Recuerdo
El accidente del Yak-42 regaló una estampa demoledora sobre cómo la ocultación de la verdad podía convertirse en la prioridad del poder
La historia suele escribirse bajo el esfuerzo de simplificación. El paso del tiempo precisa que las tramas queden inmortalizadas de una manera tan clara y asequible para las generaciones venideras, que en el camino se pierde la complejidad. Los medios contribuyen a esa lectura esencial, porque viven bajo la dictadura del titular y el resumen telegráfico. En la derrota del Partido Popular en 2004 se ha terminado por conceder toda la potencia del vuelco electoral a los atentados del 11 de marzo. La gestión de la información acabó por agitar las conciencias camino de las urnas. Pero no conviene olvidarse de otros hitos que prepararon el terreno para que los ciudadanos anduvieran con ojo ante las versiones oficiales, precipitadas y utilitaristas, que el Gobierno ofrecía en cada ocasión de apuro.
El accidente del Yak-42 regaló una estampa demoledora sobre cómo la ocultación de la verdad podía convertirse en la prioridad del poder. Al ejercerse esta maniobra de despiste sobre los cadáveres de más de 60 militares, con familiares identificados con la vocación de los suyos, en pleno drama personal y bajo las banderas a media asta de los funerales de Estado, parecía sencillo que las hojas secas de la historia se posaran con calma sobre ese episodio. Pero el descaro y la desvergüenza de las identificaciones de urgencia, la prisa en alejar la mirada colectiva sobre los tejemanejes de los realquileres de vuelo y la prepotencia con que las más altas autoridades trataron de callar a las familias, empezó a resquebrajar la unidad ante la tragedia.
Diez años después aún puede Aznar seguir jugando a venderse como el Special One de la política española, también pueden los responsables de la gestión posterior al accidente presumir de una carrera inacabable a costa del erario público y los indultos venir a condecorar las impunidades, pero persiste la fisura en la lectura simplista de aquellos tiempos de cambio. La dignidad herida de los familiares, su brutal encuentro con la verdad entre las ruinas de un monte perdido en la niebla, las lágrimas ante las tumbas equivocadas porque los intereses obligaban a pisar el acelerador, mantiene con vida el terco recuerdo que no acaba de satisfacerse del todo con la lectura oficial que el futuro nos propone.
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