De la sala de tortura a la sala de arte en Brasil
El flamante Museo de Arte de Río de Janeiro (MAR), ubicado en la vieja sede de la Policía Política de la dictadura, formará a maestros y alumnos de zonas desfavorecidas
Hace unos años había que ser muy bravo para poner un pie a determinadas horas en el lugar donde el lunes abrió sus puertas el Museo de Arte de Río (MAR). En plena zona portuaria y cercado por algunos de los barrios más arrabaleros y deprimidos del centro de Río, el nuevo espacio financiado por la alcaldía y algunos patrocinadores privados —30 millones de euros de inversión— nace con la ambición de convertirse en un museo-escuela (o escuela-museo, según se mire) de referencia para la educación artística de los “desposeídos”, según su director, Paulo Herkenhoff.
Firmado por el estudio carioca Bernardes + Jacobsen, el nuevo museo está formado por dos pabellones de tamaño similar y estéticamente antagónicos. Con una superficie total de 15.000 metros cuadrados, ambos están integrados por una pasarela y tocados por una suerte de toldo de hormigón suspendido sobre columnas que evoca a las ondulaciones de la superficie marina.
Desde la terraza superior se divisa una bucólica vista de la bahía de Guanabara y del puente que conecta Río de Janeiro con la ciudad satélite de Niteroi. En su otro flanco está la favela de Conceiçao y sus casas agolpadas en un cerro que desciende hasta la misma plaza de Mauá, donde se accede al museo y futuro epicentro cultural de esta zona portuaria en proceso de revitalización, que remite a las experiencias de Barcelona, Sidney o Buenos Aires.
Especialmente osado resulta el contraste de estilos de los dos pabellones: uno es el palacete João VI, inaugurado en 1916 y de estilo ecléctico, antigua sede del Departamento Nacional de Puertos, Lagos y Ríos, cuya fachada e interiores han sido recuperados minuciosamente por un equipo de restauradores. Dentro de estas paredes el MAR cuenta con ocho salas distribuidas en cuatro pisos donde se alternarán las exposiciones temporales.
La edificación contigua, de estilo moderno, albergó antaño una terminal de autobuses, el hospital de la Policía Civil y posteriormente la siniestra comisaría de la Policía Política durante la dictadura brasileña (1964-1985). Hoy, las salas de tortura y los calabozos han mutado en la Escola do Olhar (Escuela de la Mirada), “un ambiente dedicado a la provocación de experiencias, colectivas y personales, dirigido principalmente a la formación continua de los profesores de las escuelas públicas de Río”.
Los desposeídos
- "Hemos inaugurado un museo-escuela o escuela-museo de referencia para la educación artística de los desposeídos". Así define el MAR su director, Paulo Herkenhoff.
- En 15.000 metros cuadrados se alternan la exhibición de obras de Morandi, Kandinsky, Tarsila do Amaral o Le Corbusier con la formación de 2.000 profesores por año en la llamada Escuela de la Mirada.
- La inversión ha ascendido a 30 millones de euros.
- El museo cuenta ya con una colección propia de 3.000 piezas y con 50 donantes.
Bautizado por el artista brasileño Vik Muniz, este espacio pretende recibir anualmente a 2.000 docentes de la red de enseñanza pública de primaria y secundaria. “Los profesores son nuestro objetivo y hacia ellos irán dirigidos nuestros seminarios, cursos y conferencias. Son ellos los que después llevarán esos conocimientos hasta sus aulas. Pensamos que la educación es clave en la emancipación del individuo y en la creación de un espíritu crítico”, explica Herkenhoff en su luminoso despacho del MAR, donde aún huele a pintura fresca.
De esta manera, el museo nace con la vocación de convertirse en un centro cultural y artístico de referencia para las clases más desfavorecidas, un lugar que destierre el rancio concepto del museo-búnker solo asequible para los ilustrados. “Nuestra brújula nos lleva a la deprimida zona norte de Río, y no al sur, donde viven las clases más acomodadas. La pregunta que nos hacemos es si este proyecto ayudará a transformar la vida de las personas. Si la respuesta es no, estamos en el camino equivocado”, reflexiona el responsable del centro.
El MAR abría el lunes sus puertas gratuitamente con una asistencia masiva de público llegado desde los barrios más humildes. Para visitar el centro hay que subir a la terraza de las vistas bucólicas, atravesar la pasarela y después acceder a las salas de exposiciones por la planta superior del pabellón más antiguo. De esta manera, la visita al museo se realiza comenzando por el piso superior. El compromiso del MAR es mantener siempre en la cuarta planta una exposición temática de Río de Janeiro “que articule el placer y el dolor de vivir en esta ciudad, con una mezcla de autoestima y autocrítica”, revela Herkenhoff. La planta baja siempre estará reservada a muestras de arte contemporáneo. Los otros espacios alternarán exposiciones de colecciones privadas o temáticas, como una próxima muestra sobre el paso de Le Corbusier y Josephine Baker por Brasil.
En las salas los lienzos policromáticos de Tarsila do Amaral conviven con grabados de Lasar Segall, pinturas de Morandi o Kandinsky e impactantes fotografías de narcotraficantes de Walter Carvalho. “Donar al MAR no es donar a un museo, sino a la educación de los desposeídos”, explica Herkenhoff.
El MAR ya cuenta con un acervo propio de más de 3.000 piezas y 50 donantes. Frente a él se inaugurará en 2014 el Museo del Mañana, firmado por Santiago Calatrava. El conjunto formará parte del nuevo Puerto Maravilla, que aspira a convertirse en un polo cultural de visita obligada en Río de Janeiro.
Babelia
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