El contrato corrupto
Ocurre hacía el final de Postales negras, esas memorias de Dean Wareham que ahora se publican en España. El fundador de Luna se embarca en una relación clandestina con Britta Phillips, bajista del grupo. Cuando lo descubre, su mujer le echa de casa.
Días terribles. Transcurren además en un Nueva York traumatizado tras el ataque del 11-S. Dean y su esposa intentan recomponer su vínculo: visitan psicoanalistas, consejeros de pareja, mediadores. En una sesión, la mujer denuncia que su matrimonio ha sido “un contrato corrupto”. Ella criaba al hijo que habían tenido y mantenía la casa. Mientras tanto, él disfrutaba: grababa discos, salía de gira, era reconocido y celebrado. Dean solo puede responder que, como músico, nunca prometió otro tipo de vida.
Eso me traslada a Soy tu hombre, la reciente biografía de Leonard Cohen. Su autora, Sylvie Simmons, ha detectado otra constante en su vida y obra. Ya sabíamos de la amistad, el amor, la depresión, la búsqueda religiosa, la necesidad de un oficio, las raíces judías. Pero Simmons también destaca su renuncia a comprometerse con una mujer. Cohen no quiere casarse, nunca firmó “un contrato corrupto”.
Mientras Cohen huye del matrimonio, Dean Wareham lo abraza
Había conocido la miseria sexual: Simmons describe sus hambrientos vagabundeos por la zona marinera de Montreal. Todo cambió hacia 1965, ya ascendido a celebridad literaria. Los primeros años de la liberación sexual: “Era fantástico, todo el mundo le daba a la otra persona lo que quería. Y las mujeres sabían qué querían los hombres”.
Una breve primavera, recuerda Cohen. “Volvió luego el viejo relato de terror. Yo te daré esto si tú me das lo otro. Ya sabes, qué saco yo, qué sacas tú. Es un contrato”. Y Leonard odiaba los contratos, incluso en cuestiones profesionales: prefería el apretón de manos.
No lo disimulaba. Estaba siendo entrevistado por Malka Marom, periodista de la CBC, y metió la mano bajo su falda. “¿Qué haces?”. Respuesta: “Este es el verdadero diálogo, Malka”. Sabiendo que Leonard convive con Suzanne Elrod y que hay dos hijos, ella le pregunta por el matrimonio y la monogamia:
“El matrimonio es para personas muy magnánimas. Es una disciplina de extrema severidad. Dar la espalda a todas las demás posibilidades de amor, de pasión, de éxtasis… tener la determinación de encontrarlas en un solo abrazo es un concepto intachable y elevado. El matrimonio hoy es el monasterio”.
Con Suzanne no hubo papeles. Cuando se separaron en 1979, llegaron a un acuerdo: reparto de bienes, visitas, manutención. No bastó. Ella terminaría acudiendo a los tribunales en busca de más dinero.
Suzanne provocó un desahucio bochornoso. Apareció por la isla griega de Hidra y obligó a la anterior esposa de Cohen, Marianne Ihlen, a dejar la casa que habían compartido. Estaba a nombre de Leonard pero Marianne había vendido la suya para mantenerle, cuando el escritor apenas recibía derechos de autor. Resignada, Marianne salió de la vida de Cohen.
Leonard haría una tibia oferta musical de matrimonio a su siguiente Mujer Importante, la actriz Rebecca de Mornay. En Waiting for the miracle, canta “ah, baby, vamos a casarnos / hemos estado solos demasiado tiempo”. No dieron el paso.
En 1993, la revista Details ofreció a Cohen ocuparse de su consultorio sentimental. Le preguntaron lo obvio: “¿Qué es lo esencial que los hombres deberíamos saber sobre las mujeres?”. Respondió finamente: “Las mujeres están profundamente embebidas de una pauta de pensamiento centrada en el compromiso”.
La siguiente Novia Oficial, la vocalista Anjani Thomas, pareció reblandecer su determinación de soltería. Escúchenle en 2007: “La mujer dice: ‘¿Qué es nuestra relación? ¿Estamos comprometidos?’. Solía responder: ‘¿De verdad hemos de tener esta discusión?, porque eso no es tan bueno como nuestra relación’. Pero cuando te haces mayor quieres adaptarte y dices: ‘Sí, vivimos juntos. No busco a nadie más. Tú eres la mujer de mi vida’. Independientemente de las formas que adopte: un anillo, un acuerdo, un compromiso. Dejando aparte el modo en que actúas”.
Adviertan que Cohen dejaba una vía de escape en la última frase. De hecho, para su etapa budista, eligió un cenobio que toleraba el sexo ocasional. La unión con Anjani también acabó. El gran seductor sigue soltero y, que nadie se ofenda, posee una biografía carnal más intensa que muchos apóstoles del sex and drugs and rock ‘n’ roll. Una dieta, por cierto, no apta para cualquier músico: Dean Wareham mastica en Postales negras la culpabilidad que le generaban sus infidelidades. En cuanto se divorcia, se casa de nuevo. Con su compinche musical, Britta.
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