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Eugenio Trías, el filósofo de las antenas poéticas

Era uno de los pensadores españoles más significativos de las últimas décadas Entre lo más destacado de su obra se encuentra su concepto de la llamada "filosofía del límite"

El filósofo español Eugenio Trías.
El filósofo español Eugenio Trías.JOAN SÁNCHEZ (EL PAÍS)

A principios de los años setenta se podía fumar en casi todas partes. Por supuesto, en las aulas universitarias. Y Eugenio Trías (Barcelona, 1942) fumaba. Y mucho. Era, además, muy tímido, de modo que llegaba a la Universidad de Barcelona, donde iniciaba su carrera docente, con un par de horas de antelación para darse carrerilla. Se metía en el bar, donde también fumaba, y se sentaba con algunos alumnos a los que explicaba la clase que luego iba a dar (Filosofía Contemporánea, era la asignatura). Quizá ese fumar ayudó en demasía a un cáncer que le estalló hace algo más de cinco años y contra el que uno de los filósofos españoles más significados de los últimos años fue luchando sin tregua. Hasta el domingo, que le venció de manera definitiva en su ciudad natal, a los 70 años.

La universidad fue siempre su casa. Durante alguno de los cierres con los que la dictadura obsequiaba a los estudiantes, Trías se negaba a cortar el discurso y se reunía con ellos en su propio domicilio o en bares más o menos cercanos al edificio universitario. Allí estaba en su salsa: sin tribuna ni distancia. Quizá era una respuesta a sus orígenes familiares, una alta burguesía catalana a la que perteneció su padre, Carlos Trías Beltrán, político falangista. La política nunca le llamó del todo, como sí le ocurrió a su hermano Jorge Trías. Un tercero, Carlos Trías, con el que llegó a compartir de joven algún libro a cuatro manos en 1970 (Santa Ava de Adis Abebas, firmando bajo el seudónimo común de Cargenio Trías), tiró por la literatura y se hizo escritor.

Él se había licenciado en Filosofía en 1964 en su fundacional Universidad de Barcelona y su brillantez le llevó a que inmediatamente, apenas un año después, fuera profesor ayudante, que pasaría a ser en breve adjunto en el mismo centro y en la Universidad Autónoma de Barcelona. Nada del pensamiento le era ajeno: la ética, la reflexión cívico-política, la filosofía de la religión, la estética… Quizá por ello había publicado ya varios libros antes de haber cumplido los 30 años. Luego, de repente, se fue. A Brasil. Una época explicada con no poco sentido del humor en su autobiografía El árbol de la vida (2003). Pero volvió pronto, y con solo 32 años ya recibía el primero de cerca de una quincena de reconocimientos. Sería en 1974 por Drama e identidad, donde ya dejaba ver su pasión por la música al buscar estructuras comunes entre la sonata y la tragedia. El estudio obtendría el premio Nueva Crítica, que abría un palmarés que le llevaría, solo un año después, al Anagrama de ensayo por El artista y la ciudad. Otro hito de esa trayectoria sería, en 1983, el Nacional de Ensayo por Lo bello y lo siniestro.

Convencido de que la filosofía debía tener “antenas poéticas”, intentó impregnar de ello sus títulos más celebrados en el métier, quizá La filosofía y su sombra y Teoría de las ideologías. Catedrático de Estética desde 1986 en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona adonde había llegado invitado por Xavier Rubert de Ventós una década antes, se decía que era el introductor del estructuralismo y de Foucault. Era mucho más, claro, y sabía mucho más, como demostró a lo largo de los casi 30 títulos que publicó hasta casi ayer mismo. En su obra escrita (hay otra obra difusa en las clases impartidas en varias universidades, la última la Pompeu Fabra de Barcelona, en donde desde 1992 ejercía como catedrático de Historia de las Ideas), hay conceptos que resultan clave. En especial, el de límite. La filosofía es pensamiento en el límite y es la noción de límite lo que ilumina el conjunto del ser. Resulta difícil no ver en esta visión del sujeto en el mundo una imagen de una de sus pasiones: el cine. En el cine clásico, la pantalla es el límite que confiere sentido al haz de proyecciones de luz que, sin ese límite, se perderían en la nada, dejaría de ser percibidas por el espectador-sujeto. El desarrollo de esta cosmovisión la expuso en Lógica del límite (1991).

Bibliografía seleccionada

De cine (Galaxia Gutenberg, de próxima publicación)

La imaginación sonora (Galaxia Gutenberg, 2010)

Creaciones filosóficas I: Ética y estética (Galaxia Gutenberg, 2010)

Creaciones filosóficas II: Filosofía y religión (Galaxia Gutenberg, 2010)

El canto de las sirenas: argumentos musicales (Galaxia Gutenberg, 2007)

La dispersión (Arena, 2006)

Prefacio a Goethe (Acantilado, 2006)

La política y su sombra (Anagrama, 2005)

Tratado de la pasión (Debolsillo, 2005)

El hilo de la verdad (Destino, 2004)

El árbol de la vida (Destino, 2003)

Ética y condición humana (Península, 2003)

Ciudad sobre ciudad: arte, religión y ética en el cambio de milenio (Destino, 2001)

Pensar en público (Destino, 2001)

Pensar la religión (Destino, 2001)

Los límites del mundo (Destino, 2000)

La razón fronteriza (Destino, 1999)

El artista y la ciudad (Anagrama, 1997)

La edad del espíritu (Debolsillo, 1995)

Drama e identidad (Destino, 1993)

La filosofía y su sombra (Seix Barral, 1983)

Lo bello y lo siniestro (Debolsillo, 1982)

Meditación sobre el poder (Anagrama, 1975)

De esa pasión por el cine dejó constancia en Vértigo y pasión (1998), que incluye un texto sobre la película de Hitchcock que contribuye a dar título a la obra. En los últimos meses, Trías estaba trabajando en un texto dedicado, precisamente, al cine. Iba a ser el paralelo, en el conjunto de sus reflexiones, a las dedicadas a la música en su última obra publicada y una de las más exitosas: La imaginación sonora (2010).

Porque si el cine fue una pasión, la otra (filosofía al margen) fue la música. Él mismo explicó en sus memorias la relación con este arte a partir del momento en que su padre le regaló un tocadiscos. La imaginación sonora es una obra dedicada al pensamiento musical. Pero no solo. De hecho, ninguna de sus obras era solo lo que se apuntaba en el prólogo. De un modo u otro, abrían siempre camino hacia otros destinos. Ahí, sin embargo, apuntaba más: a todo lo que siempre quiso comprender y sistematizar y que termina en la muerte. Leerlo sobrecogía a quienes ya sabían que se hallaba enfermo. “Es posible preguntarse: ¿es esta vida presagio de una vida diferente? ¿Son nuestras vidas 'preludios de una desconocida canción que tendría en la muerte su primera y solemne nota', como decía Franz Liszt?”. Pero la muerte, seguía reflexionando en primera persona, “nos aguarda siempre detrás, a nuestras espaldas; en el peor de los casos, esperando una estocada a traición; en el mejor, asistiendo por anticipado al moribundo. Espera nuestro último suspiro para enterrarnos, o para disolvernos en el fuego, en el humo, en ceniza”. “Se muere varias veces en el argumento de la vida”, escribía en la coda final. Y en ese mismo punto, en nota a pie de página, una cita de una película de David Lynch: “Nada, no pasa nada, te estás muriendo”. Y añadía: “Acto seguido se ve la cámara en la parte superior de la pantalla, y el director ordena; ‘corten”.

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