Al entierro con una gran carcajada
Mañana, por 2,95 euros con EL PAÍS, la comedia británica ‘Un funeral de muerte’
Frank Oz es un grande del cine. No solo como director, con títulos como Cristal oscuro, Un par de seductores, In & Out, La tienda de los horrores o Bowfinder, el pícaro (por mencionar las buenas); no solo por ser el amigo de John Landis que le proporciona la buena suerte; no solo por haber crecido profesionalmente a la sombra de Jim Henson (fue el primer manipulador y doblador de Miss Daisyy del oso Fozzie en Los teleñecos, y del Monstruo de las Galletas, Blas y Coco en Barrio Sésamo). Cuando Oz —nacido en Reino Unido de padres titiriteros pero criado en Estados Unidos— fallezca, y esperamos que aún pase mucho tiempo, lo primero que recordarán todos los aficionados será que él es Yoda, maestro de jedis: Oz manipuló y puso la voz al muñeco en la primera trilogía de Star wars, y dobló a la creación digital en la segunda trilogía. Oz es Yoda; Yoda es Oz.
Pero efectivamente Frank Oz ha hecho más cosas en la vida. Y una de las mejores fue recuperar su pulso como director, tras la pésima Las mujeres perfectas, con esta Un funeral de muerte (2007), una delirante trama alrededor del entierro del patriarca de una familia británica de aúpa. El guion de Dean Craig es sencillamente fabuloso: rencores entre hermanos, novios de primas muy colocados a su pesar, todos los típicos jaleos familiares que enturbian el luto. Finamente interpretados, bien dirigidos, con diálogos armoniosamente engrasados. Y luego está Peter.
Cuando Craig escribió el personaje de Peter, solo lo describía como el invitado sorpresa en el duelo: el amante secreto del fallecido patriarca familiar, que tras descubrir que no aparece en el testamento quiere chantajear a los hijos con unas fotos explícitas. Ya era por sí solo una joya cuando llegó Peter Dinklage a las pruebas de reparto. Con su 1,35 metros de estatura, Dinklage ya era medianamente conocido gracias a Vías cruzadas (The station agent) y Elf. Es un actor férreo, muy serio, y su rostro duro y su pequeña estatura le dieron otra vuelta al papel.
El éxito de Dinklage —ahora famosísimo gracias a su Tyrion Lannister de Juego de tronos—, su fusión con el personaje sobrepasó la coincidencia de nombres. Cuando tres años más tarde hubo versión hollywoodiense de Un funeral de muerte, Dinklage fue el único del reparto que repitió. El lamentable remake lo dirigió Neil LaBute, en horas realmente bajas, y de aquella terrible película —por cierto, se hizo incluso antes otra versión en Bollywood— solo se salvaba Dinklage. Por cierto, Frank Oz cuenta que el actor se metió tanto en el personaje que nunca se rió en plató: de ahí que en los títulos de crédito, en el que aparece todo el reparto carcajeándose, el único que falta es Dinklage.
Un funeral de muerte devuelve al espectador la rememoranza a la gran tradición de la comedia británica, a las obras de la productora Ealing, a Pasaporte a Pimlico, Whisky a go-gó, El hombre del traje blanco, Ocho sentencias de muerte o El quinteto de la muerte, una línea cómica que ha tenido estallidos aislados de genio como Un pez llamado Wanda o Despertando a Ned (Monty Python aparte), y que devolvió a Frank Oz a sus raíces inglesas, a un humor que de puro especial deviene en universal.
Babelia
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