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'IN MEMORIAM'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rafael Márquez Cano, monárquico nada cortesano

Fue un modelo de compromiso, coherencia y lealtad a unos ideales democráticos y a la Corona.

La vida del embajador de España Rafael Márquez Cano, fallecido en Madrid el pasado 5 de enero a los 85 años, fue un modelo de compromiso, coherencia y lealtad a unos ideales democráticos y a la Corona.

Durante sus estudios en el colegio del Pilar en Madrid, durante la II Guerra Mundial y en una España de adoctrinamiento totalitario, Rafael con sus compañeros de curso —el firmante de esta nota Carlos María Brú entre ellos— eran los únicos, por liberales, “anglófilos”, lo que les ocasionó peleas, encerronas y algún golpe traicionero por parte de una gran parte de la juventud de entonces entrenada al efecto.

Y ya en la Universidad Complutense optó por el compromiso con la Monarquía parlamentaria, encarnada en la persona del conde de Barcelona, lo que le llevó a firmar el manifiesto de 1952 a favor de la restauración; otra sangrienta paliza junto al mismo Brú en el caserón de San Bernardo por llevar ambos la insignia J-III; constantes viajes a Estoril; en las sedicentes elecciones al “tercio de padres de familia”, campaña junto al firmante Álvarez de Miranda y otros en favor de la candidatura monárquica (Torcuato Luca de Tena, Joaquín Satrústegui, Juan Manuel Fanjul, Vicente Piniés), y consiguientes graves incidentes provocados por agentes gubernamentales, multas, etcétera.

Años de retiro para preparar sus oposiciones y, tras su merecido ingreso en la carrera diplomática, de nuevo el compromiso democrático cotidiano que le lleva a arriesgar a menudo aquella, así como su renovada y constante lealtad a Juan de Borbón y Battenberg, lo que le mueve a acompañarle en viajes, incluido el tradicional crucero estival en el Giralda, donde la gestión política nunca estaba ausente. Porque en Rafael Márquez hay sacrificio económico y de estatus, hay fidelidad y visión de futuro reconciliatorio para España, lo más alejado de una cortesanía que, por otra parte, no cabía donde ni Corte había.

En España, Rafael se compromete en toda iniciativa democratizadora, como la pertenencia a tres sucesivas juntas directivas de la Asociación Española de Cooperación Europea (AECE), germen del Contubernio de Múnich; asistencia a encuentros con la Presidencia del Consejo de Europa para compulsar la necesaria democratización española conducente al ingreso; asistencia y apoyo al trascendental discurso de don Juan en 1974… En fin, política en letras mayúsculas que, con el esfuerzo de Márquez y muchos otros, devino en la Monarquía parlamentaria que, tras la abdicación de su padre, don Juan Carlos pasó legítimamente a ostentar.

A nada de eso fue ajeno Rafael Márquez Cano, quien en plena democracia fue senador del Reino, consejero en numerosas representaciones diplomáticas clave, así Roma y Lisboa, y ulteriormente cónsul general en Puerto Rico con rango de embajador, prestando a cada uno de esos cargos sus altas dotes de profesionalidad, dedicación y profunda honradez.

Fernando Álvarez de Miranda Torres es abogado, expresidente del Congreso de los Diputados y ex defensor del Pueblo.

Carlos María Brú fue diputado a Cortes y al Parlamento Europeo.

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