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El funk sale de las favelas de Río y conquista a la clase media

Juan Arias

La música funk, que en Río sacudió durante mucho tiempo las favelas más violentas y se convirtió en el ritmo del demonio, ha salido del gueto y está conquistando el asfalto de las zonas más adineradas de la ciudad, como Copacabana.

Las familias de clase media temían el funk y trataban de alejar de él a sus hijos adolescentes, a los que al mismo tiempo les fascinaban, por prohibidos, aquellos ritmos duros, que imitaban el crepitar de las ametralladoras, cantaban letras denigrantes para la mujer y hacían apología de la violencia y de la droga.

En las favelas fueron famosos los bailes funk en los que los jóvenes se dividían en dos bandos cargados de agresividad, rociados de cocaína y que solían acabar con muertos y heridos.

Fue una investigación sobre la droga que corría en aquellos bailes funk y que en las favelas intentaban negar, lo que costó la vida al periodista del diario O Globo, Tim López. Acabó secuestrado por los traficantes de droga, bárbaramente torturado y su cuerpo descuartizado y quemado en una de aquellas favelas funkeras.

Hoy es bailado por las adolescentes de las clases medias que contratan a famosos cantantes para las fiestas de las quinceañeras

Todo aquello se está quedando atrás. El funk “demonizado” se ha ‘angelizado”. Ha cambiado de ritmo y de letra hasta ser adoptado para las fiestas culturales organizadas por el gobierno. Conserva buena parte del ritmo electrizante de sus orígenes y no ha desaparecido de él su fuerte contendido sexual, pero ha desaparecido en sus letras la apología del crimen y hoy es bailado por las adolescentes de las clases medias que contratan a famosos cantantes y conjuntos funk para las fiestas de las quinceañeras.

Hoy el funk está presente en discotecas, clubes, fiestas de bodas etc. Y los funkeros se han ganado el espaldarazo de dioses de la música como Gilberto Gil o Caetano Veloso.

Las letras, más románticas, sin apología a las armas, no son sin embargo inocentes. Otros 'demonios' se han introducido en esos ritmos que hoy enloquecen a la nueva generación de jóvenes y hace surgir como hongos conjuntos musicales que multiplican sus shows hasta 15 a la semana y ganando a veces 15.000 dólares por actuación. 

En sus músicas hoy los funkeros ya no exaltan las armas ni la droga, pero lo hacen con los bienes de consumo, los coches de lujo, las marcas de ropas y cosméticos de último grito. Los artífices del nuevo funk “cristianizado” empiezan a ser eclécticos y aceptan desde lo melódico a lo pop. Todo, dicen, para que a “nadie asuste ni escandalice”.

Y así es. He visto ayer, en la plaza de este pequeño pueblo donde vivo en Brasil, a un chiquito de cinco años, bailando y cantando un ritmo funk, francamente gracioso. Las chicas sobretodo, enloquecen aún hoy con esa música ya domesticada y más romántica. A los chicos les gustaba más cuando el funk parecía la música salida de la boca de las ametralladoras y cargada de sexo duro.

Aquel funk no ha muerto y aún puede escucharse a veces salido de las cajas de sonido gigantes de los coches de los jóvenes llegados de las favelas, pero se ha convertido ya en objeto prohibido. Se escucha a escondidas, como se fuma el cigarro.

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