hacia adentro.
P. ¿Se está mejor allí?
R. Claro, es donde uno quiere. Yo desde chiquitito andaba encerrado en mi cuarto entrando en el mundo fascinante del flamenco,
P. ¿Qué decían sus amigos?
R. No tenía tantos. Hasta que descubrí a gente que le gustaba lo mismo y a ellos me pegué sin miedo a que me dijeran hortera.
P. Pues si algo caracteriza a Poveda, es el buen gusto. ¿Cómo se cultiva eso?
R. Disfrutando de todo. De Bambino, que era el artista que más le gustaba a mi madre, a la ranchera mexicana pasando por los boleros, la copla…
P. ¿Y los poetas?
R. Eso vino después. Le tengo que agradecer a la música y a mis viajes haber aprendido eso que en el colegio no me interesaba. Yo me pasaba el tiempo en clase fantaseando, divagando…
P. ¿Cantando por dentro?
R. Exactamente, ¿cómo lo sabes? Me cantaba encima.
P. ¿Y olía?
R. Bien, olía bien.
P. ¿La vida va en serio, que diría su Jaime Gil de Biedma?
R. Sí. Y sobre todo hay que relativizar, más en el mundo del arte que hay tanto ego y envidia. Somos como las cucarachas: naces, te reproduces y mueres.
P. Y en medio, como usted, algunos triunfan.
R. Bueno, uno sale ante el público y todo puede ir bien, pero si tienes problemas y te duele la vida, el amor, pasas más tiempo en eso que en el escenario.
P. ¿El dolor para un flamenco es bueno o malo?
R. Bueno, para expresarse artísticamente. Canto mejor.
P. ¿Qué le duele hoy?
R. Uy, entramos en terrenos íntimos: me duele el amor…
P. Expláyese.
R. Cuando es tu motor, falla, pero tengo la suerte de salir a cantar y desahogarme.
P. ¿Qué pasa? ¿Que no le quieren o que quiere demasiado?
R. Que quiero demasiao, a ver si me explico…
P. ¿En cantidad o en calidad?
R. En calidad, que es algo que le deja a uno más tranquilo.
P. ¿El flamenco se vuelve pureza impura?
R. Pues sí, yo soy un flamenco sin maniatar. La pureza tampoco me gusta, me suena a Hitler, el que no sea rubio y tenga los ojos azules, pum, fuera. Flamenco es mestizaje. ¿Dónde está la pureza?
P. ¿Hay que ser buena gente para cantar?
R. Sí, porque todo lo feo se transmite. Y a mí no me gusta esa pelota de barro que se ve en algunos. Prefiero que canten peor y se les note buenos.
P. ¿Qué le repugna?
R. La envidia, la mentira y lo maquiavélico.
P. ¿Qué le fascina?
R. El arte, contemplar a los grandes, a Lola Flores, la Niña de los Peines o a Bambino, al Mono de Jerez, a Moraíto, a Camarón, a Morente…, y comer con Carmen Linares.
P. De niño se sentía incomprendido. Ahora que le comprenden tanto, ¿qué le ocurre?
R. Me siento un privilegiado y me reto a mí mismo. Sé que hay alguien al otro lado que me ayuda: mi padre. Murió. Lo llevo como un engaño. Esos seres especiales no desaparecen, yo, a mi padre, me lo metí dentro.
P. Ha cumplido 40. ¿Se siente más niño o más viejo?
R. ¡Hostia! No me lo había planteado, los años van más rápido que uno mismo. No me veo de 40. Tengo mucho que aprender. Yo me apunto, como dice un amigo, al bautizo de una muñeca. Hasta lo malo que he hecho lo he hecho con buena voluntad.
P. Con 25 años de carrera, ¿le puedo llamar maestro?
R. Noooo. Primero, por coquetería, me hace mayor. Segundo porque los maestros son otros.
P. ¿Qué le hiere?
R. La envidia. No me gusta. Uno dice, mejor que te tengan envidia que pena, pero no, a mí no me gusta. Nada.
P. Hay envidia de la buena.
R. Claro, yo envidio a esos modelos que tienen cuerpos perfectos y a la gente anónima. La fama la llevo mal, me da corte.
P. ¿Mejor solo?
R. No me gusta la soledad de no pareja, es una dependencia feísima, pero no la quiero. Soy así.
P. ¿Posesivo?
R. No… Bueno, hay cierta posesión de algo que nos pertenece.
P. ¿Tenemos derecho a creer que algo es nuestro?
R. ¡Hombre, sí! Hay una parte del otro que te pertenece. Sin celos, porque no me gusta serlo ni que lo sean conmigo.
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