La quita
Quita, vocablo que llevaba siglos instalado en la jerga de los prestamistas renace ahora para recordarle a la gente que lo que se da sí se quita
Hay expresiones que son afortunadas. La existencia mediática obliga a veces a inventar con urgencia expresiones y nombres tan sonrojantes como coaching, champions, tendencia o marca España, pero nos compensa el recurso feliz a la expresión quita. Vocablo que llevaba siglos instalado en la jerga de los prestamistas renace ahora para, en plena crisis, recordarle a la gente que lo que se da sí se quita. En los últimos telediarios nos hemos enterado de que al castigo de quienes fueron estafados por las inversiones en preferentes se les sumará la penitencia de la quita.
Existe una peligrosa convención de uso interesado que consiste en repartir las culpas de la crisis. Todos somos culpables, todos mirábamos para otro lado. Se parece demasiado al dicho ese de que todos los políticos son iguales, gracias al cual, los políticos ladrones y deshonestos han logrado guarecerse detrás de los honrados y, al final, los juicios se aplazan, terminan con amnistías, prescripciones y victorias electorales de corruptos. Los medios tienen la debilidad de dejarse llevar por los aspavientos y practicar el desprestigio generalizado, en lugar de esmerarse en sacar las pinzas de joyero y atrapar los elementos podridos en lugar de pintar de alquitrán todo el paisaje.
Pero el más afortunado de todos los hallazgos es el de la quita en las preferentes. La gran mayoría de los pequeños ahorradores que fueron arrastrados a esa inmundicia financiera confiaron en profesionales bancarios a los que no podían imaginar como mentirosos y estafadores. ¿Por qué entonces llamarlo quita cuando deberíamos decir robo? En el estupendo programa Equipo de investigación vimos un reportaje sobre los butroneros y, en contraste con los telediarios, esos tipos parecían más decentes que quienes abrieron un butrón en las cuentas de ahorro de sus clientes a plena luz del día con esa empalagosa amabilidad de sucursal. Sería más decente por parte de las autoridades no andarse con eufemismos y decirle a la gente: a ustedes los han estafado. Y prestarles ayuda en las acciones legales. Porque la más perversa consecuencia de esa mentira de que todos somos culpables, es que los culpables de verdad se disuelven en la masa, como los atracadores se confunden con los peatones tras dar el golpe.
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