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IN MEMORIAM
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Horacio Vázquez-Rial, lealtad a la vida

El escritor argentino residía en España desde 1974

Horacio Vázquez-Rial, en su casa de Barcelona.
Horacio Vázquez-Rial, en su casa de Barcelona.DANIEL MORDZINSKI

Solo una vez en mi vida miré la última página de un libro antes que la primera. Hará de eso unos 15 años y se trataba del manuscrito de El soldado de porcelana. Yo cumplía entonces las funciones de director editorial de Ediciones B. Era viernes, invierno, última y oscura hora de la tarde. Poco antes había recibido una llamada de Carmen Balcells para avisarme de que mandaba a un mensajero con algo urgente. Me había comprometido a darle mi opinión a la vuelta del fin de semana. El problema fue que el mensajero no traía un paquete, sino dos. Ambos rebosantes de folios. De ahí el impulso aterrado de atisbar el último folio para ver el número de páginas. Eran más de 1.200. Cedí al impulso de ojear también la primera página, en la que, por debajo del título, figuraba el nombre del autor: Horacio Vázquez-Rial. La novela empezaba como si se permitiera al lector pegar el oído a una conversación que parecía venir de muy atrás. Un personaje afirmaba: “Por lealtad a la vida. Por lealtad a la historia”.

El lunes acudí al despacho de Pere Sureda, jefe mío en la época. Iba dispuesto a convencerlo de la necesidad de publicar aquel tocho complejo, caro y no necesariamente vendible. Estuvo de acuerdo al instante y dio una explicación que no he olvidado: “Porque no has pegado ojo en tres días. Porque llevamos años trabajando juntos y nunca me habías hablado de un libro con esta emoción. Y porque a los dos nos conviene seguir creyendo que nos dedicamos a esta profesión precisamente para esto”.

Tuve el privilegio de convertirme en el editor de aquella novela que, encima, obtuvo una imprevista bendición comercial. Publiqué sus libros siguientes y recuperé alguno anterior. Todavía hoy creo que sus mejores novelas están a la altura de los grandes de la lengua hispana. De los grandes, grandes. Es posible que su condición de argentino en España y español en Argentina complicara en parte su difusión aquí y allá. Quizá publicó demasiado. Había que ganarse la vida.

Horacio Vázquez-Rial (Buenos Aires, 1947) tenía 65 años cuando un cáncer de pulmón, provocado por los 40 cigarrillos diarios que se fumaba, le arrebató ayer la vida. Tuvo que salir de Buenos Aires huyendo del grupo terrorista ultraderechista Triple A y llegó a Barcelona en 1974, allí se quedó muchos años. En España consolidaría una carrera literaria que despuntó en los ochenta con títulos como Historia del triste o La reina de oros.

La inquietud política siempre le marcó. Militante trotskista en su juventud, sus ideas derivaron a posiciones más conservadoras con los años. En un paso más en esa evolución política, Horacio estuvo entre los fundadores del partido Ciutadans de Catalunya.

Siempre tuve la sensación de que, como escritor, para verlo a él había que mirar hacia arriba. Y cada vez que lo hice me encontré una figura que tendía la mano con la elegancia de fingir que estábamos a la misma altura. Extremadamente coqueto, llegó a pedirme en una ocasión que no usase para las solapas de sus libros una foto en la que se veía muy mayor; en cambio, podía dejarse retratar por el gran Daniel Mordzinski sentado en la cama, en camiseta y calzoncillos, con aspecto de hombre derrotado por el tiempo.

Era capaz de ser sabio y cotilla, profundo y frívolo. Cualquier conversación con él era una celebración de la vida. Una vez, tras un largo paseo por Buenos Aires, se me ocurrió comentarle: “Tú lo sabes todo de esta ciudad y yo soy tan bruto que ni te pregunto”. “Tienes razón”, me contestó, “Todas estas piedras ahí muertas y tú y yo aquí, hablando de mujeres vivas. Qué tontos, ¿no?”

Sureda tenía razón. Éramos editores para eso. Para prestar toda la complicidad posible al éxito de novelas como El soldado de porcelana. Pero también por el placer de sentarnos a la mesa de gente como Horacio a hablar de amores mientras probábamos su exquisita ensalada italiana. Por lealtad a la vida, carajo.

Enrique de Hériz es escritor.

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