De la contracultura a la indignación
Robert Redford quiere llevarla al cine y el movimiento Occupy Wall Street la reivindica. 'La banda de la tenaza', la mítica novela de Edward Abbey, con ilustraciones de Robert Crumb, se publica ahora en España
En Darkness Falls, décimo noveno episodio en la primera temporada de Expediente X, los agentes Mulder y Scully se desplazaban al bosque nacional Olympic del Estado de Washington para investigar la desaparición de un grupo de 30 leñadores. Allí se encontraban en pleno cruce de hostilidades entre la guardia forestal y un grupo de ecoterroristas sobre el que recaían todas las sospechas del enigmático incidente. Las tácticas y el discurso de Doug Spinney, el saboteador ecológico que se convertía en el guía de Mulder y Scully en el corazón del bosque, pulsaban la tecla del reconocimiento en todo telespectador norteamericano con cierta memoria de la contracultura: Spinney y su guerrilla de floresta eran uno de los muchos ecos en la cultura popular americana de la novela La banda de la tenaza, de Edward Abbey (1927-1989), que ahora edita en nuestro país Berenice en traducción de Juan Bonilla y Teresa Lanero. A la obra de Abbey le cabe, asimismo, la distinción de haber incorporado un término —monkeywrenching— al vocabulario de esa disidencia americana que ha vuelto a activar términos, usos y costumbres propuestos al calor incendiario de la contracultura de los setenta. The Monkey Wrench Gang es el título original de La banda de la tenaza, publicada por primera vez en 1975 y que tendría una secuela —Hayduke Lives— 14 años más tarde: en ella, un grupo de cuatro saboteadores de contrastados temperamentos y orígenes libra una guerra a la intemperie con la maquinaria, presuntamente civilizadora, que convierte el paisaje del suroeste de Estados Unidos en devastada fuente de recursos para el ciego avance del capitalismo. Monkey Wrench es el término anglosajón, forjado en la jerga náutica, que identifica a la llave Stillson, instrumento que los personajes creados por Abbey utilizan con frecuencia como contundente palo en la rueda de esos colosales ingenios que agreden el paisaje natural que, para ellos, encarna una Arcadia genuinamente americana. Tras el éxito de culto que alcanzó la novela de Abbey a mediados de los setemta, el término monkeywrenching se popularizó para identificar todo acto de sabotaje no cruento contra los instrumentos del capital. También sirvió, ya en los noventa, para alentar un debate lingüístico alrededor del término ecoterrorismo, utilizado por vez primera en un artículo publicado en las páginas del diario The Oregonian y, más tarde, instrumentalizado por el FBI para demonizar las acciones directas del ecologismo radical. Organizaciones como Earth First!, creada en 1979 bajo la inspiración de la Banda de la Tenaza imaginada por Abbey, manifestaron su repulsa al término, recurriendo a un razonamiento que no resultaría disonante en las páginas de esta novela fundacional: dado que el objetivo de sus actos de disidencia era la maquinaria empleada para atentar contra el ecosistema, el término ecoterrorismo se antojaba gravemente manipulador, dado que un objeto inanimado no puede ser aterrorizado. Monkeywrenching —que, en castellano, se traduce por el menos específico sabotaje—, por tanto, se afirmaba como el término más apropiado para identificar una concienzuda estrategia que alentaba daños materiales, pero evitaba —y repudiaba— todo daño personal. Con el tiempo, el monkeywrenching amplió su campo semántico para definir surtidas variedades del sabotaje y el boicot, desde los apagones colectivos orquestados contra las compañías eléctricas hasta algunos ciberbombardeos en las redes sociales. La minuciosa descripción que ofrece Edward Abbey de prácticas tales como la inutilización de bulldozers, la destrucción de trenes automatizados de carga o la quema de vallas publicitarias posee el suficiente valor pedagógico como para que la obra, además de su fuerza como provocadora obra de ficción de poderosa musculatura cómica, funcione, asimismo, como Manual de Uso del Anarquista Verde. También el movimiento Occupy Wall Street considera La banda de la tenaza como una de sus biblias y las recientes traducciones del libro al francés, alemán e italiano han prolongado su herencia pedagógica en el emergente activismo europeo de la era de la indignación: las acciones contra la construcción de túneles para trenes de alta velocidad en los Alpes adoptó las formas del saboteo emprendido por Smith, Hayduke, Abzug y Sarvis sobre las vías del ferrocarril de Black Mesa. Tampoco resultaría descabellado decir que este libro publicado en 1975 e ilustrado 10 años más tarde, en una edición conmemorativa, por Robert Crumb —su trabajo se incluye en la edición española, aunque no se usa su extraordinaria portada— es, de hecho, una novela muy 15-M.
No resultaría del todo descabellado decir que este libro, publicado originalmente en EE UU en 1975, es una novela muy 15-M
La banda de la tenaza se abre en gran plano general: la inauguración oficial del puente de Glen Canyon, que une los Estados de Utah y Arizona. Una obra de ingeniería de 400 pies de largo sobre un barranco de 700 pies de profundidad, con un domesticado río Colorado completando el paisaje de una naturaleza humillada por el hombre: la presa de Glen Canyon domina el lugar como colosal emblema de todo el proceso. Mientras las familias esperan, en el interior de sus coches, a que se corte la cinta y se abra la circulación entre los dos Estados, las tribus indias, aletargadas por el consumismo —que ha sido el regalo envenenado del hombre blanco—, contemplan la ceremonia con indiferencia. Abbey parece contemplarlo todo a vista de águila —o de buitre—, empequeñeciendo a las figuras en el paisaje, moldeando la tensión y el tiempo con habilidad, hasta llegar al gran golpe de efecto que cierra este prefacio: el atentado que rompe el puente en dos. A partir de esa detonación de salida, La banda de la tenaza se convierte en un viaje al origen y se centra en la formación, estrategias, lances, peligros, aventuras y desventuras del grupo de saboteadores del título: un médico anarquista, una judía de armas tomar, un mormón con tres esposas y muy mala fama en su Iglesia y un forajido de raza, veterano de Vietnam, que regresa a casa con el propósito de convertirse en el Vietcong portátil de quienes le han destrozado el paisaje. Edward Abbey cuenta la historia de ese grupo de corsarios de un Oeste elegiaco con frases de largo aliento, que juegan a relacionar, en sostenidas descargas verbales, individuo, paisaje y fauna. En ocasiones, la exuberancia verbal del escritor convoca llameantes imágenes apocalípticas: “Todo aquel conglomerado empresarial se esparcía por el planeta entero como un kraken global (el mítico monstruo marino de las costas noruegas), tentacular, mirada de piedra y discurso de loro, su cerebro un banco de computadores procesando datos, su sangre el flujo del dinero, su corazón una dinamo radiactiva, su idioma el monólogo tecnotrónico de los números que se imprimían en las cintas magnéticas” (página 192); “cuando las ciudades se borraran y se hubiesen acabado todos los líos, cuando los girasoles llenaran las cintas de asfalto y cemento de las olvidadas carreteras interestatales, cuando el Pentágono y el Kremlin se hubiesen convertido en residencias de ancianos para generales, presidentes y otros cabezas huecas, cuando los rascacielos de vidrio y aluminio de Phoenix Arizona fuesen cubiertos por dunas de arena, entonces, entonces, entonces por Dios puede que por fin hombres libres y mujeres salvajes a caballo, mujeres libres y hombres salvajes a caballo, podrían vagar a gusto entre las artemisas de aquellas tierras —maldita sea— pastoreando el ganado salvaje, y darse atracones de carne cruda y putas vísceras, y danzar toda la noche a la música de violines, y banjos, y guitarras aceradas a la luz de la luna renacida —sí, por Dios, sí—. Hasta —reflexionó amargamente, sobriamente, tristemente—, hasta que llegara la próxima era del hierro y el hielo, y los ingenieros y los granjeros y en general todos los hijosdeputas volviesen” (página 120). Con la obsesión por volar la presa como gran norte del supuesto líder del grupo, el mormón Seldom Seen Smith, los personajes de La banda de la tenaza libran un tenso pulso con su gran némesis, el reverendo Love, empeñado en no pedir refuerzos para, así, poder cumplir sus ambiciones políticas como futuro gobernador. Como sugieren varios elementos del conjunto, los saboteadores ecológicos de Edward Abbey son, en buena medida, la sucesión evolutiva de esos forajidos del Salvaje Oeste que ya enturbiaron la fundación del capitalismo norteamericano sobre las tierras vírgenes. Kemosabe, un enigmático vaquero que aparece en dos momentos clave de la caudalosa novela, refuerza todos esos ecos. Pero Edward Abbey no propone una mirada políticamente correcta sobre la memoria del Salvaje Oeste: para sus personajes, las comunidades nativas traicionaron, con su integración en la dinámica capitalista y su consiguiente amansamiento, un entorno que siempre debería estar por encima del hombre. El activismo y el compromiso medioambiental fueron esenciales en el discurso de Abbey, pero ni él ni sus personajes olvidan en ningún momento el hedonismo, esa voracidad por la vida que lleva a Hayduke, el personaje más excesivo del cuarteto, a engullir latas de cerveza como si no hubiera un mañana o que mantiene unida a la extraña pareja formada por Doc Sarvis y Bonnie Abbzug mediante un equilibrado cóctel de afecto y fogosidad, pese a consentidos extravíos carnales fuera de la relación. “No es suficiente luchar por la tierra. Es incluso más importante disfrutarla. Mientras puedas, mientras ella esté aquí”, dijo Abbey en un discurso que pronunció en 1976 ante activistas medioambientales de Missoula y Colorado que llevaba el elocuente título de “Joy, Shipmates, Joy!”.
Esa apuesta por la alegría de vivir recorre La banda de la tenaza y transforma la novela concienciada en vehemente ejercicio de épica cómica: su clímax es una persecución delirante que alcanza casi el centenar de páginas. El desarrollo de ese tour de force permite a Abbey desplazar la atención de un personaje a otro, jugar con el fuera de campo como un hábil manipulador de las expectativas del lector, pasar de la obcecada mirada de los perseguidores al progresivo desamparo de los perseguidos y, en una de sus más afortunadas piruetas, contemplar a los saboteadores desde el punto de vista del ave de presa que se plantea si alguno de ellos será su futuro banquete: “Hay algo mustio y dubitativo en el modo de andar de dos de esas criaturas que le sugiere al buitre la idea de almuerzo, que le evoca el recuerdo de la carne. A pesar de que los cuatro parecen seguir vivos y activos, es una verdad bien sabida que donde hay vida hay también muerte, es decir, esperanza. Vuelve a dar círculos para ver mejor” (página 394).
El activismo fue esencial en el discurso de Abbey, pero ni él ni sus personajes olvidan en ningún momento el hedonismo
En su prólogo a la edición de bolsillo de La banda de la tenaza publicada por Penguin en 2004, Robert Redford, que estaba dispuesto a llevar la novela al cine, rememoraba el viaje a caballo de Montana a México que realizó junto al escritor y otros siete acompañantes a través del sendero que en su día recorriera Butch Cassidy. El cineasta recuerda al escritor como hombre de pocas palabras, una presencia casi mineral en la que contrastaba el brillo infantil de sus ojos. Cuando uno de los viajeros glosó las bondades de la literatura de Carlos Castaneda frente al fuego del campamento nocturno, Abbey replicó: “Siempre he tenido la impresión de que Castaneda estaba lleno de mierda”. No es la única anécdota que alimenta la leyenda de Abbey como provocador nato: a principios de los cincuenta fue destituido de su cargo de editor del periódico estudiantil de la Universidad de Nuevo México al publicar el artículo Some Implications of Anarchy en el que escribió que “ningún hombre será libre hasta que el último rey sea estrangulado con las entrañas del último cura”. Su tesis doctoral versaría sobre el anarquismo y la licitud de la acción violenta.
Oveja negra entre los miembros de una progresía ortodoxa que le consideraba racista por mostrarse crítico con la inmigración ilegal y machista por su imaginario literario —Bonnie Abzug, poderoso personaje femenino de La banda de la tenaza, podría ser el más rotundo argumento para su defensa—, Abbey fue considerado por Larry McMurtry el Thoreau del Oeste Americano por el ensayo que supuso su revelación: Desert Solitaire, escrito a partir de sus experiencias como ranger del National Park Service en la meseta del Colorado. Allí se formó su innegociable compromiso con el paisaje.
La banza de la tenaza (The Monkey Wrench Gang). Edward Abbey. Ilustraciones de Robert Crumb. Traducción de Juan Bonilla y Teresa Lanero. Berenice. Córdoba, 2012. 472 páginas. 19,95 euros.
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