Jorge Peteiro, pintor a contracorriente
La iconografía que forjó, llena de luz y colorido, es engañosamente sencilla
No es muy corriente que un artista tenga en un su web un apartado para regalos de empresa, o de obra disponible, pero Jorge Peteiro era un pintor sin complejos. Tan sin complejos que cuando afirmaba: “Desde siempre yo estuve absolutamente seguro de que iba a estar donde estoy ahora, lo sabía desde hace miles de años, lo que me puede hacer pensar que el tiempo no existe”, lo decía sin un ápice de orgullo, como quien constata un hecho curioso. Su tiempo en este mundo acabó el pasado miércoles en la casa estudio en Vilar (A Coruña) en la que vivía y trabajaba con su mujer y cómplice de toda su vida, la también pintora Beatriz García Trillo. Peteiro falleció a los 53 años víctima de un cáncer de pulmón.
Jorge Peteiro Vázquez nació en A Coruña, y allí comenzó sus experiencias creativas, entre el teatro independiente, los fanzines y los primeros murales urbanos. Estudió Psicología y Empresariales en Santiago, pero sobre todo participó en las incipientes actividades contraculturales de la universidad compostelana. En 1979 se fue a la Escuela de Bellas Artes de Valencia, en donde se graduó en Grabado. Entre 1985 y 1990 exponía a la vez que deambulaba por Galicia dando clases en varios institutos, hasta que dejó la enseñanza y se fue a Nueva York dos años a culminar ese rito iniciático de los artistas de la época. Volvió y se dedicó a pintar. Exhaustivamente.
“Metió muchas horas de taller en crear su estilo. Siempre supo lo que tenía que pintar, pese a todas las tendencias y modas imperantes. Creó una iconografía propia, llena de luz y de color, que parece amable y sencilla, pero que tenía mucho trabajo detrás. La impuso y se mantuvo fiel a ella durante treinta años”, asegura Pedro Vasco Conde, presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Belas Artes de A Coruña. En efecto, la obra de Peteiro, un ingenuismo que en lenguaje del cómic sería encuadrable en la “línea clara”, es inconfundible. Absolutamente optimista. Obras de gran formato figuran en paredes institucionales (en las de la residencia oficial de los presidentes de la Xunta, por ejemplo) y recientemente la presidenta Dilma Rousseff inauguró en Brasil un monumento a las energías renovables con murales acuáticos y en madera del artista coruñés.
Para algunos, la obra de Peteiro era excesivamente amable y asumible. Sin embargo, Vasco, por cuyas manos pasó la obra de las últimas generaciones de artistas coruñeses, asegura que “cuando empezó, era completamente anticomercial. Era lo contrario de las pautas del arte gallego. Empezó a vender cuando aquí solo vendían los que estaban en Madrid: Antón Patiño, Menchu Lamas, Antón Lamazares… Con él se impuso el gusto de la gente, del coleccionista. Yo creo que en el futuro saldrá bien parado”. “Mi pintura es imposible que no guste, únicamente a un zulú, a un hipercrítico… Aún así, seguro que le gusta, aunque diga lo contrario”, afirma el pintor en su web, envuelto en el humo de los cigarrillos que siempre le acompañaban.
En consecuencia con esa autoconfianza, para ser pintor, señalaba, “lo más importante es tener fe en uno mismo y capacidad de sorprenderse con lo que haces. O que no vales para otra cosa y no te queda otro remedio y sigues por ahí... Además, pintores hay muy pocos. Si tienes algo que ofrecer, puedes salir adelante. Y la ventaja de vender cuadros es que el cuadro sigue siendo tuyo”. Con todo, la base de su éxito consideraba que era otra: “Lo mejor es estar cuerdo y loco a la vez. La mayoría de los artistas están solo locos. Yo me considero loco y cuerdo”.
El pintor coruñés Jorge Peteiro Vázquez, frente a una de sus obras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.