Inquietante como la vida misma
"Me atrevo a afirmar que estamos ante el espectáculo operístico más desgarrador e inteligente de esta temporada en el coliseo"
No pasa el tiempo por algunas óperas. Títulos como Otello , de Verdi, o Wozzeck , de Alban Berg, parecen compuestos hace unas horas, gracias a su intensidad musical y a su actualidad temática. Bien es verdad que la sombra de Shakespeare, matizada por Boito, o la de Georg Buchner, las arropan teatralmente. En lo que va de junio se han presentado dos versiones colosales de estas óperas fundamentales de la historia lírica en Valencia y Madrid. La ópera, en estas representaciones, trasciende sus propias fronteras, y se erige por derecho propio en espejo cultural de la sociedad. Con todo lo que eso lleva consigo.
Para que un fenómeno así se produzca hay que partir de una conexión profunda entre teatro y música. Las dos óperas citadas la tienen. Y alcanzan además la categoría, cada una en su estilo, de obras maestras absolutas. Centrándonos en Wozzeck , me apresuro a decir que su interés no se limita exclusivamente a los aficionados a la música, ni siquiera a los del teatro, sino que se extiende a toda la sociedad con inquietudes culturales. En menos de dos horas -la obra se desarrolla sin interrupción-, y gracias a un trabajo depurado de Sylvain Cambreling, la música alcanza cotas narrativas estremecedoras, tanto en las cinco piezas de carácter, que componen un hipotético acto primero, como en la sinfonía en cinco movimientos, que sostiene el armazón musical del segundo, o en las seis invenciones sobre temas, notas, ritmos, acordes o tonalidades, que soportan la tensión del desenlace. La orquesta está espléndida y asimismo el coro en sus breves intervenciones. Hay un trabajo de dirección musical contrastado y preciso, y así la sensación emotiva en el desarrollo del drama llega a niveles, digámoslo así, de un puñetazo en el estómago.
El reparto vocal asume desde los más mínimos detalles sus responsabilidades teatrales. Todos los cantantes se desenvuelven con enorme soltura como actores, desde un soberbio Simon Keenlyside, pletórico de sutileza y expresividad, en el protagonista que da título a la obra, hasta una Marie con empuje y gran personalidad a cargo de Najda Michael. Jon Villars, como Tambor Mayor, o Gerhard Siegel como Capitán, bordan sus cometidos dentro de un reparto homogéneo y equilibrado.La puesta en escena de Christoph Marthaler y Anna Viebrock es sobrecogedora, dada su actualidad y a la elevación de la estética cotidiana, con sus elementos de vulgaridad, a categoría de genialidad expresiva. Se desarrolla toda la acción en una especie de cantina rodeada por una guardería, en la que los niños juegan continuamente con balones de plástico, canastas de baloncesto, muñecos, trampolines y otros objetos, ampliando metafóricamente en el tiempo la permanencia del drama entre oprimidos y opresores. La dirección teatral es magistral por su culto al detalle y por su reflejo de unas realidades que se modifican en apariencia pero que no cambian en esencia con el paso de los años. Así este Wozzeck es de una actualidad demoledora, situándose entre los grandes trabajos para la escena de Marthaler y su equipo, a la altura de Pelléas y Mélisande en Francfort, La bella molinera en Zurich y Dortmund, las óperas de Janácek o el Cuarteto para el fin de los tiempos en Salzburgo, La vida parisiense en Berlín o la particular versión de La coronación de Popea que se pudo ver en Madrid en 2006 dentro del Festival de Otoño.
Escribo a bote pronto por la urgencia del tiempo, pero me atrevo a afirmar que estamos ante el espectáculo operístico más desgarrador e inteligente de esta temporada en el Real. Considero asimismo que el Otello de Valencia con Zubin Mehta va a hacer historia en la ciudad del Turia. Tener a la vez dos propuestas líricas semejantes en funcionamiento en nuestro país es algo que ocurre muy raras veces. Créanme, aunque sea solamente una vez: no se las pierdan.
Babelia
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