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Donde duerme el cante

La cantaora Marina Heredia descubre los rincones del Albaicín en los que forjó su voz Esta noche estrena ‘A mi tempo’ en el Auditorio Falla de Granada

La cantaora Marina Heredia, en el Albaicín, Granada.
La cantaora Marina Heredia, en el Albaicín, Granada.M. ZARZA

Marina Heredia vislumbra desde la Ermita de San Miguel Alto su vista predilecta de Granada. La ciudad que la vio nacer hace 32 años queda abajo, como una caprichosa maqueta que sube por las laderas. La Alhambra desde el punto más alto del Albaicín se ve muy distinta a como se contempla desde el célebre Mirador de San Nicolás. Aquí es casi una vista desde los cielos, y aunque lejana, Heredia cree ver en el horizonte la Abadía del Sacromonte en la que se casó. A Granada le debe Heredia lo que sabe como cantaora, y hoy vuelve al Auditorio Manuel de Falla para devolverle el favor. Presenta A mi tempo, su último espectáculo, con montaje en blanco y negro y tributo a los grandes del cante.

Marina Heredia baja por caminos de tierra desde lo alto del Albaicín y se adentra en las callejuelas. Al pasar ante la casa de Enrique Morente, el maestro, a Heredia la voz se le vuelve grave. Comparte el trono de las cantaoras granadinas con Estrella, la hija mayor de los Morente. “¿Rivalidad? Estrella y yo nos hemos criado juntas. Sé que ha salido en algunos sitios, pero es porque a la gente le gusta mucho hablar. Mi padre y Enrique eran como hermanos”, dice la cantaora mientras baja por las calles del Albaicín. Canturrea coplillas en voz baja siempre que el silencio le gana la partida a la conversación, y siempre que la gente del Albaicín se lo permite –hasta los conductores de autobús paran un momento para saludarla y preguntarle por la familia-. “Siempre me he sentido muy querida en Granada. Yo sí que me siento profeta en mi tierra”, dice Heredia, que baja por la Cuesta del Chapiz hasta donde comienza el Camino del Avellano, que sube hasta la fuente que le da nombre.

Heredia señala hacia la otra orilla del Paseo de los Tristes, a los pies de los palacios nazaríes. Donde ahora se levanta un edificio moderno, la cantaora recuerda el cabaret El Rey Chico. “No era un cabaret como lo entendemos ahora. Era un cabaret muy flamenco que tenía la forma de la Alhambra, pero en miniatura. Por la noche había una hora en la que se subía al escenario una leyenda del flamenco. Por esta sala han pasado Camarón, Lola Flores… Y por supuesto Enrique Morente. Recuerdo una de las mejores fiestas que se ha celebrado en Granada, cuando Enrique celebró aquí la comunión de Estrella y el bautizo de sus otros dos hijos. Te puedes imaginar”, recuerda Heredia.

M. ZARZA

La cantaora sigue bajando por la Carrera del Darro, donde su padre tenía el bar La fuente. Entonces el paseo no tenía pérgolas y la fuente de la plaza estaba casi en la puerta del bar. “Dicen que esta es la calle más bonita del mundo. Es una maravilla”, presume la cantaora. “Cuando yo era pequeña recuerdo un festival que se hacía en este mismo lugar. Había un gran escenario que se montaba sobrevolando el Darro. Mi padre me traía hasta aquí para que escuchara a los mejores cantaores del momento, y me iba quedando con sus detalles y sus estilos para ir enriqueciendo el mío”, dice Heredia. Su padre, el cantaor Jaime Heredia El Parrón, fue el que la llevó de la mano hasta su debut. Tenía solo 12 años y fue en 1992 por la inauguración del Palacio de Congresos de Granada. Eso sí, reconoce que lo del cante le venía de antes: “Siempre he cantado, al menos desde que tengo memoria. En las fiesta familiares siempre se cantaba”, dice Heredia.

Pero para encontrar el lugar donde Marina Heredia aprendió los secretos del flamenco hay que volver a subir al corazón del Albaicín. En la Placeta de Toqueros, dejando atrás la calle San Juan de los Reyes por la que la cantaora habla de sus devociones y de su estrecha relación con la semana santa granadina, se llega a un carmen en el que se aloja la Peña La Platería. Fundada por los plateros de la ciudad, es la primera peña constituida legalmente de toda España, y está a dos calles de la casa en la que se crió. Entre sus muros Heredia aprendió la magia del cante escuchando soleás y seguiriyas. “Cuando teníamos 12 o 13 años, ya éramos buenos aficionados. Estrella Morente, Manuel Liñán, Miguel Ángel Cortés y yo nos pasábamos las horas muertas metidos en un cuarto aprendiendo de los mayores. La peña para mi generación ha sido algo muy importante”, dice Heredia. Pasea por la peña como si fuera su casa, abre puertas, saluda a todo el que se encuentra como si fuera de la familia, y siente cierto respeto al entrar en una sala con una chimenea encendida de la planta baja. Desde las paredes, los maestros del flamenco la contemplan en cientos de fotos en blanco y negro y en color. La Paquera de Jerez, Lola Flores, Camarón, José Mercé, Morente y hasta su padre la miran desde los muros. “Mucha gente que empieza como artista desde muy pequeña dice que se sentía rechazada. Pero yo he sido feliz: he tenido una infancia flamenca muy buena”, comenta.

Atrás quedan los conciertos que atesora en la memoria: el concierto en la Plaza de las Pasiegas con Arcángel y Miguel Poveda que “fue una explosión”, sus noches en el Teatro Isabel la Católica, el espectáculo con Blanca Li en el Palacio de Carlos V dentro del Festival de Música y Danza de Granada… Cada espectáculo es un nuevo comienzo, y en el de este jueves canta a los grandes, aquellos que vio pasar por El Rey Chico y por la peña. Al abandonar la peña Albaicín arriba mira hacia atrás una última vez y suelta casi en un susurro: “Sé que volveré a vivir en el Albaicín. Algunos necesitan tranquilidad o mucho espacio. Yo lo que necesito es ver la Alhambra todos los días”.

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