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La otra arquitectura inteligente

Un campo de fútbol gallego muestra el ingenio del arraigo topográfico

Anatxu Zabalbeascoa
Graderío del equipo de fútbol de Vilalba (en Lugo).
Graderío del equipo de fútbol de Vilalba (en Lugo).Santos-Diez (BIS Images)

Frente a la domótica, topografía. Frente a la alta tecnología, albañiles con oficio. Y frente a las florituras formales, tres funciones para un único edificio. El equipo de fútbol de Vilalba (en Lugo) necesitaba un graderío. Les hacía falta una tribuna para tantos días de lluvia y también lavabos con vestuarios para jugadores, espectadores y árbitros. Precisaban todo eso y tenían un talud. Los arquitectos Santiago Rey, Jacobo Fernández Malde, Blanca Carballal e Ismael Ameneiros aprovecharon ese desnivel para construir las tres cosas en una única intervención.

Así, el graderío se apoya hoy en el ascenso del talud al tiempo que lo contiene y lo refuerza. Los vestuarios coronan ese ascenso y, además, sirven de techo para formar la tribuna que queda tapada por un regalo: una terraza mirador. Con todo, y a pesar de intervenir con hormigón armado, en Vilalba sigue mandando el paisaje.

El diseño del campo de fútbol podría recordar, en versión regional, al del famoso estadio que el Pritzker portugués Eduardo Souto de Moura levantó para el club de fútbol Braga, aprovechando una cantera. La diferencia en este pueblo de Galicia es que no hay muro ni fachadas ni agujero ni siquiera cantera. Todo el campo está abierto. El partido puede verse desde cualquiera de los cuatro lados del terreno de juego. Eso sí, el asiento de hormigón cubierto y la terraza sobre el campo ocupan la zona más cuidada, ofrecen las mejores vistas y, a pesar de eso incluso entre las gradas manda la vegetación, que se cuela en el interior y las cubre asumiendo la dentellada de la intervención y, a la vez, recuperando y reconquistando el terreno.

Por eso, es evidente que, en este pueblo de Lugo, la arquitectura inteligente no es high tech sino más bien high sense. Aquí el sentido sobrepasa a la técnica. El graderío de hormigón armado oculta espacios de almacén en los cimientos de las dos cajas compactas que forman los vestuarios.

En esos dos módulos iguales, la iluminación es cenital —para evitar refuerzos de vallas de seguridad— y los vanos que deja la estructura están cubiertos por una fachada ventilada de madera autóctona que atempera la dureza del hormigón. Una tercera caja, ya toda de madera local, sirve de vestuario para árbitros, contiene también aseos públicos y remata, además, la secuencia entre la madera y el hormigón.

Este proyecto costó, según sus autores, 912 euros por metro cuadrado. Y es, además de tres edificios en uno, a la vez infraestructura y paisaje. Es difícil que una arquitectura capaz de servir a tantos usos sea sin embargo rotunda.

Pero en este campo se da esa circunstancia. Las decisiones están claras, los objetivos precisados y también logrados. Por eso la inteligencia del proyecto nace de poder abarcarlo todo, de poder servir a tres amos con un mismo único rostro, de haber conseguido levantar un edificio que llega para ayudar sin tener que molestar. No es cierto que la arquitectura inteligente sea, necesariamente, la más tecnificada. A veces la topografía aconseja mejor que la industria.

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