Danza de la muerte en vida
En el montaje de Veronese la exaltación de los protagonistas lo invade todo: poco terreno queda para que verdeen su desolación y su amargura
Se llaman George y Martha, como el primer presidente de la historia de los Estados Unidos y su primera dama, pero beben como cosacos y se llevan a matar. Él es profesor; ella, hija del rector: esta noche reciben en casa a una parejita sin hijos, que podrían ser ellos mismos, veinte años atrás. Casi todo el mundo conoce ¿Quién teme a Virginia Woolf? a través de la película de Mike Nichols, fielmente inspirada en esta obra de Edward Albee que empieza como un trueno y no da tregua a personajes, intérpretes ni público. La danza macabra de sus protagonistas recuerda, ya desde el título del segundo acto (Noche de Walpurgis),la de la autodestructiva pareja de la obra homónima de Strindberg.
En los años sesenta escandalizó la virulencia de la batalla conyugal y lo crudo de su lenguaje, que pronto se haría común y corriente en el teatro anglosajón: hoy nos suena fatigosamente familiar. En este montaje dirigido por Daniel Veronese sobre una versión sin firmar, Pere Arquillué interpreta al intelectual cínico hasta el ápice y Carmen Machi a su frustrada esposa. Veronese orquesta con envidiable naturalidad el complejo entramado de idas y venidas de los anfitriones y de sus invitados, pero no consigue iluminar cada momento dramático clave con la intensidad adecuada. En su montaje, la exaltación de los protagonistas (y su sarcasmo) lo invaden todo: poco terreno virgen queda para que verdeen su desolación y su amargura profundas. A Arquillué se le siente cómodo en su papel de maestro de ceremonias decapante, pero echamos de menos que, cuando intenta confesarse con su invitado, aflore un mínimo de sinceridad por debajo de su tono eternamente burlón.
¿QUIÉN TEME A VIRGINIA WOOLF?
Autor: Edward Albee.
Intérpretes: Carmen Machi, Pere Arquillué, Mireia Aixalà e Ivan Benet.
Escenografía: Sebastià Brosa. Dirección: Daniel Veronese.
Teatro de La Latina. Hasta el 12 de octubre.
Carmen Machi es una Martha eficaz: bronca, soez y desafiante a cada gesto y en cada réplica, sin un atisbo de la antigua elegancia que, allá en el fondo, tiene la hija del rector. En esta puesta en escena, ambos personajes no sufren la necesaria sutil evolución desde el efervescente comienzo del combate hasta su derrota provisional. El Nick de Ivan Benet no acaba de desprenderse de esa mueca recidivante de incomodidad con que su personaje se defiende de la sucesión de envites al que le someten. Y Mireia Aixalà, cuya Honey se muestra alternativamente abrumada y divertida ante el espectáculo que le brindan sus monstruosos anfitriones (antes de que le invada la náusea), repite una veintena de veces ese gesto de gatita encantadora que le marcan.
Al texto de Albee no le hubiera venido mal una de esas intervenciones a corazón abierto que Veronese hace con clásicos como Ibsen y Chéjov (pero que los autores vivos famosos, celosos de cada coma, no suelen consentir), y el director argentino se hubiera sentido mucho más a sus anchas montando un título donde el toro de la dramaturgia se pudiera coger por los cuernos.
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