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CRÍTICA DE 'EL HOMBRE DE LOS PUÑOS DE HIERRO'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barroco ‘grindhouse’

Debut en la dirección de RZA con guion de Eli Roth y apadrinamiento de Quentin Tarantino La película parece el premio del autor de 'Kill Bill' a su colaborador por los servicios prestados

Quentin Tarantino construía sus bandas sonoras de material ajeno con la pureza del adolescente que graba en cinta analógica sus canciones favoritas para impresionar a una novia —o cualquier otro objeto de deseo—, hasta que RZA se cruzó en su camino. El líder de Wu Tang Clan cambió las reglas del juego en Kill Bill, Volumen 1 (2003): recombinando todo tipo de materiales, RZA amplificó el impulso referencial de la película, convirtiendo ese sofisticado tapiz sonoro en la segunda piel de las imágenes y, sobre todo, en una cámara de ecos que sumaba complejidad al conjunto. RZA se había estrenado en el cine como compositor de la banda sonora de Ghost dog (1999), otra película notable, con la particularidad de ser extremadamente cercana a los postulados estéticos de Wu-Tang Clan, formación hip-hopera que encuentra su inspiración, mística, estética y filosofía de vida en el imaginario del cine de artes marciales.

EL HOMBRE DE LOS PUÑOS DE HIERRO

Dirección: RZA.

Intérpretes: RZA, Russell Crowe, Cung Le, Lucy Liu, Pyron Mann.

Géneros: aventuras. EE UU, 2012.

Duración: 95 minutos.

El hombre de los puños de hierro, debut en la dirección de RZA con guion de Eli Roth y apadrinamiento de Quentin Tarantino, parece el premio del autor de Kill Bill a su colaborador por los servicios prestados. El producto final también tiene espíritu de exploitation de ese díptico capital en la filmografía tarantiniana: no es una buena película, pero sí una propuesta enérgica, desprejuiciada y, sobre todo, tremendamente divertida. Si, partiendo de la combinación de referencias nobles y materiales de derribo, el díptico de Kill Bill proponía un ambicioso discurso sobre la intimidad de los arquetipos, aquí RZA responde con una paradoja: una estravaganza grindhouse para los tiempos en que las multisalas se han convertido en funcional mausoleo del espectáculo audiovisual, espacios asépticos sin el valor añadido que, años atrás, tenía disfrutar de las modalidades más excesivas de cine de género en salas de barrio o, directamente, antros de mala nota.

Entre el wu xia mutante, trufado de excesos fantásticos, y el spaghetti western deslocalizado, esta lucha de clanes alrededor de un tesoro encerrado en un burdel barroco no durará en la memoria, pero proporciona placer epidérmico hasta en sus créditos finales.

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