María Garzón rompe su silencio
Es la hija de Baltasar Garzón, el juez español más internacional, hoy defenestrado Ella quiere contar por primera vez el calvario que ha sufrido su padre con el trance procesal
Antes de la cita uno ha tomado la decisión de pasear, quizá para tomar distancia previa al encuentro con una persona evidentemente herida. El problema es que el emplazamiento se concretó en una cafetería vecina de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo, dos organismos clave en el destino del padre de María Garzón. No resulta extraño por tanto acabar frente a ambas instituciones, atrapado en el recuerdo de los sucesos que defenestraron al exjuez Baltasar Garzón. Apenas doscientos pasos separan la sede del Tribunal Supremo de los siete peldaños que suben a la Audiencia Nacional. Solo doscientos pasos median entre el despacho que Baltasar Garzón regentó durante 22 años en la Audiencia y el majestuoso edificio que alberga al Alto Tribunal, organismo que puso fin mediante sentencia condenatoria, en febrero de este año, a la carrera del protagonista de gran parte de la actualidad judicial española en los últimos dos decenios.
Después de la cita y una larga conversación, recorreremos de nuevo los mismos doscientos pasos a través del madrileño parque de la Villa de París en compañía de María Garzón, la hija mayor del hombre que el 14 de mayo de 2010 bajó por última vez los siete escalones de la Audiencia Nacional como titular del Juzgado de Instrucción número 5. Aquel descendimiento final fue consecuencia de la suspensión de sus funciones jurisdiccionales tras la apertura en el Supremo de juicio oral contra él por supuesta prevaricación al investigar los crímenes del franquismo. Dos años después, la respuesta de María ante la impresión que le provoca hoy el edificio de la Audiencia Nacional será: “Nostalgia”.
–¿Y esa majestuosa sede del Supremo?
–Repulsión.
Evidentemente, María Garzón es una persona herida por el calvario de su padre. Un vía crucis judicial desglosado en tres procesos simultáneos que se han decidido en el Supremo, dos por prevaricación y uno por cohecho impropio. Ante la petición de indulto para el exjuez, presentada el mes pasado en el Ministerio de Justicia por la asociación Magistrados Europeos para la Democracia y las Libertades, María Garzón afirmó públicamente que si el indulto tiene como condición pedir perdón por el delito su padre jamás hará tal cosa “porque es inocente”. Ella sigue defendiendo hoy con rabia el mismo argumento. Y no cree que pueda prosperar dicho indulto para que se devuelva a su padre la condición de juez que perdió en febrero, inhabilitado con una pena de 11 años por el Tribunal Supremo como consecuencia de la condena por un delito de prevaricación al ordenar las escuchas entre acusados y abogados del caso Gürtel, la mayor trama de corrupción en España ligada a un partido político, el Partido Popular (PP). El Alto Tribunal consideró por unanimidad que Garzón ordenó tal intervención de las comunicaciones a sabiendas de que era ilegal, a pesar de que fueron avaladas por la Fiscalía Anticorrupción, prorrogadas por otro juez y respaldadas por un tercer magistrado. “Mi padre ha presentado recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, pero creo que la solución estará en [el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de] Estrasburgo. Lo del indulto demuestra que hay jueces que están con él y lo agradezco. Pero tampoco creo que sea la prioridad del Gobierno ahora mismo”.
El caso de las escuchas de la Gürtel debía haber sido el último juicio contra Garzón, tras el proceso por su investigación de los crímenes del franquismo y otro por unos cursos realizados en Nueva York, pero el Supremo decidió que fuera el primero. Después llegó el archivo por prescripción del caso de Nueva York y la absolución por investigar los crímenes del franquismo. El escándalo internacional provocado por la inhabilitación del juez molestó entonces al presidente del Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Dívar, quien percibió “críticas interesadas” y una constancia en los reproches a las resoluciones y actuaciones judiciales. Pero mientras conversamos con la hija del exjuez Garzón en una cafetería resulta evidente que el máximo representante del Poder Judicial en España tampoco ha ayudado a mejorar la imagen del colectivo que lidera. El reciente escándalo del dinero público gastado sin justificar en 20 viajes a Marbella por parte de Carlos Dívar ha provocado una de las mayores rupturas entre los miembros del CGPJ. María Garzón dice no haber comentado este reciente escándalo con su padre, actualmente en Colombia. Pero ella tampoco deja de sorprenderse por el archivo que decretó en mayo la Fiscalía General del Estado de una denuncia correspondiente por supuesta malversación de caudales públicos, carpetazo por el que la Fiscalía dejaba de investigar estos hechos. “Creo que la justicia en España está alejada del día a día. Existen profesionales que hacen su trabajo, pero el estamento superior está más cerca del poder que de la realidad”.
María Garzón ha decidido romper su silencio después de casi treinta años callada, prácticamente desde que nació. El pasado 9 de febrero, cuando el Supremo condenó a su padre por el caso de las escuchas de la Gürtel, envió una carta a los medios de comunicación titulada A los que hoy brindarán con champán, en la que advertía: “Nunca derramaremos una sola lágrima por su culpa. No les daremos ese gusto”. Ahora ha decidido contar en el libro Suprema injusticia (Planeta) lo que ha supuesto para ella ser hija de Baltasar Garzón y cómo él y su familia han vivido la acometida procesal que ha acabado con su carrera. Una exitosa trayectoria judicial de 31 años, 22 de ellos en la Audiencia Nacional (entre 1988 y 2010), durante los cuales desarticuló el entramado de ETA y su entorno, combatió el narcotráfico y el blanqueo de capital, ordenó la detención del general Pinochet y persiguió crímenes contra la humanidad de dictaduras latinoamericanas. Garzón desbarató el crimen de Estado de los GAL durante el mandato socialista, así como algunas de las células de terrorismo islamista más peligrosas que operaban en España y la red de corrupción masiva vinculada al Partido Popular. Los medios acabaron catalogándolo de “juez estrella”. En un momento dado, intentó presentarse a la presidencia de la Audiencia Nacional, pero no tuvo apoyos. Otros colegas de oficio piensan que habría sido la forma más sencilla de desactivarle, ya que ese cargo carece de función jurisdiccional y su capacidad de investigar habría quedado mermada. El desenlace ha sido trágico para él. Pero si como decía el juez Giovanni Falcone, azote de la Mafia a quien Garzón tanto admiró hasta que la Cosa Nostra acabó con su vida hace veinte años, “los hombres pasan y las ideas se quedan”, hay una idea encarnada por el exjuez Baltasar Garzón que a pesar de todo seguirá, como quería Falcone, “caminando sobre las piernas de otros hombres”. Ni siquiera el procesamiento y condena de Garzón, escandalosos a ojos de juristas de todo el mundo, podrá borrar de la memoria colectiva la defensa de la jurisdicción universal que propulsó desde su despacho en la Audiencia Nacional.
Desde la suspensión de sus funciones jurisdiccionales que le obligaron a abandonar ese despacho, ha trabajado dos años, entre otras sedes de relevancia mundial, en la oficina de la Fiscalía de la Corte Penal Internacional. Ahora, inmerso en su colaboración con Estados latinoamericanos, María Garzón asegura que su padre sigue siendo el mismo hiperactivo de 56 años que duerme apenas tres horas y media diarias, escucha siempre que puede discos de Camarón y de ópera y hace gala de un pronto fácil de quien no concibe perder ni al parchís. También es cierto que en círculos judiciales acabó granjeándose fama de autoritario y vanidoso.
–¿Por qué cree que tanta gente terminó odiándole?
–Ya sabes lo que él decía de los “peritos paseantes”… Hay mucha gente en España que va a hacer su trabajo y punto. Les fastidia que tú vayas a más. Luego hay envidias. En la intimidad él es tímido y gracioso, pero impone. Dice las cosas con seriedad y convencimiento. Sencillamente, pienso que mi padre ya no era necesario. Ya se ha acabado el terrorismo de ETA, contra el que estaba muy implicado. Y ha puesto muy nerviosa a la derecha con el tema de la Gürtel y el franquismo, además de sectores progresistas que tenían algo personal con él. También ha sido por su manera de hacer las cosas: para bien o para mal, decía: “¿Hay esta posibilidad de asaltar un barco en alta mar y no se ha hecho nunca? Pero yo lo hago”. Hay gente a la que esto le molestaba.
–¿En ningún momento se le pasó a usted por la cabeza que alguno de aquellos retos judiciales que afrontaba quizá fueran desmedidos para un solo hombre?
–Yo me preguntaba: ¿por qué trabaja tanto, si no hay manera humana de hacerlo? El caso es que él lo hacía. De hecho, el 90% de los casos que investigó han sido confirmados en casación o en [la Corte de] Estrasburgo. Es un idealista. Cree en la justicia internacional. Si veo una injusticia sobre la que nadie hace nada yo tengo que poder actuar ahí. Así es como lo ve. El crimen organizado ha roto las fronteras. Su obsesión ha sido perseguir delitos con independencia de dónde ocurran.
Por momentos uno puede pensar escuchando a María Garzón que es un clon de su padre quien habla. Pero, a pesar de lo mucho que se parecen físicamente y de lo mucho que les une, ella asegura que su mirada hacia él nunca ha sido ciega. “En muchas cosas no estoy de acuerdo con él, es más conservador que yo en ciertos aspectos. Y cuando pasó lo del caso de los cursos de Nueva York estuve leyendo, hablé con él seriamente, con la persona que le lleva la renta… Me dije: sé que mi padre es honrado, pero voy a asegurarme”.
En lo que sí discrepan abiertamente padre e hija es en la afición que el exjuez profesa por la caza. María desgrana en el libro Suprema injusticia las consecuencias de la cacería en la que Baltasar Garzón coincidió con el entonces ministro de Justicia del Gobierno socialista, Mariano Fernández Bermejo, hecho que ciertos medios de comunicación quisieron relacionar con la investigación del caso Gürtel ligado al PP. María no cree hoy que fuera un error de su padre acudir a dicha cacería. “Yo ya le dije que lo de la caza no le iba a llevar a nada bueno, pero estuvo antes en otras muchas cacerías en las que había gente del PP y del PSOE. No se equivocó. Se equivocaron quienes le dieron mayor importancia y dejaron caer al ministro. A partir de aquello fueron al pueblo, preguntaron a la gente… Eso es lo que le duele a mi padre, que haya afectados por sus propias decisiones. Por eso hago la broma de los Corleone: ¡a ver si somos los más mafiosos de España y no nos hemos enterado!”.
Cuando María menciona a los afectados por asuntos relacionados con su padre puede también hablar en nombre propio. El juez instructor del caso de Nueva York amplió la causa contra toda la familia de Baltasar Garzón. Ella había fundado una empresa de marketing y publicidad, acorde con sus estudios universitarios, para la que contó con la ayuda de su madre y sus hermanos. Les acusaron de crear una sociedad fantasma para blanquear el dinero que supuestamente recibía su padre. Algunos tertulianos de la caverna mediática llegaron a decir que Emilio Botín había asistido a su boda, pagado el convite y la hipoteca de la casa de la pareja. “Eso ya fue un cachondeo”, recuerda hoy María. “A Botín no lo he visto en mi vida y mi hipoteca está en el BBVA”.
Tras aquellas especulaciones sobre la boda de su hija, Garzón recibió una carta que amenazaba con acabar con la vida de ella si en un determinado plazo el entonces juez no liberaba a un preso preventivo a su disposición por delitos de terrorismo. La misiva puso fecha a la muerte de María y llegó a necesitar contravigilancia policial. Ella no lleva hoy escolta. Se ha presentado sola a esta cita. Durante la conversación resulta imposible no recordar la larga lista de enemigos que su padre también se ha granjeado en las filas de los principales partidos políticos españoles, PP y PSOE, cada vez que ha intentado hincar el diente a materias relacionadas con la corrupción en las que ambas formaciones pudieron verse afectadas. Entre 1993 y 1994, Garzón dejó la judicatura y participó en las elecciones legislativas de 1993 con el PSOE. Una filiación que acabó como el rosario de la aurora tras ocupar el cargo de delegado para el Plan Nacional sobre Drogas. “Nunca me gustó que se metiera en política. Se lo dije y se lo sigo recordando”.
–¿Hay algún presidente español con quien su padre no haya mantenido enfrentamientos desde que ejerce como juez?
–Es que cuando ha visto algo malo, lo ha dicho. Los GAL, la guerra de Irak con Aznar… Con Zapatero teníamos la esperanza de cambio, y cuando se equivocó con la crisis económica también lo dijo.
–Dice en su libro que su padre le contó que la X de los GAL era simplemente la incógnita, como en matemáticas, que había que despejar.
–Lo ha dicho siempre: “Yo no acusé nunca a González de esto”. Había una persona por arriba, pero las posibilidades eran muchas. De hecho, mi padre tiene relación con Felipe después de aquello. No son amigos, pero cuando coinciden en foros internacionales hablan y hablaron posteriormente de todo lo que pasó. Y ya está. Mi padre le dijo en su carta de dimisión: “Me voy porque me habéis utilizado en cierta manera para ganar unas elecciones, pero no me dejáis hacer lo que yo había prometido a los ciudadanos y no veo que se pueda desarrollar el plan contra el narcotráfico que me habíais prometido”. Hubo una confrontación, pero lo han hablado como personas adultas. No creo que haya pasado lo mismo con Aznar.
–También desgrana en el libro la operación que su padre llevó a cabo en 1995 para evitar un atentado contra el Rey. ¿Cree que don Juan Carlos le debe la vida a su padre?
–Por lo que él me ha contado, sí que estuvo muy al borde de que se perpetrara el atentado. Entonces creo que sí… Bueno, a él solo no, eso es lo que no debemos decir. Evidentemente, había una policía investigando, y en el momento de la detención estuvo la policía, estuvo él… Pero sí que hubo un riesgo, al contrario de lo que a veces se ha dicho.
–¿Sabe si el Rey se lo ha agradecido?
–Creo que sí, sé que alguna vez han hablado, pero lo desconozco.
María Garzón no pudo escoger ser hija de su padre. Ahora ha elegido, en parte porque siente que se lo debía a él, romper su silencio. Conserva nítidos recuerdos de los debates que el entonces juez de la Audiencia Nacional mantenía por la noche con sus tres hijos tras ver el telediario. O cómo ella le ayudó a traducir documentos que propiciaron la extradición del dictador Pinochet. Desde que su padre es exiliado forzoso, él y su madre se ven por Skype. “Ahora, él está en Colombia y Ecuador. A España que no vuelva de momento. Y aquí, con el tema de la seguridad… Mejor que esté fuera”. Como colofón a la inhabilitación dictada por el Supremo, el Ministerio del Interior retiró a una de las personas más amenazadas de España el coche blindado y uno de los dos escoltas que tenía asignados.
Si analiza los últimos sucesos relacionados con su padre, María Garzón concluye que la Transición aún no ha llegado en España al poder judicial. “Claro que no ha llegado. Son estamentos heredados de la época franquista y hay que actualizarlos, como tantas cosas pendientes en la Constitución. Es algo de lo que mi padre me ha hablado”. Ella ha llegado incluso a plantearse emigrar ante la situación en la que su familia se ha visto envuelta. “Pero ni es algo realista laboralmente ni creo que sea justo. Tenemos que quedarnos y cambiarlo todo desde dentro”.
El nacimiento de Aurora, la hija de María, ha sido el único motivo de esperanza del exjuez Baltasar Garzón últimamente. A la espera del pronunciamiento del Constitucional, su familia tiene ya la vista puesta en la Corte de Estrasburgo. “Allí las cosas se verán distintas”, reflexiona María Garzón. “No se va a revisar la condena, pero sí se puede decir si fue o no un juicio justo. Fuera de España nadie se explica lo que ha ocurrido. Quisieron cargarse a una figura, pero han conseguido lo contrario. Han convertido a mi padre en una especie de mártir”.
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