Contra el pelotazo
"Garriga y Foraster se comparan con médicos cuyos pacientes no pueden desplazarse y no les falta razón"
Victoria Garriga y Toño Foraster (AV62) han defendido siempre que el objeto de la arquitectura es transformar la realidad material mediante la belleza. Para un fin tan sublime han elegido ciudades tan difíciles como Bagdad o Kabul. Que vivan esa dificultad como una coyuntura los retrata como proyectistas, como personas y como una nueva generación de arquitectos.
Garriga y Foraster se comparan con médicos cuyos pacientes no pueden desplazarse y no les falta razón. Donde ellos van a trabajar no hay arquitectos porque no han podido formarse. En esas metrópolis todo proyecto cobra un aire necesario, y esa necesidad, la de ayudar a salir de situaciones inhumanas, también habla de la generación que representan: los proyectistas españoles que quieren romper el círculo vicioso que relaciona, inexorablemente, arquitectura y poder. Así, preparados académica, intelectual, pero también humanamente, pueden afrontar estos concursos como una segunda oportunidad. Y mientras la pereza, el miedo o la ausencia de un panorama de enriquecimiento rápido desmotiva a casi toda una generación anterior, es en esas mismas condiciones donde parecen encontrar ellos su motivación.
Las ciudades destrozadas siempre han sido terreno abonado para la especulación constructiva. Por eso hay que tener cuidado con lo que sacamos fuera y cuidar la Marca España. La forma, el edificio como objeto de diseño, no puede ser lo que exportemos. Es necesario dar un paso atrás y tratar de cuidar lo que en España se ha descuidado: la cohesión social, el paisaje, la sostenibilidad, la arquitectura como hecho cultural por encima de bien comercial. Que es posible hacerlo lo demuestran Foraster y Garriga. Que AV62 ganara este concurso —el estudio Tuñón y Mansilla quedó segundo—, pero también que B720 ganara otro para construir un barrio sostenible en Brasilia abre nuevas posibilidades para la arquitectura y para los arquitectos. Puede que sean las migajas que las estrellas no se arriesgan a coger por miedo a ensuciarse, pero abre una puerta a la esperanza el hecho de que ya no sea un nombre el que consigue el premio, sino un proyecto anónimo que resuelve un problema.
En Kabul, las piezas arqueológicas del Museo Nacional han sido destrozadas a martillazos por los talibanes o escondidas bajo siete llaves —en manos de siete desconocidos—. Parecería un cuento si no fuera un drama. Para una personalidad tan vehemente como la de Victoria Garriga el drama está hoy más en España, donde el verdadero trabajo del arquitecto sería borrar lo que han hecho los políticos, el dinero y los proyectistas abducidos por el tiempo de voracidad grosera en el que hemos vivido.
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