Un don de Cervantes
Los ganadores del prestigioso premio escogen un libro que regalarían a los lectores
Un solo libro. Todo un reto para quien, a lo largo de su vida, habrá escrito y leído cientos (¿miles?). Pero la pregunta no deja espacio para las excepciones, ni siquiera para los premios Cervantes: ¿qué obra regalarías en ocasión del Día del Libro? Algunos intentan escaquearse y proponen una lista más larga. Dos, tres o hasta siete opciones. El conde de Montecristo, La isla del tesoro, el Calila e Dimna en su edición original de 1252, Pedro Páramo y Reloj de príncipes, de Fray Antonio de Guerra, salen a lo largo de las conversaciones, pero quedan descartados ante la obligación de quedarse con un único regalo.
Todos, eso sí, avanzan que es “muy complicado” escoger solo una opción. Y José Emilio Pacheco subraya que, por encima de todo, es importante que se lea “por placer, no por obligación”. Y sin prejuicios, como le explicó una vez García Márquez. “Los escritores suelen despreciar los bestsellers, pero Gabo me dijo que al leerlos me fijara en cómo están contados más que en el estilo. Y, por ejemplo, con la trilogía de Stieg Larsson me ocurrió que no podía dejar de leerla”, asegura el mexicano, que recibió el Cervantes en 2009.
Alguna novedad, muchos clásicos, sobre todo novela pero también poesía. Es lo que se obtiene de la lista de respuestas ofrecidas por los ganadores del premio más prestigioso de las letras en lengua española, junto con una receta perfecta para coger un sillón, varias horas de tiempo y pasarse el Día del Libro en los Estados Unidos de principios de siglo con Jay Gatsby o en la Francia ocupada por los prusianos de 1870.
Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931), Cervantes de 1999. Escojo Los ensayos de Michel de Montaigne, en una edición reciente publicada por la editorial Acantilado. Se trata de una obra muy libre y moderna en el contexto del siglo XVI francés. Lo único parecido de aquella época es El Quijote. La escritura de Montaigne y Cervantes es una mezcla muy sabia y divertida de narración y reflexión.
José Jiménez Lozano (Langa, 1930), Cervantes de 2002. La verdad es que no suelo regalar libros. Nunca sabes si a la otra persona le va a gustar como a ti, ni tampoco quiero ponerle en un compromiso. Prefiero, a lo mejor, recomendar a alguien que se compre un libro. De todos modos, elijo lo último que he leído, Antimemorias de André Malraux, una obra muy interesante.
Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927), Cervantes de 2004. Un entremés de Cervantes titulado El viejo celoso, por su esplendor. En la obra aparece una de las frases más bonitas del castellano. Una muchacha burla a su marido, pero con la verdad. Finge que está con un amante; él no se lo cree, aunque en la habitación hay un muchacho que ella ha metido con la ayuda de una vecina cómplice. Y entonces la muchacha le dice: “Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles porque su cara es como la de un ángel pintado”.
Sergio Pitol (Puebla, México, 1933), Cervantes de 2005. Misericordia, de Benito Pérez Galdós. Aún ahora Benito Pérez Galdós me parece uno de los novelistas más vivos y complejos de la lengua castellana. Mi generación aprendió a leerlo de la mano de comentaristas excepcionales: Luis Cernuda, Buñuel, Bergamín, Alfonso Rejes, Max Aub, María Zambrano y Octavio Paz, quien dedicó su discurso de aceptación al Premio Cervantes al novelista madrileño, supieron insuflar en nosotros la desmedida vitalidad de su obra, que ha alcanzado incluso a novelistas tan disímiles como Antonio Tabucchi o César Aira.
Durante décadas, cierta crítica malintencionada o de plano cegatona, quiso ver al Maestro como al exponente de un realismo áspero, monolítico e incluso costumbrista. Nada más lejano de la verdad. Pocas novelas como las suyas han sido susceptibles a esa grieta de lo real de la que emanan los personajes y situaciones más disparatadas, excéntricas y rabiosamente humorísticas; el punto en que todo se deshace y vuelve caricatura. Misericordia es, entre muchas otras cosas, la suma de todo esto. Una novela fundamental, humana y profundamente divertida.
Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), Cervantes de 2006. Si se puede dar una analogía lectora entre yo que regalo el libro y quién lo recibe, porque la sensibilidad más o menos inteligente que tengo la supongo en el lector, escojo mi vicio, La celestina. Es mi predilección, casi una obligación, ya que lo leo todos los años.
Juan Gelman (Buenos Aires, 1930), Cervantes de 2007. Los poemas humanos del autor peruano César Vallejo. El libro es una muestra de cómo, sin perder la humanidad ni dejar de producir emoción en el lector, se propuso romper los límites de la lengua, como ya hizo Cervantes que los ensanchó y como Lope de Vega. Los poemas de Vallejo dan una visión de todas las posibilidades que ofrece este maravilloso idioma castellano.
Juan Marsé (Barcelona, 1933), Cervantes de 2008. El gran Gatsby. Jay Gatsby encarna el sueño americano del siglo XX y entronca con la gran novela del siglo XIX de los Balzac, Stendhal y Tolstói.
José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939), Cervantes de 2009. Lo más importante es que nunca hay que ver la lectura como una obligación, sino como un placer. Si un libro no te gusta, déjalo, y a lo mejor retómalo en 10 años. Hay dos ejemplos brillantes de novela corta: los relatos Bola de sebo de Guy de Maupassant y Corazón sencillo de Gustave Flaubert. Tienen una forma excelente, son completas, y además son dos grandes novelas con protagonistas femeninas, que defienden la figura de la mujer en un siglo, el XIX, que la ataca constantemente.
Ana María Matute (Barcelona, 1925), Cervantes de 2010. Los poemas de San Juan de la Cruz. Me parecen impresionantes, me estremecen. Es una obra extraordinaria, de una espiritualidad honda y auténtica.
José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), Cervantes de 2012. Intemperie, de Jesús Carrasco. Es una obra sorprendente, con una prosa admirable, sobre las aventuras de un niño que huye de su casa por la miseria material y moral que allí se vive.
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