El alcohol es más barato que la ficción
Entre novela y novela, los novelistas hablan de la muerte de la novela. El mismo día en que alguien le puso ese nombre a una historia ficticia empezó a redactar su certificado de defunción. Desde entonces, desde “la mañana siguiente al naturalismo” los escritores han dedicado los días a redactar novelas y las noches a matar un género que hoy parece inmortal pero que apenas tiene dos siglos de vida por más que los estudiosos decimonónicos, fascinados por la evolución de las especies animales, bautizaran como tales muchos libros de la Antigüedad o del Renacimiento. Primero el producto, luego la etiqueta. Nietzsche decía que lo que tiene historia no puede tener definición, y tal vez esa incompatibilidad explique lo escurridizo de un tipo de narraciones en las que Cervantes elogió lo que tenían de “escritura desatada” que lo engullía todo.
Eso por el lado teórico, por el lado sociológico, decir que la novela tiene historia supone que tuvo un principio y que podría tener un fin. La música es anterior a los discos y las historias, anteriores a los libros (digitales incluidos). Del final del género novelístico en el sentido consagrado hace 200 años lleva dos décadas hablando Luis Goytisolo, que en 1995 dedicó su discurso de ingreso en la RAE a la influencia de la imagen en la narrativa española. Antes incluso, el autor de Antagonía había alertado ya de que la extinción de la novela no vendría de la falta de talento de los escritores, sino de la falta de interés de los lectores por obras que fueran más allá del entretenimiento. Su colega Eduardo Mendoza lleva también años sosteniendo una opinión parecida.
El crítico Ian Watt, autor de un estudio ya clásico sobre el ascenso de la novela a los altares que antes ocupaban el teatro y la poesía, recordaba que en el siglo XVIII era más barato emborracharse con ginebra que comprar un periódico. Por no hablar de un libro, ese objeto perfecto que durante siglos fue un artículo de lujo. Hoy estamos en la orilla opuesta: todo ciudadano con uso de razón ha leído novelas y más de uno las ha escrito. ¿Dónde está, pues, la crisis? En la incapacidad de influir en la sociedad, en la evidencia de que la literatura no forma el gusto dominante sino que lo refleja. Los medios audiovisuales le han tomado el relevo. A esa conclusión llegó Johathan Franzen en EEUU por los años en que Goytisolo lo hacía en España. Aunque luego templaría su apocalíptica postura, el futuro autor de Libertad analizó un estudio sobre el ocio cultural de su país para descubrir que la narrativa había quedado sepultada por la televisión, el cine e incluso la radio. Fue en 1996, es decir, con Internet en fase prehistórica. La cultura, no obstante, está llena de muertos que gozan de buena salud. La defunción a veces no es más que mutación. La fotografía no mató a la pintura, pero alteró para siempre el realismo. De eso —y algunos lo llaman muerte— hablan también los novelistas... cuando no están escribiendo novelas.
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