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PURO TEATRO
Columna
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Incandescencias

Textos encendidos, interpretaciones que arden: 'Oleanna', de Mamet, con Ramon Madaula y Carlota Olcina en el Romea de Barcelona; 'Un trozo invisible de este mundo', de y con Juan Diego Botto y Astrid Jones, en las Naves del Español de Madrid

Marcos Ordóñez
Juan Diego Botto es el autor de los monólogos de ‘Un trozo invisible de este mundo’ y el intérprete de cuatro de ellos.
Juan Diego Botto es el autor de los monólogos de ‘Un trozo invisible de este mundo’ y el intérprete de cuatro de ellos.

Dos funciones que te tocan, te iluminan, te encienden: Oleanna, de Mamet (Romea, Barcelona), dirigida por David Selvas, y Un trozo invisible de este mundo (Naves del Español, Madrid), escrita por Juan Diego Botto y dirigida por Sergio Peris-Mencheta. El espacio de Un trozo invisible de este mundo, concebido por Carlos Aparicio y Peris-Mencheta, es el sótano de un aeropuerto, con la cinta continua que escupe maletas y bultos: el subsuelo del primer mundo, la sala de espera. La oscura base de la estatua de la libertad en Ellis Island o en cualquier lugar semejante. Cinco monólogos sobre la inmigración y el exilio. El protagonista del primero (Arquímedes) es un cabrón con pintas, un agente de aduanas que se dirige a los recién llegados y encarna la raíz del racismo, un racismo paternalista, sonriente y feroz. Botto está aquí tan seductor y temible como Tom Cruise en Magnolia. En el segundo (Locutorio) se transforma en un inmigrante argentino en Madrid. Un paria mentiroso, tierno, y también racista con los que están más abajo, con los que hablan otra lengua o tienen otro color: siempre habrá un otro para el otro. El personaje, pues, no es ningún santito, y se agradece: vemos a un ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor. Y brota el humor, tamizando (o reforzando) el dolor de la ausencia, de la supervivencia, en la mejor línea de Tito Cossa. Aparece luego Astrid Jones para interpretar a una mujer africana que le habla a su hijo, y nos va a contar multitud de historias, a dar voz y cuerpo a muy diversos personajes, la abuela que sueña con una Europa promisoria, la mujer que “tenía una linda sonrisa en la cara y se sujetaba una bolsa de agua caliente en el vientre para apagar el dolor de 15 hombres 13 horas al día”, y la que está muriendo de sida en un centro de internamiento para extranjeros (en plata: una puta cárcel) y los médicos solo le dan pastillas para los nervios y pomadas para el picor, y la narradora finge, momento terrible, no hablar su idioma para no meterse en líos. Otro texto poderoso y una interpretación con luz, y una puesta que parece tener a Brook como modelo: lástima que en algunos pasajes no se acaba de oír con claridad a la estupenda, conmovedora Astrid Jones.

Y entonces entra Turquito, el cobarde y heroico y muertísimo Turquito, y me parte el corazón, y juraría que no solo a mí. Un gran relato, que Eduardo Pavlovski hubiera podido firmar. O Rodolfo Walsh. ¿Cuándo rompo a llorar? Cuando le empujan a la delación, cuando a su alrededor hay un Buenos Aires amarillo de otoño y todo parece ser como fue antes y ellos le piden que señale a la mujer más bella y más fiera que jamás conoció, y eso ha de ser peor que la picana y las uñas arrancadas, y Juan Diego Botto dice ese texto de la única manera que imagino puede decirse, y vuelvo a sentir un escalofrío al recordarlo ahora. Admirable, como admirable es también El privilegio de ser perro, el monólogo final, su absoluta vuelta al ruedo, con el humor furioso de los monólogos de John Leguizamo en los ochenta y la melancolía del retorno imposible de Miguel Ángel Solá en Sur, de Pino Solanas. Gran espectáculo, gran arte. Que gire y gire y gire, por favor.

Y que gire y gire y gire Oleanna, aunque en Madrid la hicieron, la primavera pasada, José Coronado e Irene Escolar, tan admirablemente como la hacen ahora Ramon Madaula y Carlota Olcina, en catalán (formidable versión de Cristina Genebat), en el Romea. La obra tiene 20 años, pero no ha perdido un átomo de fuerza ni de actualidad. En aquellos días nacía la “corrección política” y Mamet quiso advertir de cómo palabras y signos pueden ser tergiversados en aras de un pensamiento único y mostrarnos la lucha por el poder entre un liberal autosatisfecho y una joven airada que, captada por un grupo, acaba mutando en monstruo totalitario. Mis perfiles son alicortos (ya está la obra para desarrollarlos), porque John es paternalista, arrogante, solo se escucha a sí mismo y juega a denigrar un sistema que acata, pero también es un humanista que adora enseñar. Y salta a la vista que Carol prima la nota al conocimiento, pero también quiere aprender, “formar parte”, y sus exigencias (iniciales) son absolutamente comprensibles. Lo fascinante de la pieza es que tanto John como Carol tienen razón (o razones sucesivas) en muchas de las cosas que reivindican, y tus simpatías por uno y otra cambian a cada nuevo giro de la trama y de la argumentación: quizás la diferencia última estribe en que ella desea algo atroz y él no.

Oleanna ilumina zonas de sombra y prende en nosotros porque no estamos acostumbrados a ver controversia, enfrentamiento dialéctico, en un teatro. Tenía mucha razón Iván Morales cuando me dijo, a la salida, citando a Eusebio Poncela en Martin Hache, que es una de esas obras “que te follan la cabeza”. Ramon Madaula y Carlota Olcina la interpretan con entrega total, con superlativa convicción, con un extenuante dominio del juego escénico: la pelota no cae ni una sola vez. No de otro modo puede hacerse este texto, que David Selvas ha dirigido con absoluta minuciosidad. Solo hay algo que no me convence: las filmaciones. La primera es utilitaria: una fiesta en casa de John, que sirve para cambiar el decorado. La segunda es, en mi opinión, un tanto innecesaria: Carol saliendo atropelladamente del despacho. Pero la tercera es un añadido textual (hay diálogo, aunque se trate de imágenes) que arroja nuevos datos a la balanza y por ello la desequilibra. Yo creo que Mamet ha hecho muy bien su trabajo y nosotros el nuestro: sabemos lo que hemos de pensar y no necesitamos subrayados. Pega subsanable, que no empaña el altísimo nivel del montaje. Estamos teniendo una temporada de las que hacen época: tampoco se pierdan Los hijos se han dormido, de Veronese (un Chéjov flamígero, en las Naves del Español), La verdad, dirigida por Flotats (un vodevil a caballo entre Pirandello y Guitry, en el Alcázar/Cofidis), la burbujeante Noche de reyes de Eduardo Vasco en la Abadía; Sé de un lugar, de Iván Morales, ahora en el hall del Romea, y Pàtria, escrita y dirigida por Jordi Casanovas, una función valiente y compleja, entre Lepage y Benet i Jornet, que arrasa en el Lliure.

Un trozo invisible de este mundo. Dirección: Sergio Peris-Mencheta. Textos: Juan Diego Botto. Intérpretes: Juan Diego Botto y Astrid Jones. Naves del Español. Matadero. Madrid. Hasta el 4 de noviembre.

Oleanna. David Mamet. Dirección: David Selvas. Intérpretes: Ramon Madaula y Carlota Olcina. Teatre Romea. Barcelona. Hasta el 2 de diciembre.

Bulevares periféricos

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