Viaje al lado siniestro de nuestra sociedad
Mañana con EL PAÍS, por 1,95 euros, ‘Chloe’, del autor de culto Atom Egoyan
Para el cine, es fascinante la capacidad de retorcimiento que brota del cerebro de Atom Egoyan. El canadiense tiene una de esas carreras de autor que hacen inconfundibles sus películas, aunque a lo largo de los años se haya traicionado a sí mismo en alguna que otra ocasión. Su recreación en los lados más siniestros de la sociedad, su agilidad para encontrar la belleza dentro del terror o la podredumbre moral, y su capacidad para exprimir a los intérpretes, especialmente a las actrices jóvenes, han cimentado su férrea reputación. Sus historias juegan en los márgenes de la sociedad, sin aventurar explicaciones o mensajes morales.
La década de los noventa fue la de su afianzamiento: tras Speaking parts llegaron El liquidador, Calendar y tres obras maestras como Exótica, El dulce porvenir y El viaje de Felicia. Nacido en Egipto de padres armenios, crecido en Canadá, en su cine hay innumerables referencias al pueblo armenio, matices pequeños que crecieron, ya en el siglo XXI, cuando se zambulló en su historia con Ararat. Después de Cuando la verdad miente, un thriller con buen reparto pero que no estuvo a su altura, plasmó su visión de la actualidad y las nuevas tecnologías en Adoración.
Su última película —hasta ahora, que ya prepara la siguiente—, es Chloe, otra vuelta de tuerca a sus turbias historias. Una mujer (Julianne Moore) contrata a una acompañante —por llamarla de alguna manera— (Amanda Seyfried, que huía así de su imagen bobalicona de Mamma mía!) para que seduzca a su marido (Liam Neeson) del que sospecha que le engaña. Si ya el arranque es extraño, el desarrollo se complica y retuerce. Moore es como un pequeño barco en el oleaje de Seyfried, y Egoyan disfruta reinando en este descontrol, ahondado en los agujeros morales de la sociedad occidental, en esas lagunas que nos hacen dudar y que el canadiense usa siempre a su favor.
Sin ser Chloe su mejor trabajo, que en España se estrenó dentro del Festival de Cine de San Sebastián, curiosamente sí ha sido el más taquillero de su carrera, probablemente por su reparto. Rodada en 37 días, su filmación se interrumpió para que Liam Neeson visitara a su esposa, Natasha Richardson, que murió varios días después de sufrir un accidente de esquí. Neeson volvió al rodaje y completó su trabajo en dos días. El resultado, otra alegoría turbia de Egoyan, está a la altura de su profesionalidad.
Babelia
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