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La España plural se dibuja en el Prado

Una muestra de la excepcional colección del British Museum aterriza en el museo La muestra fija la diversidad del arte en papel desde el Renacimiento hasta Goya

Iker Seisdedos
'La expugnación de Rheinfelden' (1634), de Vicente Carducho en su dibujo preparatorio (en primer plano) y en el lienzo que pertenece a la colección del Prado.
'La expugnación de Rheinfelden' (1634), de Vicente Carducho en su dibujo preparatorio (en primer plano) y en el lienzo que pertenece a la colección del Prado.BERNARDO PÉREZ

“Los dibujos de esta exposición son la prueba de que España siempre ha sido la España de las regiones, y de que no se puede entender la historia del país sin sus robustas conexiones con el resto de Europa”. Estas palabras, pronunciadas ayer tras la presentación de la muestra El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya,no correspondieron a la esforzada lectura de un político a su fugaz paso por el Prado. La reflexión pertenecía a Neil MacGregor (Glasgow, 1946), insigne director del British (que antes lo fue de la National Gallery), recién llegado de Londres para adornar con su presencia el acontecimiento de resonancias casi diplomáticas: es la primera vez que las 71 obras, con auténticas joyas de Berruguete, Carducho, Murillo, Alonso Cano, Ribera o Goya, entre ellas, abandonan el museo británico.

La España plural se vertebra en la muestra (que permanecerá abierta hasta el 16 de junio y ha recibido el apoyo de la Fundación de Amigos del Museo) en cinco tramos, atendiendo a criterios cronológicos y geográficos. Se parte de “la importación de las prácticas gráficas en Castilla, entre 1550 y 1560”, cuando los modos y técnicas de los maestros italianos influyeron en los artistas españoles arremolinados en torno al gran proyecto constructivo de El Escorial y el empeño de Felipe II, que siempre exigía un boceto antes de encargar una obra. El influjo italianizante se deja sentir en Madrid durante todo el siglo XVII en los Rizi, Carducho y Carreño de Miranda, aunque cedería a principios del setecientos ante el empuje de los Borbones y de la promesa de la iluminación llegada de Francia.

'Cabeza de monje', atribuida a Francisco de Zurbarán.
'Cabeza de monje', atribuida a Francisco de Zurbarán.

Entre una y otra sección se despliegan los ejemplos (se diría que antagónicos) del dibujo andaluz y valenciano. Si a orillas del Turia, los tonos fueron cálidos y la sanguina tomó el papel entre 1500 y 1700, en Sevilla, Granada y Córdoba la demanda de los activos coleccionistas (eclesiásticos y particulares) alentó incluso la fundación en 1660 de la escuela de dibujo de Murillo y Francisco de Herrera. A esta sección corresponde (aunque reciba a los visitantes al inicio del recorrido) una de las joyas más destacadas: una intensa cabeza de monje atribuida a Francisco de Zurbarán, que reviste el valor de que no hay noticia de ningún dibujo que lleve su firma.

En esta historia de la España atesorada en el Print Room, el legendario departamento de papel del museo londinense, hay dos versos libres: Ribera (y sus figuras masculinas en perpetuo martirio) y Goya, en cuyo universo los agarrotados, los locos y la barbarie inquisitiva se codean con un estudio del primer duque de Wellington que cierra la muestra, dato que a MacGregor sirvió de nuevo para ofrecer una lectura política. “La muestra comienza con Felipe II y termina con Wellington, dos momentos de unión entre España y las islas. El primero, por su matrimonio con María I de Inglaterra, y el segundo, porque entonces los países se aliaron en su odio contra Napoleón”.

El dibujo del noble de aire resignado sirvió para preparar un retrato ecuestre, pintado durante una estancia del duque en Madrid. Pero la del trabajo previo es solo una de las variadas funciones del dibujo mostradas en la exposición. Aquí también hay piezas que son un fin en sí mismo. Y se propone un interesante juego con obras del museo, que encuentran eco en alguna de las piezas del British, como en el caso de El enano Miguelito, que Francisco Rizi introdujo como una de las ¡cerca de 3.000! figuras de su Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid. Los responsables del museo desafían a los visitantes a dar con ella.

La muestra también se puede leer como un homenaje al gusto de los coleccionistas británicos por el arte español. José Manuel Matilla, jefe del Departamento de Dibujos y Estampas del Prado y coordinador del proyecto, recordó los nombres de algunos de los más prominentes. De Thomas Harris a Richard Ford; de John Charles Robinson a lord Wellington. Fue durante la conferencia inaugural, que, pese a lo planeado, tuvo que dictar solo; el comisario de la muestra Mark P. McDonald faltó a su cita en el Prado tras perder un avión en Londres.

Parte de aquella fascinación —presente también, según el director Miguel Zugaza en la muestra contigua de las naturalezas muertas de El Labrador (sus principales clientes fueron en el XVII los diplomáticos ingleses)— se ha querido trasladar a la atmósfera de la exposición. El color elegido para las paredes es un homenaje “al que adornaba la Pollock House de Stirling Maxwell [historiador, político y apasionado del arte español], en Glasgow”. Muy cerca, por cierto, de lugar en el que MacGregor, director del British, creció como un fanático de Dalí.

Y por lo que se ve, la fascinación por lo español no ha desaparecido a orillas del Támesis. La muestra que llega ahora a Madrid es una versión (más reducida, al dejar por el camino las estampas de Goya) de la que ocupó con gran éxito las salas del British Museum a finales del año pasado. Según cálculos de la institución la exposición atrajo a 400.000 visitantes.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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