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FERIA DE SAN ISIDRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fandiño, un bravo torero herido

El diestro llegó a las Ventas con la encomiable decisión de salir por la puerta grande No lo consiguió porque un pitón astifino lo mandó a la enfermería

Antonio Lorca
El torero Iván Fandiño, cogido en el muslo por su primer toro.
El torero Iván Fandiño, cogido en el muslo por su primer toro.ÁLVARO GARCÍA

Cuando un torero llega dispuesto a triunfar, no hace falta que lo pregone. Se ve, se nota, se siente. Y es la forma de andar, de colocarse, de saludar, de citar… En una palabra, la pasión por el triunfo es una forma de estar. Y ese mensaje tan claro, tan concluyente, se expande por los tendidos como la pólvora. Es algo inexplicable, pero hasta el más profano entiende que allí abajo pasa algo importante.

Y Fandiño llegó a las Ventas con la encomiable decisión de salir por la puerta grande; y no lo consiguió, sobre todo, porque un pitón astifino se cruzó en su camino y lo mandó a la enfermería. Pero ese pitón atravesó el muslo porque el torero estaba donde los toros pueden coger.

Todo ocurrió a la hora de matar. Había pinchado el torero en el primer intento, lo que no entraba en sus planes. Se perfiló de nuevo con la consigna de que esta vez no se le escapaba. Se volcó materialmente sobre el morrillo del animal, y al tiempo que cobraba una estocada hasta la bola, el toro lo enganchó por la pierna derecha, lo levantó en peso, lo lanzó contra el suelo y aún tuvo tiempo de alcanzarlo otra vez con un tornillazo. Quiso esperar el torero la muerte del toro e, incluso, logró zafarse de las asistencias. Pero sus propios compañeros, a la vista de la gravedad de la herida, decidieron tirar por la calle de enmedio y trasladarlo al quirófano.

Parladé/El Cid, Fandiño, Luque

Toros de Parladé, bien presentados, mansos, descastados y parados; con genio, encastado y codicioso el segundo.

El Cid: estocada y un descabello (silencio); estocada (ovación); pinchazo y estocada (silencio).

Iván Fandiño: pinchazo y estocada (oreja).Resultó herido.

Daniel Luque: estocada baja (silencio); media y dos descabellos (silencio).

Parte médico: Fandiño fue herido en el muslo derecho con una trayectoria ascendente de 25 centímetros que causa destrozos en el músculo cuadriceps y contusiona el fémur; contusión de vasos femorales y en región dorsal. Pronóstico grave.

Plaza de Las Ventas. 22 de mayo. Decimocuarta corrida de feria. Casi lleno. Corrida de la Asociación de la Prensa. Asistió la Infanta Elena desde una barrera del tendido 1.

El Cid no tuvo tiempo de descabellar, porque al mismo tiempo que Fandiño le daba las buenas tardes al equipo médico, el toro le decía adiós a la vida. La plaza pidió con fuerza la oreja, que el presidente no dudó en conceder.

Ciertamente, Fandiño tenía muy claro que no venía a Madrid a pasearse, sino a demostrar que este tiene que ser su año. Así, sin más probaturas, recibió a ese, su primer toro, con unas verónicas tan vistosas como apasionadas; tanto, que terminó en una postura tan forzada -medio cuerpo doblado cuando la verónica es pura naturalidad- que a punto estuvo de perder el equilibrio.

OVACIÓN: Tarde de buenos banderilleros: Alcalareño, Jarocho, Jesús Arruga, Miguel Martín, Antonio Manuel Punta y El Boni, también con el capote, figuran en el cuadro de honor.

PITOS: La casta y el genio del segundo toro no salvan a una muy mansa corrida de Parladé.

Manseó el animal en el caballo, como toda la corrida, se dolió con aspavientos en banderillas, y llegó a la muleta con genio, con codicia y una violenta acometividad.

Fandiño lo citó de lejos por estatuarios, y hasta cuatro dibujó con la planta firme y derecho como una vela; cuando cerró la tanda con un remate y una trincherilla, la plaza crujió de emoción.

Se alejó del toro, convencido, quizá, de que aquella sería una lucha de poder a poder, y que ninguno de los dos se dejaría ganar la partida. Acudió el animal al galope y allí los espero el torero y lo sometió con deslumbrante capacidad en una tanda intensísima en la que el toro pretendía comerse la muleta. Otra más, de igual factura, desde lejos, con la mano baja, con sobresaliente mando y desbordante torería.

No tenía la embestida la misma calidad por el lado izquierdo, y aun así, consiguió robarle unos naturales preñados de poder. Entonces, con la plaza conmovida, era el momento de montar la espada y cortar las dos orejas. Fandiño prefirió contar una tanda más sin entender que los ánimos son como la gaseosa. A pesar de ello, la oreja fue merecidísima, de las de verdad, porque un torero venía a triunfar y triunfó, aunque esté ahora pagando su necesidad vital en la cama de una clínica. Pero, amigo, eso es lo que les puede pasar a los toreros bravos.

La corrida se acabó ahí. Luque y El Cid lo intentaron, pero ni sus toros ayudaron, ni ellos venían con esa actitud que se transmite misteriosamente. Luque se justificó con el capote por delantales y chicuelinas, y, muleta en mano, se encontró con un primer toro que no tenía clase alguna, y el segundo, soso y descastado, le permitió que le diera muchos pases de esos que antes de verlos ya se han olvidado. Hacer como que se torea mientras la gente come pipas debe ser muy frustrante.

El Cid tuvo que matar tres toros. Y ayer parecía muy contento a pesar del serio compromiso. Capoteó por delantales en dos ocasiones sin mayor relieve. Intentó justificarse ante su primero, hundido y parado, que acudía a regañadientes cuando no doblaba las manos y hundía los pitones en la arena. Brindó la muerte del cuarto, más encastado, y dibujó una tanda extraordinaria de redondos y no hubo más. Bajó el interés con la zurda y la ilusión no cuajó; tampoco pudo ser en el que mató en sustitución de Fandiño, que brindó a la cuadrilla de su compañero herido. Parecía que…, pero el animal se vino abajo y todo se acabó. Al final, persiste la creencia de que a El Cid le ha pasado ya el tiempo de los resonantes triunfos. Es un gran torero, qué duda cabe, pero le pueden las prisas y transmite algo así como una inseguridad manifiesta. Dio, una vez más, la impresión de querer y no poder. La cabeza, por un lado, y el corazón, por otro. Y, al final, la nada.

Por cierto, asistió la Infanta Elena y ningún torero le brindó un toro. Extraño suceso que parecía responder a una consigna para evitar alguna guasa. Mejor así.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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