_
_
_
_
LECTURAS COMPARTIDAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Narradores con las manos sucias

José Ovejero profundiza con la fuerza de un taladro en las biografías de sus personajes —Genet, Malraux, Mutis…— y reflexiona sobre la relación entre los demonios y los deseos. Su libro 'Escritores delincuentes' está lleno de historias atractivas

Rosa Montero

Si alguna vez has pensado que la mayoría de los escritores son unos mentirosos y unos indeseables, este es tu libro. Lo primero que te deja estupefacta del estupendo ensayo Escritores delincuentes de José Ovejero es, precisamente, la ingente cantidad de literatos criminales que ha reunido. La lista es tan larga y el conocimiento de Ovejero sobre el tema tan vasto y exhaustivo que no sé cómo ha podido hacer otra cosa en la vida, aparte de perseguir y leer a estos forajidos de las letras. Antes de devorar con deleite este libro, yo hubiera jurado que, más allá del pequeño puñado de casos famosos, habría pocos escritores fuera de la Ley, tal vez porque pienso que somos más pasivos y más cobardes, y porque la narración te permite cometer imaginariamente todos los crímenes, de manera que no necesitas recurrir al acto.

Pero, tras leer a Ovejero, me he dado cuenta de que no es así por muchas razones. En algunos casos, la escritura forma parte de un temperamento mitómano y resbaladizo; muchos de los delincuentes aquí tratados son estafadores, marrulleros, vendedores de aire y charlatanes fraudulentos: o sea, todo lo que en realidad es un novelista (o, al menos, un mal novelista). Además, hay bastantes autores que están algo chiflados y/o provienen de una familia y una infancia violentas y traumáticas; de hecho, tengo la teoría de que uno se hace novelista precisamente porque, siendo niño, ha sufrido una experiencia de decadencia; al escritor se le rompió en algún momento la niñez y entonces escribe para recuperar, para restañar, para cerrar el agujero. Y, claro, si esas vivencias infantiles son demasiado demoledoras, pueden conllevar fácilmente marginación social e ilegalidad. Por último, buena parte de los autores de los que habla Ovejero se hicieron escritores después de delinquir, y eso es típico de la gente que ha tenido una vida peculiar o que cree haberla tenido. A todos los novelistas se nos ha acercado alguna vez alguien diciendo: “Te tengo que contar mi vida porque con ella escribirías una novela buenísima”. Los delincuentes de Ovejero tenían ese pasado repleto de peripecias y, en muchos casos, la calma chicha de la cárcel para poder ponerse a llenar folios.

Ovejero resalta una y otra vez cómo los escritores no delincuentes nos morimos de fascinación por los autores criminales

Con la ventaja nada baladí de que, si te las apañas para enhebrar palabras con alguna finura, es probable que el prestigio literario te ayude a salir del trullo. Eso resalta Ovejero una y otra vez en su libro: los escritores no delincuentes nos morimos de fascinación por los autores criminales. Será que admiramos su audacia desde esa pasividad y esa cobardía nuestras a las que antes me refería; o será que nos recuerdan a nuestros personajes; o tal vez en el fondo más remoto de nuestra conciencia, allí donde no nos atrevemos ni a mirar, tengamos miedo de no estar tan lejos de ellos, de perder algún día la cabeza y cometer una tropelía. Sea como fuere, Ovejero recoge innumerables cruzadas de intelectuales intentando salvar de la cárcel a algún literato malhechor. Sucedió, por supuesto, con Jean Genet. Sucedió con Álvaro Mutis (¡cáspita! Ignoraba su pasado proceloso), que estuvo año y medio en la cárcel por haberse apropiado de fondos de la Standard Oil en la que trabajaba; unos dicen que Mutis había utilizado el dinero para ayudar a disidentes políticos en peligro (pero esta versión, señala Ovejero, debía de ser la del propio Mutis), otros que usó el presupuesto publicitario de la compañía para pagar proyectos culturales y algunas fiestas; en cualquier caso, el grupo de intelectuales que intercedió por él estaba capitaneado por Octavio Paz. Y sucedió con André Malraux (¡recáspita! Tampoco lo sabía), que en 1923, con 21 años, viajó con su joven esposa a los fabulosos templos de Angkor, en Camboya, con la intención de robar allí algunas piezas de arte y pasarlas de contrabando a Francia. Les pillaron arrancando unos relieves (qué bestias) y a Malraux le condenaron a tres años de cárcel que la consabida movilización de intelectuales consiguió reducir, yo diría que un poco injustamente, a un año de libertad condicional.

André Malraux (París, 1901-Créteil, 1976).
André Malraux (París, 1901-Créteil, 1976).

Pero esa presión romántica de los escritores para rescatar y redimir a sus colegas caídos ha tenido a veces consecuencias dramáticas, como en la espeluznante historia del austriaco Johann Unterweger, hijo de una prostituta y de un soldado americano. Fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de una muchacha y se pasó dieciséis años en prisión, en donde escribió cuentos, una autobiografía, poesía y obras de teatro. Entonces los intelectuales consideraron que estaba recuperado socialmente y que la pena perpetua era una crueldad (lo es), y lograron que se le pusiera en libertad. Asesinó al menos a nueve prostitutas, estrangulándolas con su sujetador, antes de ser de nuevo detenido. Se ahorcó en la cárcel en 1994, tras su segunda condena a perpetuidad.

El trabajo de Ovejero está lleno de historias así. Algunas muy famosas y tremendas, como la de Anne Perry, la célebre autora de novelas policiacas, que de adolescente mató a ladrillazos, en compañía de su mejor amiga, a la madre de ésta. Otras, totalmente desconocidas, pero igual de atractivas. Bastaría con el cúmulo de información efervescente que esta obra posee, con su cuota de cotilleo, para que su lectura fuera apasionante. Pero es que además ese gran escritor que es Ovejero ha conseguido profundizar con la fuerza de un taladro en las biografías de sus personajes y, al mismo tiempo, reflexionar sobre la relación que hay entre la vida y la escritura, entre los demonios y los deseos. Este libro es un paseo intenso y conmovedor por los extremos del ser, por la inquietante y a veces grotesca realidad que se extiende extramuros, justo al otro lado de la frontera, entre las sombras.

Escritores delincuentes. José Ovejero. Alfaguara. Madrid, 2011. 344 páginas. 18,50 euros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_