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PURO TEATRO

La muerte en directo

'El veneno del teatro', de Rodolf Sirera, ha vuelto a Madrid (Canal) a los treinta años de su estreno, en una espléndida puesta de Mario Gas con proa a Sudamérica. Brillantes trabajos de Miguel Ángel Solá y Daniel Freire

Marcos Ordóñez
Miguel Ángel Solá (izquierda) y Daniel Freire en 'El veneno del teatro', de Rodolf Sirera.
Miguel Ángel Solá (izquierda) y Daniel Freire en 'El veneno del teatro', de Rodolf Sirera.Jaime Villanueva

Lo primero que vi de Rodolf Sirera fue un absoluto shock teatral para mí. En 1977, una noche de invierno en el glorioso Salón Diana barcelonés. Se llamaba Plany en la mort d’Enric Ribera y era una suerte de cantata onírica sobre un actor republicano apócrifo que acababa abrazando el franquismo. Joan Ollé firmaba el montaje, que hizo época en la escena catalana: no era normal que las aguas del “teatro de texto” y las del teatro experimental fluyeran juntas con tanta brillantez. La segunda cita, al año siguiente, fue doblemente insólita: El verí del teatre mezclaba de nuevo las formas (diálogo diderotiano y thriller psicológico) y era un encargo televisivo. Sí, en aquel tiempo la televisión (Segunda Cadena, estudios de Miramar) encargaba obras, a la manera de la BBC. Los protagonistas, a las órdenes de Mercè Vilaret, eran Carles Velat y Ovidi Montllor, y la emisión me mantuvo en vilo como las Historias para no dormir de mi infancia.

El verí del teatre se tradujo a quince idiomas y se convirtió en la obra más popular del teatro de Sirera, eclipsando a sus treinta y tantas restantes: más o menos lo mismo que le sucedió a Sanchis Sinisterra con ¡Ay, Carmela!

La versión castellana, firmada por Rodríguez Méndez, llegó en 1983 al María Guerrero, con José María Rodero y Manuel Galiana, dirigidos por Emilio Hernández. Obtuvo un gran éxito y giró por toda España; con aquella gira, por cierto, se despidió Rodero de la escena. Pese a aquel triunfo, la carrera teatral de Sirera fue haciéndose más y más guadianesca, imagino que por las eternas dificultades de estrenar: muchas obras notables se le quedaron en el cajón y su actividad presente parece más centrada en el mundo del guion televisivo, con Amar en tiempos revueltos a la cabeza.

sigue combinando, pese a su corta duración (una hora y poco), un suculento juego de ideas con una intriga muy bien armada y de notable tensión dramática.

Para mí se cierra un círculo en los Teatros del Canal, porque Mario Gas, que dirigía el Diana cuando vi Plany en la mort d’Enric Ribera, es quien ha abordado la nueva puesta de El veneno del teatro. Poco antes de que comenzara la función reparé, igualmente, en que hacía la friolera de 34 años de aquel estreno televisivo. Volver a ver, tanto tiempo después, una obra que te entusiasmó en tu adolescencia implica un peligroso riesgo de decepción, pero felizmente ha vuelto a entusiasmarme: sigue combinando, pese a su corta duración (una hora y poco), un suculento juego de ideas con una intriga muy bien armada y de notable tensión dramática. Tan solo me sobran algunos esmaltes retóricos y echo en falta algo parecido a una doble vuelta de tuerca final: un poco de victoria en la derrota y de derrota en la victoria (como en La huella, para entendernos), aunque si el autor optó por una conclusión irremediablemente nihilista desde luego no voy a ser yo quien le enmiende la plana.

Premisa: el famoso actor Gabriel de Beaumont es convocado a la mansión de un aristócrata, el Marqués de X, que ha escrito una obra sobre Sócrates y quiere conseguir, a cambio de una buena suma de dinero, una representación única, definitiva. Su ideario puede resumirse en estas líneas: “Las mejores actuaciones son aquellas en las que el actor es el personaje, lo vive en toda su intensidad, hasta perder incluso la conciencia de su propia individualidad. El teatro no tiene que ser ficción, ni arte, ni técnica, sino sentimiento, emoción y, por encima de cualquier otra cosa, el placer de transgredir las normas establecidas”. Poco a poco, el debate sobre la esencia de la representación (apolínea o dionisiaca, basada en la distancia reflexiva o en la identificación total con personaje y situación) dará paso a un ejercicio de poder de giros cada vez más inquietantes.

Jaime Villanueva

El texto original transcurría en la Francia prerrevolucionaria de 1784, fecha que imagino vinculada tanto a las teorías de Diderot en La paradoja del comediante (aunque ese ensayo capital no se publicó hasta muchísimo más tarde) como al ideario pánico de Sade, cuyo perfil parece haber inspirado el dibujo de ese Marqués demiúrgico, y que acaba anticipando la poética de Artaud. Yo no sé si el dramaturgo tenía en mente el cruel experimento de La disputa, que Marivaux estrena en 1744, y donde unos científicos secuestran a unos niños para escrutar sus reacciones.

Mario Gas sitúa la acción en los años treinta (me parece que también Emilio Hernández la acercaba a nuestro tiempo), tal vez porque es cuando empieza a incubarse el huevo de la serpiente nazi

Mario Gas sitúa la acción en los años treinta (me parece que también Emilio Hernández la acercaba a nuestro tiempo), tal vez porque es cuando empieza a incubarse el huevo de la serpiente nazi: en su visión, el Marqués no está lejos del Mabuse de Fritz Lang, y solo le faltaría una cámara para acercarle al Peeping Tom de Michael Powell. La puesta me ha parecido excelente de intención, atmósfera y ritmo, con una escenografía opresiva, de mausoleo helado, a cargo de Paco Azorín, y una iluminación tenebrista de Gómez Cornejo, en la línea de aquellas Criadas que Gas montó en 2002. Ha sido un enorme placer volver a ver a Miguel Ángel Solá en escena, en un papel que le va como un guante, y descubrir a Daniel Freire en un rol igualmente sugestivo. Solá es un actor magnético, que gradúa hasta el más imperceptible de sus efectos y te arrastra siempre a su campo de fuerza. Sabe ser claro y poderoso sin dejar nunca de ser íntimo: puede trabajar a media voz, casi en un susurro, pero ese susurro siempre llega proyectado y cumple su promesa de calma o su amenaza fatal. Y Daniel Freire, que ha de deslizarse por un tobogán erizado de hojas de afeitar, logra traducir con notabilísima convicción física las gamas más dolorosas de su peripecia.

El veneno del teatro ha durado apenas tres semanas en los Teatros del Canal, y no por falta de éxito. Han abundando los bravos y el público puesto en pie cada noche, pero su escasa permanencia en cartel se debe a que el 9 de enero comienza, en el Maipó de Buenos Aires, una gira de dos años. Seguirá Mar del Plata, volverán en primavera para girar por España, en septiembre recalarán de nuevo (durante cinco semanas) en el Canal, y en enero de 2014 cruzarán otra vez el charco para recorrer Uruguay, Chile, y el resto de Argentina. En estos tiempos de penuria y falta de iniciativa, hay que aplaudir un proyecto tan ambicioso.

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