Los viajes de un niño prodigio del teatro
A sus 29 años, el belga Fabrice Murgia es un referente del teatro europeo En ‘Ghost road’ reflexiona sobre el aislamiento de la sociedad
Sobre el escenario solo queda una mujer, la última persona en pie de una sociedad que se está destruyendo a sí misma. A su alrededor quedan vestigios de una ciudad abandonada, símbolo de lo que fue una civilización próspera. Junto a la protagonista, solo queda un desierto. Este es el punto de partida del montaje Ghost road, reflexión sobre la destrucción de la sociedad occidental y de la soledad –tal vez buscada–.
Al autor del montaje, Fabrice Murgia, belga de 29 años y niño prodigio de la escena teatral europea, siempre le interesaron esos espacios que esconden más de lo que muestran. La idea para esta obra, que se representa en los Teatros del Canal de Madrid hasta el sábado, le llegó cuando viajaba con su equipo por la emblemática, y por momentos también asolada Ruta 66 estadounidense. “En medio de este viaje me di cuenta de que podía buscar lugares fantasma y, sobre todo, gente que vive en esos lugares”, dice el autor. “Son sitios donde habitan 15 o 20 personas en sitios donde antes podían vivir 1.000. Lo que me interesaba era saber por qué estas personas han elegido vivir allí, por qué han elegido salir de la sociedad voluntariamente”.
Estamos más solos que antes, en un mundo superpoblado y ultraconectado. Hemos perdido la noción de un tiempo común, ahora vivimos muchas cosas, pero en tiempo distintos Fabrice Murgia, autor del montaje
Como el único personaje de Ghost Road, interpretado por Viviane de Muynck. Su presencia, apoyada por la música de la cantante Jacqueline Van Quaille, sirve para reflexionar sobre una sociedad, que igual que la villa desolada del espectáculo, cada vez vive más aislada. “Trabajo sobre la soledad”, explica Murgia. “Pero creo que es un concepto que ha cambiado mucho en los últimos 20 años”. Para el joven autor, la tecnología no ha hecho sino acrecentar las distancias entre individuos. “Estamos más solos que antes, en un mundo superpoblado y ultraconectado. Hemos perdido la noción de un tiempo común, ahora vivimos muchas cosas, pero en tiempo distintos”.
Y en este punto es donde entra el teatro, que para el belga sigue siendo “un lugar mítico, la plaza social”. Un espacio concebido como nexo de unión donde dominar esas barreras de las que habla el autor. “Es uno de los pocos sitios donde reunir a la gente aquí y ahora”. Su forma de entender el teatro, reconoce, poco tiene que ver con los autores clásicos. Igual que en Ghost road, en sus montajes recurre a otros lenguajes audiovisuales –música, cine documental– para enriquecer sus piezas. “Mi teatro es más impulsivo, está más cerca de las artes plásticas o de la performance. Me interesa más la confrontación, yo nací en un mundo de imágenes”.
De sus viajes por la América profunda quedan los vídeos que se proyectan en la obra, siempre con la noción de viaje en la cabeza. “Ghost road es sobre una persona que cierra la puerta y se echa a andar. Por eso me gusta decir que es una obra teatral, pero con la estructura de una road movie. Quería jugar también con los estereotipos del cine. Es como John Wayne, pero distorsionado”, afirma. “Además, Estados Unidos es el paradigma del capitalismo, como un modelo en que el resto del mundo nos podemos convertir”.
Ahora pretende trabajar en las dos continuaciones que cierren la trilogía iniciada con Ghost road. Su intención es, primero, trabajar en un espectáculo sobre la muerte de una conciencia política –de nuevo en un desierto, en Chile, en un antiguo campo de concentración– y, después, cerrar el proyecto con una obra sobre la muerte ecológica en algún lugar parecido a Fukushima. Igual que ha ocurrido con Ghost road, de lo que encuentre, de nuevo cámara en mano, en su trabajo de campo, saldrán sus siguientes trabajos en escena. Siempre viajando, para dar cuenta de una realidad: el mundo se está autodestruyendo.
Babelia
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