“¿Miedo? De eso no tengo”
Juliette Binoche presenta su última película, 'Ellas', una curiosa observación sobre el mundo de la prostitución
Juliette Binoche (París, 1964) tiene frío, y cuando la actriz tiene frío no basta con ponerle una chaqueta en los hombros: cuando la Binoche tiene frío, las chicas de relaciones públicas tiene que encontrarle dos estufas (no una, sino dos) y buscarle el sitio más caliente del restaurante berlinés donde se desarrollarán las entrevistas. Cuando todo el improvisado mecanismo de calentamiento express entra en pleno rendimiento y el lugar se parece a una versión junior del infierno la diva hace su entrada: llega luciendo peinado, con maquillaje de mínimos (lo llevo, pero no) y con la actitud del que acaba de recibir una epifanía donde se le comunica que ella y solo ella sostiene la antorcha de la actuación femenina en el mundo. No hay por qué negarlo: impone.
La actriz, que – divismo aparte- es uno de los talentos más reconocidos que ha dado el cine francés (y el europeo) en las últimas décadas, está en la capital alemana para presentar Ellas, una curiosa observación sobre el mundo de la prostitución que –como siempre que se pone la X del sexo en la ecuación- levantó polvareda en la Berlinale. El filme cuenta la historia de una periodista de la revista Elle que decide seguirles la pista a dos estudiantes que utilizan sus servicios como acompañantes de lujo para ganarse la vida: “El sexo sigue siendo tabú, nos da miedo, nos incomoda. Además, esta película plantea un escenario incómodo donde se debate dónde acaba la propia voluntad sobre cómo disponer de tu cuerpo y dónde empieza la prostitución”, cuenta Binoche, que no acaba de encontrar la postura adecuada.
A la parisiense no se le discuten méritos: Oscar por El paciente inglés; inconmensurable en Azul, Rojo y Blanco (la deliciosa trilogía de Kieslowski); brutal en Herida, de su compatriota Louis Malle; frágil y profunda en Código desconocido.
Binoche ya no tiene nada que demostrar, nadie que se interponga entre ella y la gloria, a lo mejor por eso le exalta que se la inquiera por ese momento en que los papeles la enfrentan con las nuevas generaciones de actrices: “¿Me estás llamando vieja? [sonrisa de cuarto y mitad] ¡Me encanta trabajar con actrices jóvenes porque tienen una energía increíble! Y no, no me siento nada vieja, aún estoy aprendiendo cosas”, dice Binoche con un punto de enfado, no se sabe si fingido o real.
Más enérgica reacciona a la primera pregunta indiscreta de la entrevista: “Sí, es verdad, el director me dio varios videos de mujeres masturbándose para que preparara mis secuencias [carcajada]. ¿Porno? No, no era porno, eran unos 40 videos donde se veía el rostro de varias mujeres en plano fijo hasta que llegaban al orgasmo. Soy una actriz, me gusta tener material sobre el que trabajar y dado que yo tenía mi propia secuencia de masturbación en la película aquello me pareció una buena manera de hacerlo”.
La carcajada de la actriz relaja la escena, las estufas parece que funcionan y la silla de la francesa no es tan terrible como parecía cuando se sentó así que se puede entrar al trapo: “¿Qué quieres decir? No creo que esta película le ponga glamour a la prostitución, es simplemente es una mirada libre a un sujeto complicado, del que no se habla. Es un reflejo de cómo la sociedad vive el sexo en estos tiempos… Una de las razones por las que di el sí a este proyecto es que me enseñaron un documental en el que se seguía a dos escorts muy jóvenes a lo largo de varios meses: la libertad con la que vivían esa situación seguro que sería difícil de comprender para algunas personas pero explicaba muy bien lo que está pasando en muchos países. Los estudiantes cada vez tienen más complicado acceder al sistema, no pueden estudiar y ganar dinero al mismo tiempo así que algunos toman la decisión de usar su cuerpo. No creo que se pueda juzgar a la ligera… ¿sabes? Me molesta un poco que os empeñéis en juzgarlo todo y en esa obsesión que tenéis por las respuestas: las películas no están ahí para contestar nada sino para hacer preguntas”, dispara Binoche, cogiendo de nuevo el fusil.
La actriz, un trueno de 48 años, no descansa y de Berlín se marchaba directa al rodaje de su nuevo proyecto, Camille Claudel, que dirige el enfant terrible del cine galo, Bruno Dumont. Después presentaría Cosmopolis en Cannes, lo último del realizador canadiense David Cronenberg y una nueva muestra de la versatilidad e inmenso carácter de una mujer de armas tomar, una figura fascinante a la que no asusta nada: “¿Miedo? ¿Y por qué debería tener miedo de un papel o de una película? Me daría miedo tener miedo. Esta profesión te cambia por dentro, a veces es doloroso, a veces es agradable, pero ¿miedo? No, de eso no tengo”.
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