_
_
_
_

Esto ya no es lo que era

Bryan Adams y Stevie Wonder celebran los viejos tiempos en Rock in Rio Lisboa Joss Stone propone un ‘soul’ joven y cargado de entusiasmo en la penúltima noche del festival

Tommaso Koch
Bryan Adams, en su actuación de este sábado.
Bryan Adams, en su actuación de este sábado.MANUEL DE ALMEIDA (EFE)

En la ciudad de Rua da Saudade y Rua da Misericordia, nostalgia y melancolia siempre son  bienvenidas. Hasta en un festival que, se supone, deberia entregarse al culto del rock y del sudor en la pista. Y para construirle un altar a la morriña, qué mejores liturgias que las de Bryan Adams y Stevie Wonder. Artistas históricos del siglo pasado, profetas del amor melódico, ambos llevan años sin sacar un disco nuevo y ambos protagonizaron ayer la cuarta y penultima jornada de Rock in Rio Lisboa.

Hubo un tiempo en el que el mundo era un lugar feliz. Tal vez cursi, pero feliz. Se llevaban pantalones de campana, terminaban los ecos de las revoluciones estudiantiles y Stevie Wonder ya sacaba su primer sencillo mítico: Superstition. Era 1972 y, de acuerdo, arrancaba la crisis del petróleo. Pero lo que entonces preocupó al planeta hoy parece un chiste. Ocho años despues, cuando rescate aún significaba, como mucho, salvar del ahogamiento a un tipo poco precavido, pero jamás a un país, el canadiense Bryan Adams empezaba su andadura por la música.

Ayer los dos estaban en Portugal. Y actuaron uno tras otro. Dos horas Bryan y dos horas Stevie. Arrancó el canadiense y Lisboa volvió a los noventa. A sus 52 años Adams no será 18 ‘till I die como sostiene en su canción pero aun está para dar batalla en el escenario. Todo en su exhibición habla de otra época, con sus himnos a medias entre el pasteloso y el vintage, pero el público se dejó atrapar. Sobre todo desde que Adams lanzó, uno tras otro, los temas que le llevaron hasta la cresta de la ola: sonaban Summer of ’69, Everything I do, Heaven y All for love y cada cual abría su cajón de los recuerdos.

“Vamos a hacer un experimento. A veces sale bien, otras un desastre”, dijo Adams antes de subir a una chica del público al escenario para que cantara con él. Pero lo que empezó pareciendo una sorpresa espontanea acabó oliendo a preparación. Resulta que Vanessa (la joven lisboeta escogida) habla un óptimo inglés, se sabe When you’re gone de memoria y tiene una voz de lujo con la que se atrevía incluso a algún grito de tinte soul. Y nada de miedo escénico: Vanessa animaba a las miles de personas que tenía delante como un lobo de mar de la canción.

Terminó la actuación de Adams y continúo el viaje al pasado. Una hora y algún pitido del público (molesto por el retraso) después, una leyenda de la música llegó a cerrar la noche. Más de una treintena de sencillos que alcanzaron el número 1, decenas de Grammys, siete hijos, dos esposas, un coma de cuatro días y duetos con Michael Jackson y los Rolling Stones entre otros testimonian que de experiencias, a lo largo de sus 62 años, Stevie Wonder ha tenido unas cuantas.

Y lo demostró con sus ritmos a medias entre el soul, el jazz y el R&B y con su voz que jamás le traiciona. Había percusiones, había saxos, había improvisación y allí estaban los míticos solos de su teclado. Había, en definitiva, música. Eso sí, música poco apropiada para acabar una jornada en un festival de rock. De ahí que la gente aplaudiera al músico de Michigan, ciego desde su nacimiento, pero rara vez se entusiasmara. Wonder siguió a lo suyo, mezclando temas y ofreciendo largos momentos instrumentales. Hasta que al final se rindió y soltó su patrimonio más conocido, de Isn’t she lovely a I just called to say I love you. La marcha atrás seguía, la noche ya era ochentera.

Aunque, claro, la ruta hacia lo que fue se dejaba por el camino a los más jóvenes. Ayer muchos de los que cuando Wonder se hacia famoso aun no eran ni un proyecto de hijo se quedaron en sus casas. Dejaron algún hueco (hubo 69.000 asistentes, 5.000 menos que el día anterior) y más espacio para sus padres. De ahí que se entrevieran mas caras de la edad de Bryan Adams.

Joss Stone podria ser perfectamente su hija. La britânica tiene 25 anos y un entusiasmo contagioso. Lo desplegó sobre el escenario, junto con sus malabarismos vocales y su sonrisa. Su soul risueño acabó ganandose los aplausos del publico. Y, para qué negarlo, concedió un rato agradable, antes de la inmersión en la nostalgia.

Rock in Rio en cambio no necesita pensar al pasado. El maxievento ha edificado un refugio antiatómico donde se protege la sonrisa. Tras 10 ediciones la fórmula ya está consolidada. Y funciona sobre ruedas. Cada día miles de personas llenan el recinto y, a la espera de los conciertos, se entretienen con norias, montañas rusas y abriendo sus bolsillos una y otra vez.

Una delicia autentica para las decenas de marcas que pueblan con sus puestos los 200.000 m2 donde se esparce Rock in Rio Lisboa. Y para todos, al menos según el fundador del festival, Roberto Medina. “350.000 personas felices, 10.000 empleos directos y un impacto en la ciudad de más de 150 millones de dólares [segun un estudio de la Universidade Catolica de Lisboa]”, explicaba la formula áurea de la alegría Medina a este periódico, hace una semana.

Sea como fuera, su Disneylandia musical parece gustarle al publico. Pero lo que realmente les encanta a los asistentes a Rock in Rio es hacer colas. Las hay por todos los lados y todas las razones. Ya sea para lanzarse con la tirolina, conseguir un sillón hinchable o para hacerse con una suerte de falso tatuaje de algodón que cubre todo el brazo y que parece ser la tarjeta de acceso al el club de los guays, lo importante es ponerse a esperar.

Hoy el evento espera su cierre. De ello, se harán cargo Bruce Springsteen y la E Street Band. Luego, Rock in Rio saldrá rumbo a Madrid, donde debutará el 30 de junio. Lisboa se quedará con la nostalgia. Y con la certeza de que el mundo, un tiempo, fue feliz. Luego algo cambió. Y las calles empezaron a llamarse Rua da Saudade.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_