‘Argo’ fue ‘El señor de la luz’
La ganadora del Oscar a la mejor película ‘esconde’ que la CIA robó un guion real: una parte oculta de la historia ahora convertida en documental
“La película era falsa, la misión real”, ese lema se podía leer en el póster de Argo. El filme de Ben Affleck, Oscar a Mejor película de 2012, cuenta cómo el agente de la CIA Tony Mendez se inventó de la nada una producción ficticia como cobertura para entrar en el Irán de la revolución islámica. Así rescató a seis ciudadanos estadounidenses escondidos en la casa del embajador de Canadá.
Pero esto no fue exactamente así: el guion que Mendez utilizó era real y el camino que siguió hasta convertirse en Argo es una historia en sí misma. “Nuestro documental podría ser considerado una precuela”, dice desde Nueva York Judd Ehrlich, director de Science Fiction Land, que se encuentra en posproducción. El éxito de la película ha sido el impulso final a años de trabajo. Gracias al crowdfunding ha recaudado los 50.000 dólares que necesitaba para completar un presupuesto aproximado de 400.000 (300.000 euros), calcula el director.
Todo empezó en 2000. “Mendez contó a una investigadora que trabajaba para la televisión que Argo era en realidad un guion que había robado. A ella la historia le pareció tan buena que decidió rastrearla”. Descubrió que el título original era Lord of light y tenía su origen en un best seller fantástico publicado en 1967. El señor de la luz, como se tradujo al castellano, es la tercera novela del estadounidense Roger Zelazny, uno de los grandes de la era dorada de la ciencia ficción. El libro mezclaba el panteón hinduista y budista con la épica científica. Es la historia de los supervivientes de la destrucción de la Tierra. Viajan en una nave a otro planeta donde se han vuelto inmortales y actúan como dioses. La novela ganó en 1968 el premio Hugo, uno de los más altos galardones del género. Hoy es considerado un clásico. Escritores como Neil Gaiman no tienen ningún reparo en incluirlo entre sus obras favoritas de todos los tiempos.
A mediados de los setenta, un desconocido treintañero llamado Barry Ira Geller se hizo con los derechos del libro. “Le fascinó la historia. En la novela la gente muda de cuerpo, hay reencarnaciones y todo tipo de renacimientos. Esa forma de reinvención es algo muy estadounidense. Geller se vio reflejado. Empezó siendo inventor, después poeta, más tarde se mudó a Los Ángeles y trabajó en la industria del cine”. Ehrlich compara la ambición de Geller con la de Disney. En poco tiempo pasó de vivir en un apartamento compartido a una mansión en Hollywood y se vio capaz de dar su gran salto. “Su idea era hacer una película sobre el libro. El filme de ciencia ficción más caro de la historia. La idea fue evolucionando. Finalmente decidió convertir los decorados en algo permanente, un parque temático que se llamaría Science Fiction Land. Solo había un problema, nunca había producido una película, y menos aun construido un parque”.
El proyecto tomó forma muy rápidamente. Geller usó sus contactos en Los Ángeles para conseguir la financión inicial necesaria. Una vez lograda, el siguiente paso fue diseñar Heaven (Ciudad celestial, en la versión en español), la urbe en la que se desarrollaba la acción. En la novela es descrita como la versión futurista de una antigua ciudad india. Geller reclutó a Jack Kirby, el legendario guionista y dibujante de comics cocreador de La Patrulla X; consiguió implicar a Ray Bradbury, autor de Crónicas Marcianas; a Richard Buckminster Fuller, inventor de la cúpula geodésica, y a Paolo Soleri, pionero de la arquitectura ecológica. “En aquella época todos se sentían minusvalorados y apartados. Kirby, después de crear la mitad de los superhéroes que conocemos, vivía ignorado fuera del círculo más apasionado por los comics. Si mira la carrera de Buckminster, tiene más proyectos inacabados que llevados a buen fin. Poco a poco desarrolló Science Fiction Land para que fuera mucho más allá de un mero parque. Geller quería convertirlo en un punto de encuentro para científicos, pensadores y visionarios. Un lugar donde todo aquel que creyera que la tecnología podía mejorar el mundo y no quisiera dejarla en manos de los poderosos sino al alcance de la gente corriente acudiera a buscar refugio”.
Solo faltaba la ubicación. Finalmente consiguió una parcela de ocho kilómetros cuadrados en Aurora, Colorado. En noviembre de 1979 convocó una rueda de prensa para anunciar la puesta en marcha de su proyecto. Incluiría una noria de 300 metros de altura; coches magnéticos y una “sala de control planetario”, el personal serían robots y en el centro habría una cúpula climatizada que casi doblaría en altura al Empire State Building.
Pero poco después el FBI detiene a uno de sus socios bajo la acusación de malversación en una llamativa redada televisada. Teniendo en cuenta que nadie fue condenado, algunos sostienen que fue una tapadera del FBI para que no entorpeciera la operación de Mendez. “No lo creo. El proyecto de Geller atrajo a algunos tipos turbios y es posible que sí hubiera delitos económicos”, dice el director. La casualidad fue que Geller había contactado con John Chambers, un maquillador ganador del Oscar en 1969 por sus creaciones para El planeta de los simios. “Chambers llevaba años colaborando con la CIA. Asegura que cuando vio en las noticias lo que había pasado con el parque, recordó que tenía en casa una copia del guion y se dio cuenta de que era lo que buscaba Mendez”.
Lo único que hizo el agente de la CIA fue cambiar la portada del libreto. La sustituyó por una igual en la que se leía Argo. El punto de inicio de la película. El proyecto original nunca se realizó aunque el director del documental considera que hubiera sido viable. “Menos de dos años después Disney puso en marcha el Centro Epcot: Ray Bradbury participó, la parte central era una cúpula de Buckminster... Geller tuvo la mala suerte que a veces tienen los soñadores que apuntan demasiado alto”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.