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Cita a ciegas

Presentamos cuatro parejas improbables bajo la lente de un fotógrafo único, Jordi Socías No se conocían, pero les propusimos retratarlos a dos y aceptaron

Guillermo Abril

Conversación en madera. Francisco Leiro y Lluís Claret.

Jordi Socías

Reunimos a uno de los escultores más reconocidos de España con el prestigioso violonchelista nacido en Andorra. El estudio de Francisco Leiro se encuentra escondido en el interior de un viejo taller de coches de Madrid. Diáfano, bajo un techo de vidrio que difumina las sombras, sujeto con gruesas vigas de hierro. Hay un mapa de Michelin aún colgado de la pared. Un horno de leña encendido. Todavía hace frío cuando se produce el encuentro. Lluís Claret acaba de llegar de una gira por Japón. Abre el estuche de su violonchelo. Aparece un instrumento, una pieza de 1820 valorada en medio millón de euros. Leiro la mira con curiosidad: “Es pino, ¿verdad? ¿Por dentro está barnizado o es madera natural?”. Hablan el mismo lenguaje. La madera. Claret se sienta rodeado de figuras toscas talladas. Cedro, castaño y pino. El violonchelista cierra los ojos y comienza a acariciar las cuerdas con el arco. Suena ‘El cant dels ocells’, un tributo a Pau Casals, la pieza que Claret enhebró en la clausura de Barcelona’92. Leiro se queda inmóvil, mudo, con sus cejas pobladas como bosques primitivos, a juego con los cuerpos retorcidos que habitan la estancia. La materia prima sobre la que trabajan les permite salvar el primer escalón de la cita, ese en el que uno no sabe muy bien qué decir. Uno nació en Andorra; el otro, en Cambados (Pontevedra). Apenas se llevan seis años. Fraguan. Tras el breve concierto, Claret ha de volver al Auditorio. Toca esa noche. Quedan en volverse a ver. Será en el estudio de Leiro, un recital privado en este espacio donde el ronquido del violonchelo reverbera como en un desfiladero. La cita sigue en pie.

Jordi Socías

La diva y el trompetista. Bárbara Lennie y Jerry González.

Una actriz curtida sobre las tablas y en el cine (‘La piel que habito’, ‘Las 13 rosas’) y el músico neoyorquino más veterano de los callejones del jazz en España. Elegantes y bohemios. Parisienses. Hablaron de la escena y la improvisación.El encuentro empieza algo frío. Por eso, mientras los retratan, Jerry toma la trompeta y hace bailar una melodía suave como una sábana al viento. Penetra en las sienes, en la sangre. “Trataba de ver si tocando podía cambiar el aire… ”, dice. Al acabar, se lían un par de cigarrillos y agujerean el humo del tabaco hablando de lo que saben. “El escenario”, abre el músico. Suena trascendente. “Es algo diario. Cotidiano. Desde que te levantas de la cama”.

–Todo es escenario.

–Recuerdo la primera vez que hice un solo. Se agitó toda la gente. Pensé: “Tengo poder aquí”.

–Actuar es algo muy rígido y también muy libre. En teatro, cada uno tiene libertad para volar. Es hermoso ver cómo el resto te acompaña en el vuelo… Y después vuelves a la partitura.

–La base es improvisación, yo nunca toco un tema igualito. Es imposible. Lo que sé de la vida sale por el sonido y el fraseo.

Exploradoras del género: Ana Laura Aláez y Beatriz Preciado.

Jordi Socías

Ambas hablan el lenguaje de la sexualidad. La artista Aláez, a través de sus instalaciones, la escultura y la fotografía. La filósofa Preciado, con sus libros y sus lecciones, poniéndole “nombre a las cosas” desde la Universidad de París VII. Cuajó el encuentro. Quedaron en repetir la sesión de fotos. Esta vez a solas. El asunto podía fluir o atragantarse como un filete nervudo. Preciado, filósofa en París, venía a Madrid para impartir un curso. Aláez aterrizó para ver a su galerista. Llega la primera a la cafetería del Museo Reina Sofía. Ropa ceñida. Botas de dominatriz. Pide vino. Aparece la filósofa. Exhausta. Con chaqueta y zapatones del 42. Bebe Coca-Cola. Cierran el local para ellas. Preciado habla de sí misma en masculino. Nació con una deformidad congénita. “Featriz”, la llamaban de niña. Ahora su mandíbula es de titanio. “Una prótesis”. Como el dildosobre el que cimienta sus teorías de género. La sexualidad, una norma impuesta, un lenguaje a aprender. Intercambiable. Aláez ha leído sus trabajos. Dice que de pequeña le hicieron creer que su cuerpo era un “saco de patatas”, cuando se trata más bien de “un santuario”. Ahora es la base de su trabajo. Hablan de feminismo, porno-punk, de orgías donde uno puede “desnaturalizarse” y “tomar conciencia del cuerpo propio y del ajeno”; de brujas y aquelarres; del Papa y los vecinos en los pueblos de España, donde una mirada a través de los visillos “tiene mayor poder moral que la policía”.

Un banco en la gran vía: Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, y Cecilia Quílez.

Jordi Socías

Aprovechamos un hueco en la apretada agenda del bailaor para juntarlo con esta poeta afincada en Madrid. Un encuentro fugaz. Ella le regala su libro ‘Vísteme de largo’; él la invita a ver su espectáculo ‘Baile flamenco’.La cita tiene lugar en un banco frente al teatro donde actúa el bailaor. Dos operarios limpian una pintada que dice “asesino” sobre el cartel. La cruz que lo acompañará siempre. Farruquito aparece con su representante, su familia, algún bailarín. Cecilia Quílez le tiende la mano. El gitano la besa. Dos formas de ver el mundo frente a frente. Él pasa casi más minutos retratándose con admiradores que se preguntan quién es ella. “Una poeta”, se oye decir. Y Quílez, como un susurro: “Es un chiquillo muy tierno, muy lindo”. Más tarde escribirá sobre el encuentro: “Vestía de blanco y tenía ojeras marcadas. Los ensayos le habían dañado una rodilla, pero se negaba a suspender el espectáculo de la tarde. El bailaor, un tímido casi niño, revelaba una extrema fragilidad bajo una camisa que parecía venirle grande. Me confesó que era la primera vez que conocía a una poeta. Le vi marchar con mi libro en la mano”.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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