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Una institución cultural se reinventa

Argumentos para la batalla por la identidad europea

El Círculo de Bellas Artes aspira a convertirse en la Casa Europa Magris, Berger, Almodovar o Arroyo entre los intelectuales que apoyan la iniciativa En este artículo explican sus razones

Iker Seisdedos
Parte de la fachada del Círculo de Bellas Artes.
Parte de la fachada del Círculo de Bellas Artes.Samuel Sánchez

El traqueteo del tren de la construcción europea parece haber perdido el poder hipnótico que le otorgaba el cineasta Lars Von Trier en su película Europa(1991). Quizá sea porque la alta velocidad y otras herencias continentales ejercen una seducción menos rítmica que la voz de Max Von Sydow sobre la vieja locomotora de vapor que se abría camino entre las ruinas de una Alemania devastada por la Segunda Guerra Mundial. O quizá porque la actual crisis, la mayor vivida en suelo común desde aquella contienda fratricida, nació cuando confundimos la europea con una unión ordenada desde arriba y exclusivamente política y económica, y olvidamos fatalmente los lazos culturales compartidos. Así opinan, al menos, Juan Miguel Hernández León y Juan Barja, presidente y director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, respectivamente, embarcados en convertir la institución en Casa de Europa en España. De momento, el Parlamento Europeo les ha reconocido el esfuerzo ofreciendo colaboración.

Pero... ¿existe hoy, año cinco después de la hecatombe financiera, una idea de Europa más allá de la prima de riesgo y sus contagios, de los eufemismos económicos, del rescate duro blando o semiblando, de los referéndums sobre el euro y de las frías cifras que esconden millones de dramas personales? Y si existiera… ¿merece la pena enarbolar esa bandera en tiempos de brutal y profunda desafección ciudadana a la entelequia de Bruselas?

La treintena de intelectuales de una decena de nacionalidades que firman el manifiesto de apoyo a las aspiraciones del Círculo de Bellas Artes lo hacen convencidos de que “esta encrucijada puede convertirse en una oportunidad para impulsar la emergencia de una auténtica ciudadanía europea, no limitada a la cooperación económica”. EL PAÍS ha efectuado entre los firmantes, que incluyen premios Nobel como Seamus Heaney y Günter Grass o académicos como Emilio Lledó y José Luis Gómez,un sondeo para responder a estas preguntas. La conclusión es unánime: una unión europea cultural aún es posible, pero habrá que pelear por ella.

O, expresado en las palabras de resumen del cineasta Pedro Almodóvar: “No debemos permitir que el hundimiento de la Europa de los financieros entierre a la Europa de los ciudadanos y de la cultura”. Que son dos cosas bien distintas, opina el pensador italiano Gianni Vattimo, que impartió en 2005 una conferencia en el Círculo bajo el premonitorio título Europa, ¿nueva utopía?: “Si no hay afecto por Bruselas es porque se percibe como a una agencia de control económico”.

“Se podría afirmar que vivimos una auténtica Cuarta Guerra Mundial. Y como Joseph Roth le hizo decir a Francisco José [en La marcha Radetzky] todas las guerras se pierden. Pese a todo, espero que ganemos la oportunidad de ser el continente que soñamos”, explica Claudio Magris, autor de El Danubio, híbrido entre libro de viajes y palimpsesto de la identidad desparramada por las dos orillas de un río que discurre paralelo a la historia continental.

Esa idea de confrontación apuntada por Magris, de lucha entre fuerzas que tiran en la dirección contraria, del mismo modo no totalmente antagónico que son contrarios norte y sur, surge en muchos de los análisis. Como en el del novelista napolitano Erri de Luca. “Hoy más que nunca existe una brecha entre la Europa continental y la mediterránea”, opina. “No debemos olvidar que la especificidad meridional es nuestra única fuerza. Aunque disiento con la idea de que nos hallamos inmersos en un proceso ni siquiera similar al de una Guerra Mundial. Es peligroso e irresponsable decirlo. Lo menos que se nos puede exigir a los escritores es que mostremos escrúpulos con las palabras. Ni siquiera estamos en una fase prerrevolucionaria. La revolución no es una opción, es una necesidad”.

Aparcado el debate dialéctico sobre la intensidad de la batalla y puestos a buscar culpables, Massimo Casciari, filósofo y antiguo alcalde de Venecia, medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, ya encontró los suyos: “Hay algún país, sobre todo Alemania, que está volviendo al egoísmo nacionalista para salir de la mayor crisis que el hombre ha conocido. Es un error. Alemania ya destruyó Europa en dos ocasiones. Sin pretender paralelismos absurdos, creo que la obligación de los demás países, sobre todo Italia y España, es luchar por una política cultural europea. No podemos dejar esto en manos de los tecnócratas”.

Sí, en cambio, conviene confiar la misión, añade Almodóvar, a la labor de las maltrechas instituciones culturales, “espacios libres, sin fronteras, donde las ideas, las obras y los artistas se muestren de una forma accesible para los ciudadanos”. ¿Y conlleva la reivindicación de una Casa de Europa olvidar la apuesta por el multiculturalismo que implica la existencia de, por ejemplo, una Casa Árabe, de África o de Asia? ¿No implicará todo esto la renuncia a las robustas raíces que unen en un viaje de ida y vuelta España y Latinoamérica? “Europa siempre fue multicultural. Pensar lo contrario sería absurdo. Nunca fue monocultural... hasta ahora, cuando la única cultura es la económica”, aclara Vattimo.

Con todo, el escritor Félix de Azúa aconseja no olvidar que, si bien “los paisajes culturales son variados, el marco siempre es europeo”. "Hay quien considera que este juicio es eurocéntrico. No digo que no, pero del mismo modo que es sinocéntrico decir que los chinos inventaron la pólvora. Si Europa no hubiera creado el concepto mismo de cultura cuando Alejandro de Macedonia ordenó la traducción al griego de los libros sagrados hebreos, dudo mucho de que alguna cultura africana u oriental hubiese inventado un sistema global en el que pudieran integrarse las culturas europeas, orientales o africanas sin problemas”.

En la memoria de actividades recopilada para justificar las aspiraciones del Círculo, ese acorazado diseñado por el arquitecto Antonio Palacios que abrió sus puertas en 1926 en la calle de Alcalá y que sobrevivió a duras penas al asedio de Madrid durante la Guerra Civil, figuran guiños, por ejemplo, al Magreb, entre un montón de iniciativas de orgulloso sesgo continental: de la publicación de Utopía, de Tomás Moro, a una exposición de Walter Benjamin con itinerancias en Múnich, Argentina o Paraguay; de un homenaje al poeta checo Vladimir Holan a aquel recuerdo a la arquitectura alpina de Bruno Taut.

Sus promotores aspiran a que el cambio ayude al Círculo a atraer apoyos como el del Parlamento Europeo y otras instituciones en un momento en el que la caída de la aportación de fondos del ministerio, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid supera el 30%. En ningún caso, se apresuran a puntualizar, la nueva realidad supondrá que el Círculo pierda su naturaleza (una pirueta “típicamente europea”, dice el filósofo Félix Duque): la de una institución privada de financiación pública, fundada en 1880 por “pintores, escultores y aficionados a las Bellas Artes”, que buscaban “una galería colectiva en la que pudieran vender directamente sus obras” y “en cuya vida cotidiana estaba excluido cualquier tipo de debate ideológico”, como recuerda José Luis Temes en su tratado en dos volúmenes El Círculo de Bellas Artes (Alianza). Aquel grupúsculo de orgullosos diletantes se ha convertido, 132 años después, en una legión de 3.500 socios que aportan, junto a las entradas pagadas por los 800.000 visitantes anuales y el alquiler de espacios, los ingresos propios (27%).

Esos son los datos de un presente que, como en el resto de los órdenes de la vida, protagoniza el desasosiego. ¿Tiene sentido entonces confiar en el porvenir, o mejor nos vendría admitir que el futuro era esto? “Por muy crudos que parezcan los tiempos, de los problemas actuales saldrá fortalecida la idea continental”, opina el pintor Eduardo Arroyo.

“Hasta ahora, solo cuando se ha sentido amenazada, o peor, invadida, ha crecido”, interviene Félix Duque, que fue director de un congreso celebrado en el Círculo titulado Buscando imágenes para Europa. “El proyecto actual nace del terror a una nueva guerra fratricida, civil, y se va concretando a través de la desconfianza y el rencor. Siempre ha sido así; y la misión del arte consiste precisamente en sacar a la luz los recelos y la solidaridad, siempre a punto de quebrar”.

Respondida entonces la pregunta de a santo de qué más Europa, precisamente ahora se plantea la siguiente cuestión: ¿Por qué el Círculo? El autor británico John Berger opina que si hay esperanza para repensar las cosas será en instituciones culturales como la madrileña. “Solo si son sitios donde las personas puedan expresar y examinar las experiencias reales de sus vidas vividas, tan distintas de la vacuidad verbosa con la que los medios les inunda. Sufrimos una dictadura global de ruido y falsas suposiciones diseñadas para excluir las preguntas que realmente debemos hacernos. Una institución necesita situarse en el centro de ese cuestionamiento tranquilo y profundo”.

Solo así, añade Berger, esta será “un organismo vivo y no un monumento muerto”. En el caso que nos ocupa, un cadáver bello, sí, tanto como el edificio que corona la intimidante Minerva de bronce de resonancias ciertamente europeas, pero un cadáver al fin y al cabo.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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