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LEANDRO, EL FANTASMA DE LA MONCLOA
Columna
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El cuchillo que esquivó Rajoy

José María Izquierdo
FERNANDO VICENTE

Ay! A ver, ¿quién me ha tirado esta pelota de papel, que me ha dado en todo el ojo?, se oyó protestar a Luisa Fernanda Rudí. Como le pille le voy a romper los dedos uno a uno, falange a falange, y luego le voy a arrancar las uñas y luego…

—Luisa Fernanda, hija, que tampoco es para tanto, que hay que ver cómo te pones por una bolita de papel…

—Ya, Mariano, pero es que dentro iba una bola de acero…

—¡¡¡Atchís!!!, estornudó el presidente de Cantabria.

—¡¡¡Atchís!!!, le siguió el de La Rioja.

—¡¡¡Atchís!!!, coreó Cristóbal Montoro que acompañaba al presidente.

—¡¡¡Atchís!!!, añadió Artur Mas. Oye, dijo, ¿esto lo hacéis mucho en España?

—A ver quién ha sido el listo que ha echado polvos pica-pica, se quejó Rajoy, que ya estaba harto de tanta tontería.

La reunión de presidentes autonómicos llevaba meses de retraso.

Es que me da una pereza tremenda, Leandro, me había comentado el presidente el día anterior. Y fíjate ahora, además, con las de a kilo que les ha hecho Montoro, que ya me ha contado que esta semana les ha quitado a todos mil millones así, por la gorra.

Yo entendía bien a Mariano, que esto de las autonomías y sus jefes era una lata. Desde el principio. Lo del País Vasco y Cataluña es lo que es, que ese es un tema imposible. Pero luego tampoco se sabe si los peores son los de la oposición o las fuerzas propias. Los propios, sobre todo si son demócratas cristianos, oí que susurraba el airecillo de Fito, esos son los peores… A Felipe no le gustaban nada esas reuniones, que se hacían a mayor gloria de Alfonso. Pero es que nada, me reforzó Por consiguiente. Ni tampoco a Aznar, insistió Azorín, que tenía que sonreír a Fraga. Bueno, tenía que sonreír, que ya era un esfuerzo. Hasta Om tuvo que reconocer que a Zapatero le ponían de los nervios. Lo de los nervios es un decir, claro. Así que ya estaban todos dispuestos a seguir la reunión, que la cita había comenzado fatal.

—No digas nada, Cristóbal, pero la silla quema. No, espera, hiela; no, quema…

Hubo que aplazar el arranque hasta que se cambió el asiento, que alguien había echado el líquido ese que venden en las tiendas de sorpresas que da frío y calor. Por no hablar de las bombas fétidas…

—No he sido yo, dijo Alberto Fabra, que en cuanto pasaba algo así siempre le miraban a él. Por lo del Mediterráneo…

—Bueeeno, bueeeno, estaba diciendo Montoro, así que protestar queríais por los recortes… A ver, Valcárcel, di lo que querías decir, hombre… Si te voy a meter un puro de cien millones digas lo que digas…

—Cristóbal, que ya no puedo ni encender las luces del despacho, que me alumbro con velas…

—Muy romántico, Valcárcel, muy romántico. Y a ver, Griñán, ¿otros 200 millones a quién papá le va a quitar?

—Señor presidente, le ruego que le diga al señor ministro, que la injusticia histórica que sufre el pueblo andaluz…

—Oye, no me metas, que he traído a Cristóbal para que os peguéis con él, que yo no tengo nada que ver…

—Quita, quita, Griñán, que era broma, hombre… Y a ver, Asturias…

Justo en aquel momento se fue la luz.

—¡¡¡¡¡Agggggggggggggg¡¡¡!!, se oyó el grito aterrador del presidente, al tiempo que se oía un ruido sordo tras un sonido sibilante: ¡¡¡ssssssssssssshhhhhhhhhh, ZAS¡¡¡

Yo había visto el lanzamiento y soplé un poco para desviar la trayectoria. Por si acaso. Las luces se encendieron y los ojos de todos los presentes se quedaron fijos en un cuchillo clavado en la pared, justo detrás del presidente. Aún se cimbreaba por la fuerza con la que había sido lanzado.

—¡¡¡Madre mía, si le pilla!!!, dijeron casi todos, más fuerte o más bajito, con más tacos o con menos tacos.

—Ha sido Griñán, seguro, gritó Monago. Son los rojos, que nos odian, dijo Bauzá…

—¿Y el asturiano?, terció Valcárcel, cabreado como estaba por lo de Montoro, que ése es nuevo, pero también socialcomunista…

—Por no hablar del vasco, que además de ser de Portugalete es socialistón, reafirmó Núñez Feijóo…

—Y pita al himno de España. Y al Príncipe, que yo lo vi…, acusó Esperanza Aguirre.

Mariano, pálido como aquel día del helicóptero, interrumpió la conferencia y avisó al comandante del CNI que siempre estaba por allí.

—No sé cómo ha podido ocurrir, presidente, que es que estaban todos los agentes mirando hacia afuera y nadie prestaba atención al interior, que como casi todos eran de casa… Pero lo resolvemos pronto. ¡Con la experiencia que tenemos nosotros de Afganistán!

Yo sí había visto al autor, claro, pero preferí dejarlo estar por unos minutos, que si hacía falta ya intervendría. Pero antes quería saber cómo de finos estaban los investigadores de la casa y darles una oportunidad de lucirse…

Los agentes investigadores, dos hombres, dos mujeres y una niña llegaron en un momento y se dedicaron, lo primero, a calmar los ánimos.

Don't worry, etcétera, dijo el primero, que parecía el jefe. El segundo hombre tradujo: Nada, ni preocuparse, que esto lo resolvemos en dos patadas. Estamos acostumbrados a cosas más difíciles.

—¿Pero éste no es Grissom, el de CSI Las Vegas?, preguntó Rajoy al comandante del CNI.

—No diga nada, presidente, que está dando aquí unos cursillos y le hemos pedido que nos eche una mano…

This is a knife. And this, is a wall. La segunda era la agente de campo.

—¿Catherine Willows, supongo?

—Sí, presidente. La niña es su hija. Nos ha dicho que no tiene con quién dejarla, dijo esto último en voz alta, para que la concurrencia no se extrañara demasiado, que ya la presencia de los CSI de Las Vegas había causado suficiente impacto…

—Pues en persona no está mal ese Grissom, ronroneó Dolores de Cospedal…

Escolta, com la noia és bo veure...., dijo Mas atusándose el tupé.

—Ese cuchillo tiene una etiqueta, tradujo el intérprete de Grissom. Haz el favor de leerla, Catherine.

Silencio expectante.

—Aquí pone Navajas El Fígaro, calle El Betis, 18. Sevilla, dijo finalmente la traductora de Catherine Fellows.

—¡¡¡Es una trampa, es una trampa!!!, saltó Griñán. Quieren implicarme en una horrible acción, que desde ahora mismo repudiamos todos los andaluces, que desde el alma vibrante de Blas Infante…

—Vale, vale, está bien, seguimos investigando. Pero las pruebas son las pruebas, dijo el comandante, haciéndose cargo de la situación, mientras Grissom y Catherine seguían buscando huellas con unos microscopios portátiles que habían sacado del monedero.

—Bien. Aquí tenemos la guía de teléfonos de Sevilla, páginas amarillas. A ver. Cuchillerías: El faro de Cádiz, SL; El felino cuchillero, SL, y de ahí pasamos a El florón de Marchena, SL. No veo yo que exista El Fígaro. Ahora mismo lo comprobamos. Guía de teléfonos de Sevilla, pero de calles. Repasemos, 14, 16, 18. Aquí. Pues no, aquí está registrada Casa Pitón, artículos de broma para despedidas de soltero. No veo yo…

—Oiga comandante, ¿y si utiliza un ordenador o un iPad, o incluso un móvil para llamar a sus agentes de Sevilla y que lo comprueben in situ?, preguntó Rajoy, que poco a poco se iba poniendo hecho una furia con tanta guía de teléfonos.

—Ah, ya quisiera yo. Pero eso dígaselo a Montoro, que le tiene aquí al lado, que con lo de los recortes hemos tenido que vender en el Rastro todo el material electrónico para pagarnos los sueldos…

—¡Eureka! Con mi microscopio portátil he descubierto que debajo de la etiqueta estaba grabado otro nombre en el duro metal. Han tratado de engañarnos. ¡Engañarnos a nosotros!, tradujo el intérprete de Grissom.

-—Shut Up!, dijo el propio, que le gustaba demostrar el carácter.

—Aquí pone… No se lee bien… Sí, parece que…, exacto, sí, estoy seguro… Compruébalo, Catherine, que no quisiera equivocarme… No, la niña no, que se esté quieta, que ya te dije que la dejaras con el capitán Brass. (Por cierto, le habló bajito a Catherine, ¿no huele un poco mal este traductor?)

Mañana, la continuación: Esperanza, Pons, Matas ¿Y Cascos?

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