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Los retratistas del desastre

El cine se convierte en el refugio más cálido cuando casi todo el personal vive en la incertidumbre o la constatación de la pobreza

Carlos Boyero
Un fotograma de 'Las uvas de la ira'.
Un fotograma de 'Las uvas de la ira'.

Hay gente que le exige al cine que sea un permanente espejo de la realidad y que denuncie los abusos y las injusticias que se cometen en ella y otra cuya máxima aspiración al introducirse en una película es que esta logre que se olviden durante un par de horas de la realidad. Hay quien busca ensoñación y otros que lo identifican con una ventana para observar el mundo, hay quien disfruta con el cine de prosa y otros que solo encuentran la esencia en el cine de poesía. Yo, la única condición que preciso es que sea bueno, que no me aburra, que me provoque sensaciones potentes (incluyo la más grata, o sea, la risa), que me hipnotice, que me lo crea.

Se agradece que el cine explique cómo se fraguó la ruina y sus responsables"

Cuentan que en las épocas duras, cuando casi todo el personal vive en la incertidumbre, el desasosiego, el miedo, la amenaza o la constatación de la pobreza, la pura desolación (por supuesto, están eximidos de esas sensaciones tan ingratas los legitimados miserables que las han creado), el cine se convierte en el refugio más cálido. Ocurrió durante la Gran Depresión, con millones de espectadores arropados por la oscuridad y permitiéndose soñar con lo que ocurría en la pantalla. Aunque se necesitaba un mínimo de dinero para acceder a ese placer. Otros ni siquiera disponían de alimento. Pero vamos a creer a Ma Joad despidiéndose tal vez para siempre de su digno y acorralado hijo en la conmovedora Las uvas de la ira: “No podrán con nosotros, no podrán destruirnos porque nosotros somos la gente”.

Hay directores empeñados en explicarnos los orígenes y los mecanismos del desastre que estamos viviendo, sin tiempo ni ganas para hablar de las rosas. Evidentemente, esas películas y esos documentales no van a meter en la cárcel a los impunes depredadores, ni a cambiar el estado de las cosas, ni a dar de comer al hambriento, pero se agradece que el cine (si es bueno, repito) nos explique cómo se fraguó la ruina y señale a sus responsables.

El Gordon Gekko de Wall Street fue un glorioso pionero de la infamia. Salió de la cárcel en plena crisis económica. Pero Wall Street 2: el dinero nunca duerme es anodina y olvidable. Aunque contiene una reflexión antológica de Gekko: esto ya ocurrió hace cuatro siglos con la especulación de los bulbos de los tulipanes en Holanda. Ocurrió, ocurre y volverá a ocurrir. Margin call y The company men supuestamente son ficciones, pero suena a pavorosamente real lo que cuentan. La primera describe los primeros momentos del derrumbe y la actitud de los tiburones financieros. La segunda, el estado de ánimo de la gente que trabaja en una gran empresa y que de la noche a la mañana se quedan en la puta calle.

Otros han elegido el formato y el lenguaje del documental para retratar los orígenes y las consecuencias del desastre. Michael Moore, cómo no, se apuntó corriendo a la pedagógica aunque horrorizada notaría de este, pero Capitalismo: una historia de amor trata al espectador como a un crío con pocas luces. Es facilona, enfática, tramposa. Todo lo contrario que las lúcidas y verdaderamente corrosivas Enron e Inside job. Costa-Gavras, autor ancestral del cine de denuncia (con irregulares méritos artísticos) adopta la sátira para hablarnos de los banqueros en El capital. Solo han pasado dos meses desde que la vi en el festival de San Sebastián pero he olvidado completamente su argumento. Siendo más precisos, me costaba recordarlo a la hora de acabar su proyección.

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