Fallece Eduardo Rivero, bailarín de Danza Moderna en Cuba
Figura esencial del sincretismo cultural antillano, recibió en La Habana el Premio Nacional de Danza 2001
El bailarín, maestro y coreógrafo cubano Eduardo Rivero Walter murió el 1 de noviembre en Santiago de Cuba abatido por el cáncer. Había nacido el 13 de octubre de 1936 en La Habana y fue conocido mundialmente cuando era primer bailarín del conjunto Danza Moderna de Cuba, que contribuyó a fundar.
Se crio en el barrio habanero de San Isidro, de fuertes tradiciones en el sincretismo religioso y en las danzas de origen africano. Luego relató que de pequeño escuchó los cantos vernáculos que entonaba su abuela, procedente de Jamaica, y eso influyó en su sentido del ritmo. Desde muy joven, se interesó por la danza, la música y el teatro, compartiendo intereses con artistas como Arnaldo Paterson y Fidel Pajares, que se convirtieron todos en discípulos del coreógrafo y teórico de la danza Ramiro Guerra; ellos fueron después el elenco mítico e icónico de la Suite yoruba de Guerra, una pieza clave de la danza moderna latinoamericana llevada al cine.
En España, Rivero bailó esa obra en múltiples giras por Madrid, Barcelona, Sevilla, Mérida y Santander. La pieza se estrenó el 24 de junio de 1960, con música de Amadeo Roldán. Los diseños se inspiraban en los cuadros coloniales de Landaluce y sirvió de icono de la danza moderna cubana durante décadas.
La iniciación en la danza de Eduardo Rivero vino de la mano del bailarín y coreógrafo Manuel Ángel Márquez y de Jorge Lefevre (que luego fuera figura del Ballet del Siglo XX de Maurice Béjart en Bruselas). Márquez le acerca a Igor Youskevich, Gene Kelly, Tamara Toumanova y otras estrellas del ballet de la época, y lo lleva al Conservatorio Municipal de La Habana, donde permanece seis años. Allí la maestra Clara de Roche lo inicia en el ballet académico y le imparte además clases en su estudio privado al reconocer sus aptitudes.
Allí intima con Lefevre y ambos, hombres de raza negra, ven cómo en su época el ballet clásico está prácticamente vetado para ellos, y eso los deriva a la expresión moderna trufada del rico e intenso folclore afrocubano, fundando Danza Nacional de Cuba, que en décadas posteriores, ya en los años sesenta y setenta del siglo XX, tienen para Rivero su etapa de apogeo como primer bailarín. Allí el coreógrafo Ramiro Guerra le crea un primer papel importante: el mulato enamorado de una mujer blanca. Se retiró definitivamente de los escenarios en 1989 en la gala del 30º aniversario de su compañía en el teatro Mella de La Habana, donde bailó Orfeo Antillano, otro de los grandes papeles con que había triunfado en Londres, Moscú, París y otras capitales del mundo.
Desde 1970, ya Eduardo Rivero había empezado su carrera como creador coreográfico y sintió los efectos de la consagración y el éxito desde su primera pieza, Okantomí, a la que siguieron Súlkari, considerada un clásico de la danza moderna americana y a la que siguen Duo a Lam, Tributo, Elogio de la danza, Destellos, Ceremonial de la danza, Balada de los dos abuelos, Trío y Lambarena, entre otras de su prolífico catálogo.
Su labor pedagógica ha sido muy amplia y diversificada, estando avalada por un sistemático trabajo académico que incluye la formación de compañías como la National Performing en Granada, Compañía de Danza Contemporánea Okantomi en Barcelona y la National Performing en Belice; también fue asesor artístico y maestro de la Compañía Nacional de Danza de Guyana, la National Dance Theatre Company y la National School of Dance, ambas de Jamaica. Fue un colaborador habitual de Danza Contemporánea Le Corail en Martinica, y como profesor de cursos de verano visitaba Canadá, Alemania y Reino Unido, especialmente las escuelas de Londres y Birmingham.
En 1996 participó en el Festival Internacional de Teatro de Cádiz y en 1998 presidió el festival Experiencia en París. Tenía el grado de profesor titular adjunto del Instituto Superior de Arte de La Habana y, como teórico de la materia, Rivero presentó su investigación sobre Las experiencias de la Danza en el ámbito del Caribe, siendo acogido con gran éxito en el I Congreso Latinoamericano de Coreografía en Caracas en 1990. Cuba le recompensó con el Premio Nacional de Danza en 2001.
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