Clorindo Testa, el más artista de los arquitectos argentinos
El también pintor diseñó algunos de los más emblemáticos edificios de Buenos Aires
Clorindo Manuel José Testa, cariñosamente llamado Clorindo a secas o Cloro, fue uno de los más prestigiosos arquitectos de Argentina. Nacido en Benevento, cerca de Nápoles, el 10 diciembre de 1923, se radicó en Sudamérica con un año de edad, cuando su padre, médico, hizo migrar a la familia con el sueño del progreso. Autodefinido como argentino, aunque sin perder los lazos con Italia, Clorindo Testa murió este jueves en Buenos Aires a los 89 años. También pintor, fue definido como el más artista de los arquitectos argentinos, adhirió al brutalismo moderno en los 60, con edificios de hormigón a la vista, aunque después mutó hacia obras más personales, con más color.
En Buenos Aires, la ciudad que él miraba porque “es la única que tiene vistas de kilómetros de largo”, han quedado varias de sus obras. Discípulo de Le Corbusier, allí están la Biblioteca Nacional, el Centro Cultural Recoleta y el edificio del Banco Hipotecario (era el de Londres cuando lo construyó en 1960). Allí estaba la demolida casa de la familia Di Tella.
El niño Testa pasó por varios colegios. Eran tiempos en que quería diseñar barcos, pero en aquel tiempo no existía la carrera en la capital argentina. Así comenzó a estudiar ingeniería mecánica, pero pronto cambió por arquitectura y formó parte de los primeros graduados en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en 1948. Con una beca se fue a estudiar a Italia, pero regresó en 1951 a Argentina, donde contrajo matrimonio con la artista plástica Teresa Borthagaray y tuvo una hija, Joaquina.
Desde siempre su rutina fue dibujar para construir por las mañanas y dibujar para pintar por las tardes. Siempre vestido de traje gris, pero creativo como pocos por estas tierras. En aquel 1951 ganó junto con otros tres arquitectos el concurso para levantar el edificio de la Cámara Argentina de la Construcción. Así comenzó una larga de carrera de presentaciones en concursos públicos y privados de arquitectura. Recordado por su bonhomía y sentido del humor, llegó a bromear que ninguno de sus colegas había perdido tantos como él.
Maestro de generaciones de arquitectos argentinos, ganador una vez de la Bienal de São Paulo, también dibujó edificios para Uruguay, India o Costa de Marfil. Hizo el pabellón argentino en la Feria del Campo de Madrid, en 1968, y el año pasado otro en la Bienal de Arquitectura de Venecia. En 1962 ganó junto con Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga el concurso para diseñar la Biblioteca Nacional, que el Estado argentino tardó 30 años en construir porque las crisis económicas y las prioridades políticas la fueron relegando. En 1970 diseñó el Hospital Naval de Buenos Aires, en 1979 remodeló junto con Jacques Bedel y Luis Benedit el edificio en el que funcionaría el Centro Cultural Recoleta, en 1993 hizo el Auditorio de La Paz y en 2011 el Museo del Libro y la Lengua, ambos en la capital. También dejó su legado en las provincias argentinas, como el Centro Cívico de Santa Rosa (1955), capital provincia de La Pampa, y la remodelación del popular balneario veraniego de La Perla en Mar del Plata.
Doctor honoris causa de la UBA y la Universidad de Roma La Sapienza, solía rodearse de jóvenes para trabajar con ellos y enseñarles la profesión. “Hagan lo que les guste”, les dijo una vez. “No se trata de hacer ventanas sino de perforar muros”, comentó otra vuelta. Su última obra en marcha era el campus de la Universidad de Tres de Febrero, en la periferia de Buenos Aires, que se terminará en 2015.
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