Lujo a la caza de diamantes en bruto
El Festival de Hyères, que acaba de cerrar su 28º edición, sirve de coto a las grandes firmas para fichar talentos con que engrasar la industria de la moda
Sidney Toledano, mandamás de Dior, se sacude el barro de sus carísimos zapatos. Acaba de proclamar las magníficas expectativas que tiene el mercado del lujo en Europa —a pesar de la crisis— en una atestada carpa bajo la lluvia junto a otros popes del negocio. Todos coinciden en lo mismo: por muchos ingresos que tengan sus firmas, no son nada sin una inyección de talento fresco. Algo que no se compra ni se vende: se caza.
Estamos en el Festival Internacional de Moda y Fotografía de Hyères, un pueblito de la Costa Azul que lleva 28 años alumbrando a algunas de las promesas que alimentan después las arcas de la industria. De este certamen salieron, por ejemplo, Viktor & Rolf, que se hicieron con el premio tras presentar su primer desfile en 1993 “en un recinto multiusos desprovisto de todo glamour”, tal y como recuerda su creador y director, Jean-Pierre Blanc. También Gaspard Yurkievich, Henrik Vibskov o Romain Kremer “nacieron” aquí. Resulta casi imposible hablar de esta cita sin enredarse en un torrente de nombres influyentes.
En Villa Noailles, un peculiar edificio racionalista con un jardín que domina el mar, se perpetúa de alguna forma la tarea de sus dueños originales, el matrimonio Noailles, mecenas e impulsores del movimiento surrealista (financiaron, entre otras cosas, La edad de oro, de Buñuel). Solo que hoy, casi un siglo después, este se ha convertido en un coto de talento donde, valga la expresión, el pez grande pesca al chico.
Es, en palabras de Didier Grumbach, presidente de la Cámara Sindical de la Alta Costura y también Presidente del Festival de Hyères, “el Davos de la moda”. Un foro al que cada año peregrina el establishment del sector y donde se adoptan maneras alejadas de lo códigos estirados de París. En sus tardes de picnic, exposiciones, showrooms, desfiles y conferencias se intercambian ideas, impresiones y tarjetas. Sobre todo esto último. Cualquier conversación, por fugaz que sea, puede saldarse con un futuro proyecto.
El secreto: sus asistentes (este año más que nunca, 2.000, según la organización) forman parte de esa élite que traza el camino que después sigue el resto del planeta moda. “La cuantía percibida por el ganador [15.000 euros] es relativamente pequeña en comparación con otros certámenes. Pero estar entre los 10 finalistas [de 300 solicitudes] ya es de por sí un premio”, explica el creador de la influyente web The Business of Fashion y miembro del jurado, Imran Amed. “Basta con ver la lista de sponsors: LVMH, Première Vision [la feria textil más importante del mundo], Chloé, The Woolmark Company… Las fuerzas vivas del sector hacen cuerpo para apoyarles en la realización de su colección. Por no mencionar que todos ponemos los ojos en ellos". Un botón: Ragne Kikas, ganadora del premio del público de 2012, que regresó esta edición con una virtuosa colección de punto, fue fichada por el presidente del jurado de ese año, Yohji Yamamoto, para formar parte de su equipo de diseño en Japón.
Felipe Oliveira Baptista, director creativo de Lacoste, ha encabezado el jurado de 2013. Y pasó los mismos nervios que los chicos: fue galardonado en Hyères en 2002. “Fue el lugar que me introdujo y donde hice una buena cartera de contactos. Lo mínimo era saldar esa deuda. Sometimos a los finalistas a una presentación personal de media hora de cada proyecto y me topé con que eran infinitamente más avispados que yo en su momento. ¡A mí me acribillan a esas mismas preguntas hace diez años y soy hombre muerto!”.
A los ojos escrutiñadores de Oliveira Baptista se sumaron los de Floriane de Saint Pierre (la cazatalentos que situó a Christopher Bailey en Burberry y consiguió a Alber Elbaz, de Lanvin, su primer trabajo), Paula Reed (directora de moda de los grandes almacenes londinenses Harvey Nichols) o Mark Holgate (director de noticias de moda de Vogue USA y ojito derecho de Anna Wintour). Este último, sentado en un rincón de la laberíntica Villa, revela: “Es un evento del que cada vez se habla más en los círculos especializados. No entiendes muy bien su magnetismo hasta que lo vives. Sitúa a un nivel muy cercano a los nuevos talentos y a quienes pueden materializar ese talento en negocio”.
Los propios finalistas lanzan consignas de un nuevo sentir generacional hacia la moda. “Hemos apreciado un regreso a lo artesanal, a la vocación narrativa y un gusto por lo imperfecto”, desgrana Imran Amed. “Gran parte del trabajo lo hacen con sus propias manos. Son listos: en la era digital, cualquier producto se fotografía y se airea al instante, y es susceptible de ser copiado. Pero si lo has realizado con tus propias manos, el resultado es único”.
La finlandesa Satu Maaranen, de 29 años, que recibió el premio del jurado el domingo por la noche, lo personifica a la perfección: “Quise trasladar los paisajes a siluetas extrapoladas de la alta costura de los cincuenta”, cuenta. “Las pinté a mano, y las recubrí con serrín, hierba o arena". Dice que no tiene prisa por construir su propia marca. “Prefiero trabajar para otra antes y aprender bien cómo funciona el negocio desde dentro”, declara en un alarde de pragmatismo muy alejado del experimentalismo que le ha valido 15.000 euros, una colaboración con Petit Bateau y el pase para desfilar en Hyères el año que viene.
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