El arte y otros rituales de paso
CaixaForum aborda el desorden, el carnaval y la máscara desde las culturas ancestrales hasta la creación actual en la muestra ‘Maestros del caos’
El lunes, a esa hora en la que la España empleada abandona la oficina para el segundo café de la mañana, el chamán Autel Azé Kokovivina, de Togo, se entregaba a otra clase de ritual: liberar “de malos espíritus” la sala de CaixaForum que desde hoy alberga la turbadora y fascinante muestra Maestros del caos: artistas y chamanes. Armado con silbatos, manojos de hebras tintineantes, brotes de jengibre y botellas de ginebra, el hombre daba vueltas, entonaba cánticos y bailaba en torno a un altar de intimidante aspecto, compuesto de gruesas raíces y cubierto con un líquido de aspecto viscoso. El resultado de sus conjuros permanecerá hasta el 17 de mayo en Madrid “procurando buenos augurios y expulsando los malos”, como antes hizo en la Bundeskunsthalle de Bonn, y en el parisiense museo del Quai Branly, organizador de una muestra que esta vez no viajará a la sede barcelonesa de la Obra Social La Caixa.
Frente al ritual, al que asistieron un reducido grupo de empleados del centro, entre dispuestos a creer y divertidos, se emitía en bucle una grabación de Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta (1965), célebre performance de Joseph Beuys, en la que el gran chamán del arte de siglo XX daba rodeos por una galería de Dusseldorf con el rostro pintado en oro y un animal muerto en los brazos. El contraste nos sirve para explicar el difícil aunque seductor empeño de Jean de Loisy, comisario de la exposición y presidente del Palais de Tokio: identificar a los mediadores, artísticos o espirituales, en el conflicto tan viejo como el mundo entre el orden y el caos; limitar el camino que conduce de lo teatral a lo grotesco y de la máscara al terror; y extraer enseñanzas de tradiciones ajenas a la europea (que también está presente) para sacar ventaja del desorden que gobierna nuestros destinos.
De Loisy vence, con todo, la tentación de caer en el tópico que asimila el papel del brujo al del artista. “Hoy el creador es más bien un antropólogo”, explica ante Bestia, cuadro del pintor-marginal-adorado-por-el-mercado Jean-Michel Basquiat, nieto de una sacerdotisa haitiana. Tampoco se recurre al fácil juego de intercalar obras artísticas sin intención entre las reliquias ceremoniales: “Las fronteras entre el arte antiguo y el contemporáneo, entre el folclore y la así llamada cultura seria están en entredicho”, aclara De Loisy. “De ahí la decisión de traer de Togo al chamán. Me opongo a la idea de la exposición como una sucesión de objetos del pasado; una muestra debe aspirar a incidir sobre la realidad”.
Máscaras, trajes, amuletos, bastones y demás panoplia chamánica de las tribus hopi y navajo en EE UU, el levantisco pueblo taíno de las Antillas (y sus inquietantes dúhos a cuyos lomos viajar al otro mundo impulsado por sustancias psicotrópicas) o los inyai-ewa de Papúa Nueva Guinea ejercen parecido hechizo sobre el visitante al que debió de doblegar las voluntades de las vanguardias europeas del siglo XX, cuando los picasso, brancusi o klee abrieron una puerta a la modernidad primitiva de otras culturas. La contemplación de una máscara del demonio Maha-Kola, de Sri Lanka, anterior a 1890 y candidata a estrella de la exposición, junto a un San Miguel del siglo XV a punto de dar muerte a un diablo invita a pensar que aquel gesto quizá fue más lógico que heroico.
Una pantalla con entrevistas realizadas con chamanes actuales demuestra que la superstición está lejos de ser cosa del pasado (el comisario va más allá y constata un repunte, por la crisis) y sirve de ingreso a la última parte de la exposición, que coquetea con la idea de lo grotesco, el teatro y el inminente rito de catarsis y renacimiento del carnaval. Varios Caprichos de Goya (que hace eco con una instalación de Thomas Hirschhorn), un grupo de pinturas negras de Gutiérrez Solana y Painter, descacharrante vídeo de Paul McCarthy, dan por bueno el eslogan Pas d’art sans desordre (no hay arte sin desorden).
Y al final del caos, queda recoger los restos para comenzar de nuevo. Como en la filmación de Miércoles de ceniza, de la brasileña Rivane Neuenschwander. En ella, unas hormigas acarrean los restos de confeti de un carnaval pasado.
Babelia
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